Por Elías R. Gutiérrez*
Llega un momento en que el líder ha de tomar una decisión y liderar. No podrá evadir el momento, a menos que esté dispuesto a las consecuencias y perder el reconocimiento que como líder pueda tener. Esos momentos son definitorios. Cuando llegan se siente una gran soledad. Se confronta el líder con sus mejores y peores emociones. El control de las peores será indispensable, no sólo para tomar la decisión sino para ejecutarla. Para ello tendrá que hacer uso de su acervo de las mejores tonalidades de su carácter. No será fácil. Si lo fuera, no habría necesidad del líder.
El gobierno de Puerto Rico es demasiada carga para la economía del país. La insuficiencia de liderato ha permitido que, bajo el manto de una supuesta democracia, el gobierno haya consumido, por adelantado, los ingresos de las próximas generaciones. Eso es lo que representa la acumulación de la deuda para la que hoy no hay recursos líquidos que permitan cumplir con los términos con que se tomó prestado.
El pueblo asintió y premió los gobiernos que tomaron prestado lo que hoy debemos. Lo hizo por vía del voto y de la reelección. Cuando rechazó gobiernos fue, en buena medida, por haber limitado el gasto y la consecuente deuda que ello hubiese conllevado. Como a Fausto, hoy se nos llega la hora de cumplir con los términos pactados. Mefistófeles presenta el pagaré y reclama el alma.
Algunos pretenden hacerse los nuevos. Pretenden estar sorprendidos. “Yo no sé nada. Yo no estaba allí. Yo llegué ahora mismo”.
Otros piden clemencia. Explican con histrionismo lo que tendrán que sufrir injustamente si se les hace partícipes del pago vencido. De pronto, todo tipo de argumento se ha desenfundado para pedir trato especial. De pronto se olvida el reclamo de igualdad democrática. Ahora lo que se reclama es que, por ser distintos, a unos ciudadanos se les trate de forma distinta.
El líder ha presentado, tardíamente, una solución profunda al sistema fiscal. Un sistema que ha desembocado en la bancarrota. La reacción ha sido el rechazo por todas las razones del mundo. Todas las razones legitimas o no se levanta en un cacofónica gritería. Uno a uno, grupo a grupo, sector por sector, partido por partido. Algunos juraron oposición aun antes de que la solución que presentaría el líder fuese conocida. Otros prometieron desmantelar el sistema propuesto en un período que pudiera estar tan cerca como en menos de 24 meses.
Cuando se solicitan “alternativas” para discutir la propuesta, se produce una serie de generalidades o medidas insuficientes que no dan el grado cuantitativo ni cualitativo para alcanzar los objetivos menos ambiciosos. Una de las más increíbles consiste en no cambiar lo que existe, sino mejorarlo. Basten dos preguntas retóricas para ilustrar el punto.
1) ¿Cómo mejora usted un sistema roto, que ha provocado, por el estímulo que es inherente a su naturaleza, el gasto irresponsable al sobre imponer intereses partidistas por el interés común?
2) ¿A quién se le ocurre plantear como solución aumentar la tasa al impuesto que ha fracasado porque su diseño original responde a la estrategia de una legislatura dominada por un partido de oposición que buscaba precisamente que no funcionara para hacer daño al gobernador de entonces?
En estos momentos, reina la irracionalidad alimentada por la agitación política. Ya los argumentos no se evalúan en sus méritos. El país está en medio de una rabieta, de un episodio de mal de pelea. Una rabieta similar a la que es normal en niños malcriados. Un episodio de histeria histriónica llamada por nuestros padres y abuelos “mal de pelea”.
El líder tendrá que navegar por un estrecho de mar picado. Tendrá que aguantar y pagar las consecuencias de lo tardío de su actuación. Tendrá que hacerlo con un acervo de liderato menguado por expresiones anteriores. Expresiones que intentaron ser graciosas, pero que demostraron inmadurez, ignorancia e ineptitud. Falló en su rol de maestro, educador y orientador. Siguió, aparentemente, los consejos de meros publicistas. Perdió de vista que la crisis no podía negarse. Había que reconocerla y anticiparla.
* El autor es economista y planificador