Esta es la sexta de una serie de entrevistas a economistas
Por Luisa García Pelatti
Este economista especializado en temas de planificación del desarrollo económico, globalización y el manejo de los recursos naturales, nació en Mayagüez. Durante 30 años fue profesor de Economía en el Recinto de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico (UPR) y en la Escuela Graduada de Planificación de la (UPR). Ha sido presidente de la Asociación de Economistas.
Tiene un Bachillerato en Administración de Empresas del Recinto de Mayagüez de la UPR, una Maestría en Planificación Económica del Recinto de Río Piedras de la UPR y un Doctorado en Estudios del Desarrollo del “Institute of Development Studies (IDS)” de la Universidad de Sussex, en Inglaterra.
Ha escrito decenas de trabajos técnicos, profesionales y académicos y ha publicado dos libros: Economía de Puerto Rico (McGraw-Hill) y Fuentes energéticas, luchas comunitarias y medioambiente en Puerto Rico (Editorial de la UPR). Fue candidato a la gobernación del Partido Independentista Puertorriqueño en las elecciones generales del 2008.
Pregunta.– ¿Por qué decidió estudiar economía?
Respuesta.– Cuando estudiaba el Bachillerato en Administración de Empresas en el RUM, tomé el curso de Macroeconomía básica con el profesor Leandro Colón y luego el curso “Economía de Puerto Rico” con el profesor David Morales. Con esas dos experiencias me convencí de que esa era la disciplina que me apasionaba, y no la Contabilidad o la Gerencia Industrial, en las que había iniciado mis estudios. Así que, aunque al culminar el bachillerato laboré como contador en una empresa farmacéutica, ya al año y un poco más después de aquel primer trabajo estaba comenzando la Maestría en Planificación Económica en la Escuela Graduada de Planificación de la UPR. Enseguida recibí la influencia de tres profesores a quienes considero mis mentores: José Joaquín Villamil, Jenaro Baquero y Elías Gutiérrez. Y fueron ellos quienes, al culminar mi Maestría, me apoyaron para que enseñara en esa misma Escuela durante el año académico subsiguiente, para luego comenzar a estudiar el doctorado en desarrollo económico en el Instituto de Estudios del Desarrollo (IDS) de la Universidad de Sussex, en Inglaterra. El profesor Villamil, que había enseñado en esa institución a fines de los años 70, me recomendó, y su apoyo fue decisivo para que me aceptaran en ese programa. Eso fue en el año 1986 y culminé el doctorado en 1989. Debo decir que jamás me he arrepentido de las decisiones que tomé para definir esa trayectoria académica. Por el contrario, me siento muy satisfecho de lo que aprendí en cada una de esas etapas y de lo que estas han significado en mi vida.
P.– En el gobierno no hay muchos economistas en posiciones de toma de decisiones. La política económica está más en manos de abogados. Explique al gobierno para qué sirve un economista.
R.– El desconocimiento sobre la función profesional de los economistas ha sido uno de los males con los que hemos tenido que cargar en este país durante décadas. Quizás el que los abogados sean los que hayan tomado las decisiones fundamentales de política económica (y las siguen tomando) tiene que ver con el hecho de que una gran proporción de los que han participado y participan en la vida pública son y han sido abogados. Por consiguiente, estos han ocupado las posiciones de más alto nivel en la gerencia gubernamental, posiciones en las que están obligados a tomar decisiones de naturaleza económica, entre tantas otras. Y esto lo digo sin menospreciar a aquellos/as colegas economistas que también son profesionales del derecho, que hay varios/as, y la mayoría de ellos/as son muy competentes. Lo que tenemos que indicarle a quienes están a cargo del gobierno de Puerto Rico es que los/as economistas contamos con una formación académica/profesional que nos capacita para contribuir al uso racional y científico de los recursos con que cuenta una sociedad. Y esto incluye, claro está, los recursos financieros y fiscales, los recursos humanos, los recursos energéticos, los recursos naturales y los infraestructurales. Por supuesto, en el trabajo de día a día y en el diseño de política pública, el profesional de las ciencias económicas trabaja mano a mano con equipos multidisciplinarios, es decir, con personas con distintos trasfondos académicos y profesionales. Quizás el reconocimiento a nuestra disciplina explica por qué en otros contextos (en muchos países dentro y fuera de nuestra región) los/as economistas asumen roles protagónicos y se les toma muy en cuenta, incluso para ocupar cargos de presidentes y primeros ministros.
P.– Huracanes, terremotos y COVID, ¿qué más le espera a una economía que no estaba creciendo? ¿Cuánto tiempo va a tardar la economía en recuperarse?
