Por Luisa García Pelatti

Las dos semanas que nos separan del 1 de julio serán cruciales. Ese día entrará en vigor un nuevo presupuesto y la ciudadanía se encontrará de frente con un Gobierno que no tiene suficiente dinero para pagar todos los gastos. Se acabaron las advertencias. El lobo ya está aquí. Para la mayoría de la ciudadanía –que no ha querido o no ha sabido escuchar lo que se contaba– la noticia de que el Gobierno tendrá reestructurar su deuda ante la tesitura de tener que elegir entre pagar la deuda o las pensiones, la deuda o servicios médicos, la deuda o las escuelas será como chocar de frente con un tren a toda velocidad que no han visto ni oído llegar. A ellos, para que luego no digan que por qué nadie les advirtió de lo que se les venía encima, el Gobernador les debe hablar claro, en arroz y habichuelas, como le gusta decir.

Ya no se trata de que la Isla podría irse a la quiebra si no hacemos nada. Es que sólo un milagro podría salvarnos de una reestructuración de la deuda, que es un tipo de quiebra, aunque a nadie le guste pronunciar la palabra, ni al Gobierno ni en los tenedores de bonos del Gobierno.

El Gobierno debe dejar las cosas claras y explicar, de una vez por todas, y con claridad, la situación en la que nos encontramos.

La oposición política debería dar muestras de responsabilidad, mostrar que le importa más el futuro de los ciudadanos que ganar las elecciones y llegar a un acuerdo con el Gobierno para trabajar juntos para salir del hoyo en el que caeremos en las próximas semanas. El partido que gane las elecciones querrá pedir recuento ante el tétrico panorama económico y fiscal que tendrá que asumir.

A los que decía que había que llegar al fondo para que la gente se diera cuenta y reaccionara, les tengo noticias. Ya estamos ahí. Debajo de donde vamos a estar en las próximas semanas no hay nada más. Tocaremos fondo. ¿Y ahora qué, por fin habrá espacio para el consenso?