Recorrido por algunas áreas del Hipódromo Camarero. Entrenadora y cuidadores esperan para que el ejemplar sea evalúado por el veterinario. (Foto: Nahira Montcourt)

En las cuadras se esconde un patrón de participaciones de caballos que no están en condiciones para competir y con lesiones graves, el abandono de ejemplares, los accidentes que ponen en riesgo la vida de los jinetes y las muertes por eutanasia que entre 2015 y 2020 superaron los 1,400 caballos en una sola clínica veterinaria.

Por José M. Encarnación Martínez | Centro de Periodismo Investigativo

Es viernes y es día de cobro. Abuelo dice que de vez en cuando es bueno apostar unos pesitos “para probar la suerte”. Por eso estamos en una agencia hípica preparando un cuadrito, con mascarilla puesta, las manos pegajosas por el hand sanitizer y unas cuantas “orejitas” sobre la mesa. Quiero jugarle a un caballo que hace cinco años no corre. Se llama Cachupito y es el número once de la sexta carrera. Los hípicos aquí se ríen cuando ven el nombre del caballo en la revista hípica. A sus doce años, Cachupito sería el “tajo” clásico, porque su última carrera fue en 2016 y luego del huracán María pasó buen tiempo desnutrido y abandonado en las cuadras del hipódromo.

No es normal ver un caballo tan viejo en un programa de carreras. Tampoco ver a un caballo reaparecer luego de cinco años de inactividad. “Pero [en el Hipódromo] Camarero se ve de todo”, dice abuelo. “De las siete carreras que hay hoy, cinco son por el reclamo más bajo [$4,000], caballos que no están bien. Imagínate, un viernes de cobro y cinco de las seis carreras válidas para el Poolpote son para caballos viejos o lastimados”. Los “caballos de reclamo” son aquellos que, a cambio de una suma establecida de dinero, pueden pasar a otro dueño que los reclame durante la tanda hípica. En Puerto Rico los caballos de reclamo son la orden del día.

Abuelo dice que con Cachupito voy a botar mi dinero. “Vas a regalar los chavos”, asegura riéndose. “Ese caballo ni debe estar en el programa”.

Puede que hable con razón. Es la segunda vez en lo que va de año que Cachupito aparece en el programa “listo” para correr. La primera ocasión fue retirado en el arrancadero, porque el veterinario determinó que estaba cojo. Aquí en la agencia hípica nadie se explica cómo Cachupito sigue activo.

El 13 de abril el director ejecutivo de la Comisión de Juegos del Gobierno de Puerto Rico, Orlando Rivera Carrión, firmó una orden ejecutiva para exigirle a la administración del Hipódromo Camarero, así como a dueños y entrenadores, los inventarios de jaulas disponibles y caballos activos e inactivos en las cuadras. Esa información debía estar disponible antes de emitida esta orden y actualizada en los archivos de las autoridades gubernamentales, según estipulado en el reglamento del área de cuadras. Pero el Gobierno, encargado por ley de regular y fiscalizar todo lo relacionado a las carreras de caballos en la Isla, apenas sigue el rastro de los purasangres desde hace años.

Según el Negociado del Deporte Hípico, en un conteo relámpago que hizo la Comisión de Juegos entre febrero y marzo se identificaron 615 caballos importados y 583 nativos en el área de cuadras del hipódromo. De esos, alrededor de 200 purasangres estaban inactivos o llevaban fuera de competencia más de 45 días, como el caso de Cachupito, en violación al Artículo 16 del reglamento del área de cuadras. Es decir, llevaban meses o años encerrados en sus jaulas. 

Me concentro en mi apuesta. No le digo nada al abuelo y sigo leyendo la revista hípica. Hay otro caballo que pasó más de un año inactivo en el área de cuadras del hipódromo. Se llama Reportero y antes del 2020 estuvo 26 meses enjaulado, sin competir en una sola carrera oficial, según los registros de Equineline. Hoy partirá de la posición número uno cuando abran las compuertas en el mismo evento que Cachupito. En marzo, Reportero se lastimó. Ese día al abandonar la carrera recibió una “suspensión indefinida” del veterinario de turno, documentada en el informe que sometió el Jurado Hípico, que supervisa y administra las jornadas competitivas. Pero aquí está el ejemplar, como alternativa para efectos de las apuestas de esta tarde. En abril corrió dos veces, pero sus patas ya no daban para mucho más y llegó muy lejos del primer lugar.

