Por Roberto Orro*
Puerto Rico, Alaska y Hawái forman parte de un privilegiado grupo de jurisdicciones de los Estados Unidos que ha logrado mantener a raya el coronavirus. Cabe entonces preguntarse si existe un factor común a estos tres territorios que explique en gran medida su muy favorable situación.
Al igual que Puerto Rico, Alaska y Hawái están geográficamente separados de los Estados Unidos continentales. La vía aérea es la única forma de llegar a cualquiera de estos dos estados. La lejanía y la inexistencia de comunicación terrestre con el resto del país han sido grandes aliados de Alaska y Hawái en el exitoso control de la pandemia. De hecho, Hawái es el estado que tiene el menor porcentaje de defunciones por cada millón de habitantes, con sólo 12, seguido de cerca por Alaska con 14. Ambos superan en este renglón a Puerto Rico, que tiene 40 defunciones por cada millón de habitantes, aunque hay que recordar que más de la mitad de los fallecimientos adjudicados al coronavirus en la Isla no han sido confirmados como casos positivos.
Al observar la geografía del virus en Estados Unidos, salta a la vista una elevada concentración de casos en las principales ciudades del país. Estos importantes centros urbanos han actuado literalmente como grandes incubadoras del Covid-19. Peor aún, el letal impacto ha trascendido sus fronteras y han exportado el virus a estados y ciudades vecinas, con el consiguiente saldo elevado de infecciones y decesos.
El estado de Rhode Island ofrece un elocuente ejemplo de lo que conlleva la cercanía geográfica a un hot spot. En marzo, cuando ya se ha había decretado el estado de emergencia nacional, Rhode Island era un oasis en el noreste de Estados Unidos: reportó su primera muerte por Covid-19 el 28 de marzo, incluso después de Puerto Rico. A finales de ese mes, ante el avance incontrolable de la pandemia en New York y en el vecino estado de Connecticut, la gobernadora de Rhode Island intentó frenar el arribo por vía terrestre de personas procedentes de la Gran Manzana. Sus esfuerzos, sin embargo, fueron estériles y hoy día Rhode Island tiene una tasa de muertes de coronavirus por millón de habitantes que es 17 veces más alta que la de Puerto Rico.
Sin lugar a dudas, su condición de isla ha sido un factor positivo para Puerto Rico en esta adversa coyuntura, aunque su importancia suele minimizarse. Prevalece en la sociedad puertorriqueña la opinión de que todo el éxito en la lucha contra el terrible virus se reduce a la fórmula “quédate en casa”. Se sobrestima el rol del encierro domiciliario a la par que se subestiman el papel del aislamiento geográfico y la abrupta disminución en el número de pasajeros que han arribado al aeropuerto Luis Muñoz Marín, único punto de entrada a Puerto Rico desde marzo.
Lo cierto es que de nada habrían servido el encierro domiciliario y el toque de queda si a los hogares de Puerto Rico hubiesen llegado miles de familiares contagiados en otros estados. Es más, el confinamiento hubiese catalizado la propagación del virus mediante la transmisión familiar. En poco tiempo los contagios habrían desbordado el círculo familiar para regarse como pólvora por las comunidades y toda la Isla.
Definitivamente, no se puede ni es recomendable mantener a Puerto Rico aislado del resto del mundo eternamente. El número de vuelos y pasajeros irán en aumento de manera paulatina y se incrementarán los riesgos de entrada de personas contagiadas a la Isla. De ocurrir ese escenario, es muy probable que gran parte de la sociedad culpe, injustamente, a comercios, restaurantes y otros establecimientos por el rebrote. No es de extrañar que se levanten más voces clamando por un retorno al confinamiento domiciliario.
Para evitar esta absurda situación, el gobierno de Puerto Rico tiene que diseñar e implementar un plan eficaz que convierta al aeropuerto en un baluarte en la contención del coronavirus. Puerto Rico tiene que capitalizar su distanciamiento geográfico y cerrarle al virus su única puerta de entrada a la Isla. Es una acción necesaria e imprescindible, pues no podemos quedarnos en casa por siempre.
- El autor es economista y socio de Grupo Estratega