R.– La ocurrencia de estos fenómenos o causas fortuitas –además de la pandemia, que tiene su génesis en la irresponsabilidad humana– ciertamente ha golpeado a nuestra economía como jamás nos hubiésemos imaginado. El hecho de que desde el trimestre que comenzó en abril de 2006 la economía puertorriqueña ha estado atravesando la recesión más prolongada de nuestra historia, ha agravado las condiciones socioeconómicas de grandes sectores de nuestra población y afecta decisivamente las posibilidades de recuperación a corto y mediano plazo. Nadie sospechaba al inicio del segundo decenio de este milenio que la recesión desembocaría en una depresión, que dos huracanes tuviesen la capacidad destructiva de hacernos retroceder varios años en la carrera por el desarrollo económico y que un virus con impacto global alterara dramáticamente nuestros estilos de vida, los procesos de producción y distribución de bienes y servicios, y las formas tradicionales de convivencia. Para colmo de males, por razones que se han discutido a la saciedad y que, por ende, son de conocimiento público, los administradores gubernamentales han cometido errores imperdonables, que han resultado en el atraso de los procesos de recuperación a todos los niveles (infraestructura eléctrica, de carreteras y de producción, entre otras), lo que ha sido decisivo en las posibilidades de regresar a cierta normalidad en nuestra vida colectiva. Me temo que la recuperación tardará todavía más porque en el horizonte cercano no se vislumbran cambios en las tendencias de variables institucionales críticas que nos hagan pensar que las cosas van a marchar de manera distinta.
P.– ¿Cree que se han tomado las medidas adecuadas para hacer frente al COVID? ¿Qué se ha hecho mal?
R.– El gobierno de Puerto Rico tuvo a su alcance a un excelente grupo de profesionales de la salud que desde el principio de la pandemia ofreció sus recomendaciones con mucha seriedad, profesionalismo y alto sentido de responsabilidad. Debo decir que cuando la gobernadora ejecutó decisiones de política de salud pública amparadas en las recomendaciones de ese equipo médico, se tomaron decisiones acertadas, por lo que se evidenció cierto control sobre los contagios entre nuestra población. Luego, quizás por abandonar criterios científicos en la toma de decisiones, se cometieron errores relacionados con la ausencia de puesta en marcha de medidas de control más rigurosas, y con la flexibilización de las reglas de contacto físico. Aún así, creo que en Puerto Rico tenemos el conocimiento y la capacidad profesional para enderezar el rumbo de las decisiones erradas que se han tomado, pero para ello hay que continuar escuchando y poniendo en vigor las medidas que recomienden los profesionales de la salud. No hay otro camino para salir de esta crisis.
P.– Al margen del COVID, ¿cuál es a su juicio el mayor problema económico de Puerto Rico?
R.– El estancamiento, producto de las condiciones macroeconómicas que siguen estando determinadas por la continuación de la depresión económica. Esto se traduce en una raquítica capacidad para producir riqueza endógena, con las obvias implicaciones sobre el empleo, el ingreso y la producción de bienes y servicios. Si a esto le añadimos la incapacidad institucional –como tantas veces ha insistido el Dr. Francisco Catalá– para transformar las bases sobre las cuales opera nuestro sistema económico, tenemos la fórmula perfecta para continuar en este abismo, sin esperanzas de mejorar en el futuro previsible. Recordando las lecciones que enseñaron economistas prominentes, como Hans Singer, Osvaldo Sunkel y otros de esa generación, si a ese contexto le añadimos que la persistencia de una dependencia estructural –que en el caso de Puerto Rico se combina perversamente con el colonialismo– le impone restricciones adicionales a las posibilidades de reorientar el rumbo de nuestra economía, el panorama luce aún más complicado, como mínimo, en el corto y mediano plazo.
P.– ¿Qué sectores económicos tienen mejores perspectivas de futuro?
R.– A mi juicio el sector de servicios, con su amplia gama de subsectores, va a continuar jugando un papel protagónico en nuestra economía. Indudablemente las actividades relacionadas con este sector, que gozan de una demanda agregada creciente, van a continuar incrementando su presencia en este país, así como en la mayoría de las economías de nuestra región. No obstante, todo parece indicar que pronto se iniciará un repunte de la manufactura, sobre todo de fármacos y productos relacionados, como consecuencia de decisiones relacionadas con relocalización de subsidiarias desde Asia hacia Puerto Rico. También debemos esperar un crecimiento en las actividades de la agricultura y la agroindustria, por muy buenas razones, que tienen que ver con una participación sin precedentes de jóvenes en ese sector y con el objetivo de reducir las importaciones de alimentos. Finalmente, y sin pretender ser totalmente exhaustivo en la respuesta, el turismo debe experimentar un repunte, especialmente cuando se logre regresar a las condiciones “normales” posteriores a la culminación de la pandemia.
P.– ¿Cómo ha pasado los días de confinamiento?
R.– Leyendo mucho, reflexionando sobre muchísimos temas, ejercitándome por tantas buenas razones y comunicándome con frecuencia con familiares y amigos.