Una tarde en un colegio electoral del barrio en Filadelfia, Pensilvania
Por Joel Cintrón Arbasetti I Centro de Periodismo Investigativo
María está barriendo los escalones que dan al balcón de su casa. El balcón tiene rejas negras de donde cuelgan varios tiestos con plantas florales, campanillas de viento y un letrero que dice: LIMBER A LA VENTA AQUÍ. El anuncio tiene de imagen de fondo una escena playera, sobre la que se leen los diez sabores disponibles, entre ellos coco, oreo y tamarindo. A $1.50.
Son apenas las cinco de la tarde, pero la noche ya empieza a caer, con la pesadumbre del invierno que se acerca. María vive en una calle estrecha que conecta con Allegheny Avenue, al norte de Filadelfia: dos carriles de tráfico incesante y agresivo, food trucks con luces de neón y nombres como “El Patrón frituras”, “Puerto Rico Hot Dog” y restaurantes que anuncian comida “hispana” o sabor “latino”.
Justo al lado de la estación del tren de Allegheny con Kensington Avenue, hay un bar con paredes de ladrillo, iluminado en rojo por dentro, que se llama “Laberinto de pasión”. En ese bar hay una bandera puertorriqueña en el cristal de la puerta a través de la cual veo un televisor gigante detrás de la barra, sintonizado en Telemundo. Un reportero en gabán transmite frente a una fila de gente en algún colegio electoral en Estados Unidos. En los subtítulos se lee: “Tiempo todavía para votar”. Más nadie mira al televisor. El bar está cerrado, vacío y con las butacas boca abajo. Por los alrededores se mueven, se tambalean, o reposan tiradas en la acera, con la piel en carne viva, decenas de personas que padecen la epidemia de opioides.
Es día de elecciones en Estados Unidos. Acá, al menos en Pensilvania, los colegios electorales cierran a las 8 de la noche. Y a eso de las 5:00 de la tarde, María barre los escalones de su casa, sin decidir todavía si irá a votar. Pero si alguien tiene tiempo para decidirse a última hora es ella. Su casa queda frente a frente con una escuela que hoy es un centro de votación.
María, original de Manatí, lleva 17 años viviendo aquí en Filadelfia, en un barrio conocido como Harrowgate. Dice que tiene a toda su familia en Puerto Rico, y aunque le importa lo que está pasando en su país natal, no está pendiente al proceso electoral que también hoy se está dando allá. Sobre las elecciones en Estados Unidos, definitivamente no se muestra motivada, ni siquiera para hablar del tema. Y por lo que se ve, seguramente ni cruce la calle para ir a votar.
Con el cielo ya completamente oscuro, le compro un limber de tamarindo y cruzo la calle, hacia el colegio electoral. En el portón está Guillo, de la República Dominicana, repartiendo un papelito con el “Official Democratic City Committee Ballot”. Una lista con los nombres de las candidaturas demócratas a la presidencia, al Senado y a la Cámara de Representantes de Washington. Y a los puestos estatales de fiscal general, contralor y secretario del tesoro de Pensilvania, por los que se vota el mismo día de las elecciones presidenciales. Quienes corren para esos puestos apenas hacen campaña y casi nadie los conoce. Por lo general la gente los escoge de listas que demócratas (siempre demócratas) voluntarios, o activistas pagos, reparten frente a la entrada de los colegios electorales.
Guillo me dice que el día ha estado lento, que no ha venido mucha gente porque están trabajando. Pero que ahora, después de las 5, se espera que empiecen a llegar. A diferencia de en Puerto Rico, donde el día de las elecciones parece un feriado para mucha gente, en Estados Unidos se trabaja de forma regular.
Por la calle se escucha venir, a todo volumen, la canción “Puerto Rico” del salsero Frankie Ruiz. Proviene de las bocinas de un Polaris, un vehículo deportivo de tres ruedas, descapotado, que se parece al carro de Batman. La gente que está frente a la escuela empieza a cantar mientras pasa el vehículo iluminado con luces de neón. La escuela es un edificio de ladrillo que ocupa una cuadra entera. Por la parte que mira hacia la Avenida Allegheny, tiene murales con mensajes en español como “Volando hacia un mañana brillante”.
Camino por una leve pendiente que da a la entrada de la cancha de baloncesto de la escuela, convertida ahora en centro de votación. Al lado de la puerta hay un grupo de unas seis mujeres, algunas sentadas en sillas plegables y otras de pie. Dan la bienvenida a las personas que llegan a votar. Aplauden a las que salen después de emitir el voto, a veces extremadamente efusivas. Son funcionarias o voluntarias de colegio que actúan como animadoras del proceso electoral.
Gritan, en español:
“¡Gracias por votar, mama!”.
“¡Gracias por tu voto, es muy importante! ¡Un voto es un voto!”.
Entra una pareja veinteañera y una de las mujeres, que sabe que estoy parado en una esquina observando, me grita:
“Papi, apunta, que la juventud dijo presente”.
