Por Elías Gutiérrez y Walter Ruíz

Puerto Rico ha caído en una trampa. Trampa de su propia hechura, pero trampa al fin. Luego de décadas de vivir más allá de nuestros medios, hoy confrontamos la realidad de nuestras limitaciones. Hemos llevado el gasto público a niveles insostenibles. Hemos permitido que la plataforma sobre la cuál se sostiene la productividad de la economía se haya deteriorado. Hemos adoptado patrones de conducta consumista sin reconocer que solo puede distribuirse lo que antes se produce. Hemos utilizado el poder del Estado para redistribuir la riqueza que a duras penas pudo acumular la clase media de esta sociedad. Hoy algunos pretenden que haya una salida sin dolor al resultado de la irresponsabilidad. No será posible.

En ausencia de una fuente externa de ahorros no habrá otra que no sea sacrificios. Lo peor de esta cruda realidad es que la capacidad de sacrificio se ha reducido significativamente. Los partidos políticos han utilizado los recursos del Estado para mantener una operación del sector público a niveles de intensidad que son francamente insostenibles. De ahí que los mercados de capital nos han cerrado las puertas. La época de las mentiras ha concluido en un triste despertar.

No hay otra forma de elevar el bienestar general si no es a través de la expansión de la capacidad de producción. Lo que ahora llaman “crecimiento”. La expansión de la capacidad de producción es requisito para que se desarrolle la economía. Es decir, para que se realicen los procesos que elevan el estándar de vida. Esos procesos conllevarán inevitablemente choques entre las prioridades que defienden distintas facciones y grupos de interés especial. Esos procesos conllevan impactos innegables sobre el medio-ambiente. Recordemos aquel refrán que dice: “Si deseamos cocinar tortilla habrá que romper huevos.”

Por otro lado, el desarrollo insuficiente puede ser causante de graves daños a la población. En ocasiones esos daños pueden alcanzar categoría de desastre. El remedio que provee nuestro sistema consiste en la reglamentación de las actividades asociadas con la producción para mitigar los daños que puedan extenderse hacia el medio ambiente. La clave de la reglamentación efectiva consiste en atender el aspecto que se conoce por los economistas como las externalidades. Todo proyecto genera efectos que internaliza y cuyo coste cubre con el rendimiento. El coste de los efectos no cubiertos por el proyecto son externalizados (que los pague otro). Es decir, se absorben por entes externos al proyecto. Por ejemplo, al medio-ambiente. El medio-ambiente tiene una capacidad limitada para acarrear el coste de las externalidades generadas por los proyectos acometidos. La reglamentación también resulta costosa. La reglamentación tiene como objetivo obligar a la internalización de una proporción de los efectos generados por los proyectos. Ello conlleva un coste.

Como ha sucedido en otras dimensiones, el Estado, por vía de reglamentación burocratizada y excesiva, ha distorsionado el propósito de leyes y reglamentos que fueron originalmente concebidos con la mejor de las intenciones. Se nos dijo que el objetivo era “lograr un balance” saludable entre la preservación y el desarrollo. Tal “balance” ya no existe. Hoy día, en vez de proteger el medio-ambiente, los procedimientos estatales y federales se han convertido en una maraña que impide el desarrollo y hacen daño a quienes deben ser protegidos. Muchos proyectos se hacen incosteables.

Más aún, la estructura de agencias y reglamentos es utilizada por grupos de interés especial para detener proyectos en nombre de ideologías. Ciertos grupos se han convertido en activistas que se empeñan en levantar obstáculos a la inversión y a la producción. De hecho, su activismo parece utilizar la protección del medio-ambiente como excusa para atacar el sistema económico y político vigente. Más que pro-ambiente, se trata de un activismo anti-sistema. La estrategia que siguen se ve repetida una y otra vez. Escogen proyectos estratégicos y los convierten en objetivos emblemáticos. Los mismos se atacan por vía de los recursos provistos para garantizar el balance entre desarrollo y preservación que proclaman defender. En el fragor del debate, utilizan argumentos, frecuentemente pseudo científicos. De esa forma logran escudarse tras la participación ciudadana que el sistema garantiza y paralizan por largo tiempo los proyectos escogidos. De esa forma, convierten proyectos necesarios, viables y rentables, en trampas que destruyen capital privado y público, contribuyendo al estancamiento.

La estrategia de estos grupos los lleva a oponerse a todo con el falso objetivo de proteger el medio-ambiente. Nada más lejos de la verdad. El pueblo es consustancial con su medio-ambiente. La oposición al desarrollo de la infraestructura edificada, motivada por la estrategia ideológica anti-sistema, lo que ha logrado es retrasar la implantación de soluciones prácticas a problemas reales. Problemas que añaden a un cúmulo que se levanta cual muralla china cortando el difícil sendero del desarrollo socio-económico. Esa muralla es, en buena medida, responsable del deterioro de la calidad de vida en el país y del desgaste de su plataforma de producción. Las decisiones son presa de facciones políticas que funcionan en un juego de suma cero. Ven como pérdida suya el beneficio que de otro pueda disfrutar. De esta forma, Puerto Rico ha perdido capacidad para añadir valor a la economía del mundo.

Es indispensable entender la magnitud del desastre económico que vivimos. Entender el significado que conlleva la falta de acceso a los mercados de capital, la pérdida continua del capital social, la caída precipitada en inversión. Es por razón de esas tendencias que sufrimos la pérdida de puestos de trabajo y la emigración neta de la clase más productiva del país. La emigración deja en el país la borra del café. Una población envejeciente y empobrecida que paradójicamente es cada día más dependiente del gobierno para su subsistencia. De un gobierno que es directamente responsable del empobrecimiento que sufre la clase media y productiva de esta sociedad.

Para romper el estancamiento y elevar el estándar de vida se requerirá un esfuerzo titánico de inversión. Estimamos que para recuperar parcialmente lo perdido, Puerto Rico requerirá una inversión anual de diez mil millones de dólares durante un periodo de doce años. El factor tiempo es implacable.

Se requiere un esfuerzo monumental, sostenido y urgente de inversión. En el ámbito de infraestructura es necesaria inversión para la ampliación, renovación y mantenimiento de la transportación vial, recursos de agua y desperdicios sólidos. En el aspecto de producción y distribución de energía se requiere un nuevo modelo. Un cambio radical. Lo que fue necesario en las etapas incipientes del desarrollo de la economía del Puerto Rico moderno, se agotó como modelo. La generación y distribución de energía eléctrica no debe continuar en manos de un monopolio del Estado. Un monopolio que funciona para sí mismo y para intereses políticos, sindicales e ideológicos. El gobierno ha demostrado que es, sin lugar a dudas, incapaz de regentear el sector estratégico de la economía.

Para salir de la trampa habrá que hacer lo que todos sabemos que es necesario, pero que muchos no se atreven admitir.

  • Elías Gutiérrez es economista y planificador. Walter Ruiz es catedrático de la Universidad de Puerto Rico e ingeniero consultor.