Alba J. Brugueras Fabre. (Foto suministrada)

Opinión

Por Alba J. Brugueras Fabre*

Históricamente, la profesión de economista ha incluido pocas mujeres. Esta realidad se encuentra dentro de la disciplina de la economía desde la academia, el mercado laboral, hasta en la exposición sobre la discusión de temas económicos de País.

Podríamos decir que este fenómeno tiene implicaciones multidimensionales. Primero, condiciona la disciplina, restringiendo la gama de problemas económicos abordados para su análisis y búsqueda de soluciones. Segundo, se limita la capacidad para comprender problemas desde una perspectiva de inclusión y diversidad, y que tiene extensiones, por ejemplo, en el empleo de ninguna o baja remuneración, en el cuido de menores o adultos mayores, en el impacto del sistema contributivo en las decisiones del hogar, entre otros aspectos económicos. Tercero, se pueden llegar a conclusiones o soluciones incompletas o inadecuadas sobre ciertos grupos en la economía, como en las comunidades vulnerables al cambio climático, a la salud, al empleo, entre otras. Cuarto, excluye a un segmento significativo de la población, y quinto, impacta generaciones jóvenes al no tener un referente o sentirse representada en la discusión diaria. Ello ante la invisibilización de las mujeres economistas que se ha experimentado en los medios o en consultas de opinión sobre eventos económicos en el País. La representación importa para las generaciones futuras, y en la economía no es la excepción, sobretodo al momento de seleccionar una profesión o carrera académica.

Visualicemos por un momento una completa igualdad de oportunidades en las disciplinas, una representación balanceada de los géneros, y una profesión más inclusiva y que apueste a la diversidad. Concretar esta visión, nos impulsará a ser una profesión atractiva y vibrante en todas las esferas de la práctica. Mientras, obtenemos otros beneficios, como el enriquecimiento de la discusión desde diversas perspectivas, el aumento de la participación social al escuchar más voces femeninas, el empoderamiento de las mujeres para que asuman roles de liderazgo, y el apoyo en su desarrollo profesional y personal. De igual manera, nos beneficiamos en la promoción del diálogo efectivo y de enfoques dinámicos que retan la profesión de economista. Además, el reconocimiento de las aportaciones de mujeres en el estudio y la aplicación de la economía, y el estímulo a más mujeres en la investigación, en el desarrollo de políticas públicas y en las organizaciones.

En el Día Internacional de la Mujer celebremos nuestras aportaciones, pero también hagamos el esfuerzo para modelar ante las nuevas generaciones la participación de la mujer economista en la discusión de País.

  • La autora fue presidenta de la Asociación de Economistas (2018-2019, 2020-2021) y es catedrática auxiliar en la Universidad del Sagrado Corazón