Audio por Joel Cintrón Arbasetti | Centro de Periodismo Investigativo
La que me grita que anote en mi libretita de páginas amarillas se llama Carmen. “Hemos visto que en estas elecciones los hispanos han salido a votar”, dice. “Han dicho presente”, dice otra de las mujeres, por encima de la voz de Carmen, como si le hiciera coro. Carmen le termina la oración: “han dicho presente en esta votación. Han venido abuelas con sus nietos. Hemos visto grupos de familia entrar juntos. Ha sido una elección bien hispana”.
Carmen lleva aquí desde las 7:00 de la mañana. Y dice que de los que ella menciona que son “hispanos”, el 99% han sido puertorriqueños.
“Estamos en el norte [de Filadelfia], acuérdese”, dice, aleccionadora, haciendo referencia a la zona de la ciudad con mayor concentración boricua. En Filadelfia en general viven más de 146 mil puertorriqueños. Carmen lleva 23 años viviendo aquí, siempre en North Philly. Nació en Río Grande. Su madre todavía vive en ese pueblo del noreste de Puerto Rico.
¿Y estás pendiente a las elecciones de Puerto Rico?, le pregunto.
“Claro que estamos pendiente. Ahí estaba yo hablando con ella. Ella, mi madre, está viendo el televisor, me dice lo que está pasando allá. Me ha contado todo eso, que en los polls allá hacen fila, se inundan las calles de tanta gente que ha salido a votar”, contesta Carmen.
Le pregunto de qué partido es su mamá. “Mi mamá es palma, como dicen en Puerto Rico”. ¿Y usted, si estuviera allá?. “Es secreto”, responde. “Pero de aquí yo no voy a esconderme a quién yo apoyo. Yo apoyo a la mujer. Porque nosotros necesitamos una mujer que nos apoye, que nos ayude a levantarnos. Y voy a ella 100%, y si ganamos o no ganamos, yo sé que mi voto no fue perdido. Pero a la gente que entra aquí nosotras no le decimos por quién votar. Les decimos, ‘vote con su mente y su corazón’”, dice Carmen.
Describe su labor allí como un esfuerzo para que el proceso sea “masivo”. Lo que se ve es que ella, y las demás mujeres que están aquí, al menos hacen del momento de ir a votar uno divertido y alegre. Celebran el hecho de que vengan a votar, aunque no sepan a quién le van a dar el voto.
“Porque nuestra comunidad es hispana y entre muchos podemos hacer algo. Yo soy una madre que perdió a su hijo hace dos meses en la violencia. So qué pasa, que necesitamos a alguien fuerte que nos pueda ayudar, si no salimos a votar, cómo vamos a ejercer nuestros derechos”, dice Carmen, quien viste un hoodie y pantalones negros. Su hijo tenía 24 años cuando fue asesinado en Filadelfia. Ella tiene 50.
Entro a la cancha en donde se lleva a cabo la votación, sin estar seguro de si puedo o no estar aquí, pero comoquiera entro. El flujo de gente es constante. Entran y salen de votar como en cinco minutos, sin hacer fila. La cancha es amplia y exageradamente iluminada. Las paredes son blancas con una franja roja, y hay por lo menos ocho máquinas de votación. Al lado de una de esas máquinas está parada una mujer mayor, con espejuelos, que me dice que se llama Nilsa Rodríguez.
“Yo empecé aquí a las 7:30 [de la mañana]. La participación ha estado bien buena. Yo he trabajado para elecciones hace muchos años y I’ve never seen a turnout like this, sí, it has being amazing, smoothly and no problems at all”, dice Rodríguez.
En 15 años que lleva trabajando en las elecciones, dice que esta es la de mayor participación que ha visto. Es de Bayamón, criada en Filadelfia, y tiene 63 años. Asegura que no está pendiente a las elecciones de Puerto Rico. En Estados Unidos, dice que se involucró en el proceso electoral siguiendo los pasos de su madre.
Su función aquí es observar, velar el voto de los demócratas, “que no haya trampa”, dice Nilsa. Y dirigir a la gente a sus divisiones electorales, porque a veces saben que deben votar en el Ward 7, pero no saben la división, y llegan al colegio electoral equivocado. En ese caso, entra en función una mujer bajita y encorvada que está afuera, fumando, y que me dice con voz ronca que le llame La Flaca.
“Yo he llevau a unos cuantos sitios a unas cuantas gentes”, me dice. Y lo hace con su carro personal. Además de transportar a personas que llegan aquí, caminando, por equivocación, también busca en sus casas a personas que no tendrían otra manera de llegar a su centro de votación. Le pregunto al grupo de mujeres frente al colegio electoral si les pagan por este trabajo. Una dice que es voluntario. Otra dice que le pagan $100. La otra le riposta diciendo, “eso no es un salario, esto es voluntario”.
