Opinión
Por Roberto Orro*
Raúl Castro no ha dejado de ser el máximo líder de Cuba. Aunque haya anunciado su retiro de la vida política, y así lo haya creído el 99% de la intelectualidad del planeta, Raúl conserva intacto su poder de tener la última palabra en la Isla. Es más, ha aprovechado a sus anchas el recién concluido Congreso del Partido Comunista de Cuba para colocar en los más altos cargos políticos a un nuevo grupo de dirigentes que habrán de sucederle cuando deje de existir físicamente.
La pasada semana, Raúl pronunció un discurso de más de dos horas en la inauguración del Congreso. Para ser un hombre que en junio cumplirá 90 años, se le vio bien físicamente. La falta de transparencia y la censura imperantes en Cuba impiden saber el verdadero estado de salud de Raúl, pero lo cierto es que se ve en mejores condiciones que Joe Biden, pese a que el presidente norteamericano es once años más joven.
El supuesto retiro es una necesidad que le impone su avanzada edad, pero también una vía conveniente de librarse de esa atención pública que Raúl, a diferencia de Fidel, no disfruta en modo alguno. Al convertirse en un invisible líder supremo, Raúl se vuelve de cierta forma más místico y temido: nadie sabe cuándo aparecerá súbitamente a defenestrar algún dirigente.
En una jugada magistral y fulminante, Raúl envió al retiro a todos los dirigentes de la vieja guardia revolucionaria que aún viven. Algunos seguirán disfrutando de prebendas y privilegios, y de vez en cuando recibirán las reverencias que tanto les gustan, pero sus carreras políticas han terminado. A partir de ahora, Raúl será el único puente entre padres e hijos de la Revolución cubana.
Hombre de familia con fuertes inclinaciones nepotistas, Raúl colocó en el Buró Político y en el Comité Central a una nueva hornada de leales generales y a miembros de su clan familiar, todos con buenas relaciones con el hijo de Raúl, el coronel Alejandro Castro Espín. Días antes del Congreso, designó a un protegido suyo, el general Álvaro López Miera, como nuevo ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). López Miera también tiene en su hoja de servicio las contiendas bélicas africanas, pero es un hombre mucho más culto y educado que el anterior ministro, el general Leopoldo Cintras Fías, un aguerrido guajiro de la Sierra Maestra.
López Miera, al igual que otros “jóvenes” generales elevados a altos puestos políticos, encaja mucho mejor dentro de la profunda transformación que han sufrido los organismos armados de Cuba, las FAR y el Ministerio del Interior. De la poderosa máquina de guerra de antaño, al ejército de Cuba le queda muy poco. En los nuevos tiempos, el ejército ha devenido en un gigantesco conglomerado con matices burgueses, en el que se confunden actividades de defensa, comerciales y de control político interno.
Resalta en el Buró Político la figura del yerno de Raúl, el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, casado con Débora Castro. Luis Alberto, como se le conoce en la alta sociedad cubana, tiene sangre azul revolucionaria, pues su padre fue general y jefe de los servicios médicos de las FAR. El poderoso yerno ha amasado un imponente poder político y económico en su condición de presidente del Grupo de Acción Empresarial (GAE), gigantesca corporación que controla todos los circuitos dolarizados de la economía cubana y que sin dudas es el holding más grande del Caribe (Puerto Rico incluido).
En el recién concluido Congreso culminó la investidura de Miguel Díaz Canel como un gran líder con escasos poderes (por el momento). A su cargo de presidente de la República, Díaz Canel suma ahora el de Primer Secretario del Partido Comunista que Raúl le traspasó. En papel, Díaz Canel ostenta un poder absoluto, pero, como suele suceder en Cuba, entre la realidad y la formalidad hay un gran trecho.
La posición de Díaz Canel no es nada envidiable. Raúl le ha asignado la tarea de ser la cara visible de la dirigencia revolucionaria y rendir cuentas como presidente y máximo líder político, al mismo tiempo que lo ha cercado con sus familiares y protegidos. De aquí en adelante, en las reuniones del Buró Político, Díaz Canel tendrá que verse cara a cara con el poderosísimo Luis Alberto, con el fiel lugarteniente de este y primer ministro de Cuba, Manuel Marrero, y por supuesto, con el refinado, pero no por ello menos peligroso López Miera. Definitivamente, Díaz Canel tendrá que hacer verdaderos malabares para equilibrar el respeto que se le debe a su investidura con el cuidado de no contrariar a los favoritos del Gran Líder.
Si algo ha quedado claro luego de concluido el Congreso, es que Cuba marcha aceleradamente hacia una dirección colegiada. La gran interrogante es si un sistema que ha subsistido más de 60 años, gracias a que las órdenes siempre han fluido verticalmente, resistirá un cambio tan radical en sus mecanismos de dirección. Mientras Raúl viva, seguirá actuando como incuestionable árbitro con la capacidad de asegurar que sus muchachos no se “vayan a las manos”. Una vez deje de existir físicamente, algo que puede ocurrir en cualquier momento por su avanzada edad, las reglas de juego cambiarán diametralmente.
La economía y el entorno exterior serán claves en el rumbo político de Cuba en los próximos años. Los nuevos dirigentes necesitan mostrarle al pueblo buenas cartas de triunfo en el terreno económico. Si logran sortear lo que parece ser una nueva tormenta económica en la Isla, la fórmula colegiada tendrá muy buenas probabilidades de supervivencia. De lo contrario, es casi seguro que los planes de sucesión ordenada de Raúl Castro no lleguen a buen puerto.
- El autor es economista y socio de Grupo Estratega