Por: Fernando Ramírez, director regional de ventas Caribe Centro América

Hace poco más de una década, la gran mayoría de los empleados realizaba todas sus tareas en computadoras de escritorio que corrían programas  de manera local. Pero en relativamente poco tiempo esta realidad se ha modificado de manera notable. Primero se popularizaron las laptops, y surgió la necesidad de comenzar a brindar acceso remoto a algunas aplicaciones. Luego, con la llegada de los primeros teléfonos inteligentes,  el correo electrónico dejó de ser accesible sólo desde la oficina y pasó a ser una aplicación a la que se puede acceder en cualquier momento y desde cualquier lugar. Hoy, con el éxito de las tabletas y la profundización del paradigma de la movilidad, gran parte del personal pasa cada vez más tiempo conectado a aplicaciones corporativas desde redes externas a la compañía, y esto plantea numerosos desafíos que debemos saber cómo gestionar.

Según un estudio reciente (McAfee, 2011),  un 63% de los dispositivos conectados a las redes de grandes empresas no sólo son utilizados para realizar tareas profesionales, sino que también se utilizan para actividades personales. Además, cada vez es más común que sean los empleados los que eligen el dispositivo con el cual se conectan. No sólo usan los teléfonos inteligentes que les brinda la compañía, también optan por sus propios teléfono inteligentes y tabletas.  Esta tendencia se da a partir de una expansión del consumismo e implica que algunas decisiones que antes eran dominio exclusivo de los CIOs ahora pueden llegar a quedar en manos de los usuarios.

Por supuesto que esta fiebre del consumismo ofrece diversos puntos fuertes para los sectores de IT, pero también presenta debilidades. Por el lado de las ventajas, podemos señalar mayor satisfacción y productividad por parte de los empleados, que pueden elegir el dispositivo que mejor se adapte a sus necesidades y que les permita estar siempre conectados de la manera más cómoda. Pero las amenazas de este modelo también son notables.  Se configura un universo móvil cada vez más diverso y con dispositivos de mayor complejidad, donde los responsables de IT se ven obligados a administrar flotas cada vez más diversas.

Hasta hace algunos años el rey de las comunicaciones empresariales era BlackBerry, y las principales preocupaciones tenían que ver con la seguridad física de los aparatos y con cómo brindar más aplicaciones sobre esta plataforma. Hoy, los empleados se conectan a las aplicaciones en la nube a través de iPads, iPods, teléfonos y tabletas con Android o Windows Mobile. A veces, incluso, utilizan más de una de estas plataformas dependiendo del momento o el lugar de conexión. Estos dispositivos, además, son utilizados en muchos casos para actividades personales que implican la descarga de aplicaciones de terceros, con todos los riesgos que eso conlleva para las redes internas de una compañía.

¿Qué hacer, entonces, ante estas circunstancias? ¿Es posible seguir con el viejo paradigma y prohibir totalmente a los empleados el uso de sus propios dispositivos? ¿Se puede mantener el modelo restrictivo de la movilidad corporativa, en el que sólo es posible conectarse a la red desde un teléfono inteligente provisto por la compañía? Si bien para muchos esta opción aún puede resultar válida,  lo cierto es que, en un ambiente móvil cada vez más diverso, puede terminar resultando contraproducente. Lo que más quieren las empresas es personal comprometido y entusiasmado con su trabajo, dispuesto a los máximos sacrificios para alcanzar los objetivos de la compañía. Y, aunque parezca un detalle nimio, brindar a los empleados la posibilidad de conectarse  a las aplicaciones corporativas desde el dispositivo que consideren más conveniente puede suponer una importante mejora en la satisfacción laboral y en la forma en que perciben su relación con la empresa.

Aparentemente, este fenómeno de expansión del consumismo que afecta al sector IT no se constituye como una moda pasajera. Las empresas deberán aprender a lidiar con este nuevo medioambiente de trabajo que ofrece, en muchos sentidos, una mayor complejidad. Lo primero que debe hacer cualquier compañía que opere en la nube es establecer directrices  claras de seguridad. Debe establecer si permite o no la conexión desde dispositivos personales, si está habilitada o no la instalación de aplicaciones de terceros en el equipo  que se utiliza para conectarse a la nube, entre muchas otras variables.  Cada empleado tiene que conocer las normas de seguridad en detalle, y saber con precisión cuáles son sus compromisos en la utilización de una aplicación en línea.  Como en toda estructura de IT, el punto fundamental a la hora de establecer una política de seguridad debe ser el usuario.  La empresa, entonces, debe brindar a los empleados las herramientas y la capacitación suficiente para que no se corran riesgos, y establecer claramente cuáles son sus niveles de responsabilidad en la seguridad corporativa. Sólo así será posible mantener altos estándares de seguridad en un contexto móvil cada vez más diverso, que no es simplemente un capricho de los profesionales, sino que es resultado de fuertes cambios en la naturaleza del trabajo a los que la empresa debe saber adaptarse.