Carmen me aconseja que vaya adentro de nuevo, a entrevistar a “un señor”. Entro a la cancha y rápidamente adivino cuál es “el señor”. Está parado al fondo, al lado de una mesa de funcionarios de colegio, gritando y pitando, animando a la gente, diciendo “¡viene viene, vamo a votar!”. Tiene un hoodie azul y una frondosa barba blanca, amarrada en una trenza que le cuelga de la barbilla. Cuando le digo que soy periodista, responde sin esperar preguntas:
“Yo soy boricua con 84 años, nacido en San Juan, Puerto Rico. Estuve en el Army, en Vietnam y soy retirau, ¿qué más deseas saber?”. Habla rapidísimo y se adelanta a las preguntas, como si supiera de memoria el libreto periodístico de entrevistas. “He trabajado en las elecciones por 40 años. Están saliendo a votar más gente que antes”, dice “el señor”, que se llama Emilio, alias “Mike Barba”.
“Quiere decir que, dos cosas, o quieren poner a Donald Trump, o lo quieren sacar. Tendrán sus razones. Yo con mi edad, y ya retirau, yo no tengo razón pa’ sacar a nadie. Se puede trepar Hitler, se puede trepar Fidel Castro, se puede trepar Musolini, ninguno me va a ahuyentar a mí. Porque con pensión o sin pensión, yo sé sobrevivir. I am a survivor, I got shot in Vietnam seven times. Yo le metí 30 años en defender esta patria y tratan a uno como mierda”, dice Mike Barba. Evita mencionar por quién votó. Pero ese linaje de genocidas, dictadores y fascistas en el que coloca a Trump, es más que elocuente.
¿Qué lo motiva a estar aquí? “Me gusta ayudar al prójimo, y al que viene por aquí, yo lo ayudo”, responde. Es oriundo de Santurce, se mudó a Filadelfia en 1956 y lleva décadas viviendo en la misma calle de North Philly.
Otra vez afuera. Las animadoras, Carmen, La Flaca, una mujer blanca que no sabe español pero que se ríe de todos los chistes, una madre y una hija que hacen esta labor juntas y que no me quieren hablar, siguen motivando a quienes entran y salen de la cancha. La mujer adulta que anda con su madre, está parada, mirando hacia el portón y el camino por donde viene la gente, ella es la primera que los recibe, con un “bienvenidos, entren por allí”. Llega un hombre blanco, alto y fornido, que no ríe las gracias del vitoreo de la corilla, y al que Carmen no titubea en bautizar, por lo bajo, como “el futbolista”.
Queda menos de una hora para que cierre el centro de votación y hasta el momento no he visto llegar a María, la señora de los limbers. Probablemente no votará, y mañana y por el resto de los días su vida seguirá igual.
Me despido de las animadoras. Y Carmen, quien parece tener vocación de jefa periodística, me dice que vaya a otra escuela que está cerca, donde van muchos latinos a votar. Le hago caso y camino hacia la otra escuela. Allí el ambiente es de party. En el parking, al lado de la entrada del portón frontal, hay un DJ tocando Hip Hop para amenizar el proceso de votar. El portón de la escuela tiene letreros que dicen “La Presidenta”, expresando el deseo de que Kamala Harris gane la elección.
Veo a dos mujeres que salieron de esa escuela, se disponen a cruzar la calle. Me atrevo a preguntarles por quién votaron. Una de ellas me ignora por completo, cruza la calle. La otra se queda y me dice, tapándose un poco la boca, como quien va a decir algo que le avergüenza, que votó por Trump. Se llama Maribel, es puertorriqueña y lleva 30 años viviendo en Filadelfia. Tiene 62 años y se dedica a cuidar a personas mayores en sus casas. Le pregunté por qué votó por Trump.
“Por Rusia, China, los comunistas, los inmigrantes que no son citizens, él [Trump] mostró que no les teme. It ‘s scary en esta nación como estamos. Yo no quiero que vengan de otros sitios a destruir”, dice Maribel.
Sobre el proceso electoral de Puerto Rico no está al tanto, pero dice que “siente mucho por la isla”. Su amiga le hace señas desde el otro lado de la calle, para que cruce ya. Pero Maribel quiere seguir conversando. Me hace varias preguntas. Después de hablar un rato se acerca, me abraza fuerte como si me conociera de toda la vida. Cruza la calle y ella y su amiga entran a una iglesia evangélica de fachada neogótica.
Ya en camino de regreso a la estación de tren, un hombre, con un bastón negro, que está recostado en los escalones de otra iglesia neogótica — hay muchas por aquí —, me grita en inglés: “Who wins?”.
Le digo que todavía es muy temprano para saber. Que a lo mejor no vamos a saber por par de días. Se queda como mudo. Cambio a español espontáneamente, y le pregunto si votó.
En español responde que no, que acaba de salir de la cárcel por un DUI (driving under the influence o guiar bajo la influencia), que no tiene identificaciones y que vive en la calle. Le digo lo que estoy haciendo por allí, entrevistando gente, preguntando cosas sobre las elecciones. Con desconfianza en su rostro, me dice que se llama Pedro. Original de San Juan, se mudó a Filadelfia en el 1994, trabajaba reparando techos. Pero un día se cayó.
“Eso me cambió la vida, me jodí las manos trabajando en el frío”, dice.
Pedro quiere que gane Harris. Le digo que voy para la estación, y hace una expresión muda señalando, queriendo decir que está lejos. Me dice que tenga cuidado y me echa la bendición.