Por Angeles Alvarado
Dice mucho de esta sociedad que durante muchos años- unos quince, creo- se apoyara masivamente este programa, y se le colocara como el primer programa televisivo en audiencia en Puerto Rico…y eso es mucho decir.
No es toda culpa de Kobo Santarrosa, el titiritero que anima “La Comay”…SOMOS NOSOTROS! El tal titiritero desde temprano supo jugar con el morbo, la curiosidad desmedida, y el gusto por la banalidad y la tontería de este país.
A medida que pasaba el tiempo, y el tal señor se percataba de lo mucho que podía hacer con su ingenio y guasería, aumentaba la intensidad de los chismes, la degradación, la mentira y la burla abyecta.
Muchos dicen que Santarrosa investigaba lo que las autoridades dejaban de investigar…Eso fue parte del juego tan divertido. Conocer los detalles lúgubres, crueles e insidiosos de los casos que Justicia o la Policía, o Fiscalía, o patología forense, no solucionaban o no informaban para satisfacer nuestra curiosidad, fue defensa de muchos a favor de la “Comay”.
Otra defensa era que La Comay era una unidad periodística. Nada me asqueó y me ofendió más que esa barbaridad, que incluso muchos periodistas e intelectuales defendieron. Hasta queridos colegas escribieron “églogas Pindáricas” blandiendo esta defensa y advirtiendo de los peligros a la democracia de callar la voz de SuperExclusivo…
El periodismo toma como base la ética. Investiga e informa con seriedad y altos propósitos. La sesión de una hora de la Comay fue un espacio de entretenimiento del más barato- pero entretenimiento al fin, indudablemente carente de nobles intenciones.
Oda a Cobo Santarrosa que tomó de idiota al país, que alimentó su morbosidad, que se hacía acompañar por un caballerete igualmente ignorante y machista, y que supo entrar en los hogares puertorriqueños con entera impunidad.
Era el tiempo. Si bien fueron las redes sociales, los grupos, o quienes fueron los que hicieron tambalear el susodicho espacio en la televisión, yo me siento satisfecha de que, por el momento, se acabó un rato tan barato y nauseabundo, que no nos hacía de ningún modo mejor como pueblo.
He dicho.
Ángeles Alvarado, periodista jubilosamente jubilada (de asuntos económicos, mal llamados, “de Negocios”).