“Es que hay que rellenar las carreras”, reclama abuelo. “En la sexta [carrera] uno juega al favorito en línea y ya”. Abuelo sugiere seleccionar al caballo con más posibilidades de llegar primero y olvidarse del resto. No hago caso. Cachupito corre, termina último, distanciado, casi caminando, pero sigue vivo. Ahora que sé lo que pasa tras las compuertas, la idea de apostarle a un caballo que no está en condiciones para correr me resulta problemática.

Responsabilidades no rinden carrera

A unos 15 minutos de la agencia hípica, en las entrañas del Hipódromo Camarero, el presidente está en su oficina. Ervin Rodríguez fue banquero por muchos años y hoy, además de ser el principal ejecutivo de la empresa operadora del único circuito hípico de Puerto Rico, es dueño y criador de caballos que corren aquí. Trata de explicarme cómo un caballo que lleva cinco años sin correr puede ser inscrito en una carrera.

“No, eso no existe. Jamás”, exclama y suelta una carcajada. “Un caballo para poder correr tiene que pasar una carrera de aprobación [prueba no oficial para certificar que el animal está apto para competir oficialmente]. Eso no puede pasar en ningún momento. Eso no pasa, eso no puede pasar”, insiste, acompañado por el director de Facilidades y Utilidades de Camarero, Antonio “Tony” Hernández, quien asiente con la cabeza.

Rodríguez reconoce que el hipódromo no hace referidos a las oficinas del Gobierno “a menos que ocurran eventos extraordinarios. Y eso es por oído. Nos dicen que vayamos a la cuadra tal y va la seguridad y chequea. Si pasa algo, se hace un informe al Negociado del Deporte Hípico”, asegura. Sobre el seguimiento a los purasangres en el área de cuadras, indicó que “nosotros tenemos vigilantes 24 horas que están velando las operaciones o cualquier ilegalidad”. Sin embargo, eso no ha impedido que en múltiples ocasiones se denuncien patrones de maltrato en las cuadras o el abandono de ejemplares fuera de los predios del hipódromo, como sucedió a principios de este año con la yegua La Carmelita.

Al fondo de la oficina de Rodríguez hay una vitrina con trofeos que complementa con el brillo de su escritorio de madera. Las paredes pintadas recogen la iluminación de este  espacio aclimatado con aire acondicionado. La escena contrasta con el ambiente de las cuadras, donde son muchos los que por el pago mínimo dan la milla extra entre gallinas, excremento de caballo, fango y pastizales que no se atienden con el mismo cuidado que esta oficina.

Ni Rodríguez ni Hernández aparentan saber del historial de Cachupito o de Reportero. A los caballos de reclamo muy poca gente los recuerda, porque son demasiados. “Deja ver cómo te explico esto”, dice Rodríguez luego de presentarle el ejemplo del primer caballo. “Los ejemplares que van a correr hoy fueron inspeccionados ayer [por un veterinario de la Comisión de Juegos]. Ayer un caballo pasó la inspección, pero detrás de la gatera encontraron que no estaba apto para correr. ¿Qué pudo haber pasado? En la jaula tiró una patá o caminando hacia la pista ocurrió algo”, teoriza.

La administración del hipódromo tampoco recibe ni solicita informes diarios a las clínicas veterinarias ubicadas en el área de cuadras. Los veterinarios de la Comisión de Juegos evalúan a los caballos antes y después de correr. El hipódromo da por sentado que cada caballo que llega a la pista lo hace en óptimas condiciones, “porque así está en el reglamento”.

Actualmente, hay dos clínicas veterinarias en el área de cuadras, una bajo la Confederación Hípica y otra bajo la Puerto Rico Horse Owners Association (PRHOA), las organizaciones que reúnen parte de los dueños de caballos. También hay veterinarios que operan de forma independiente, y en la cuadra 11 trabajan los veterinarios de la Comisión de Juegos. Según Rodríguez “nosotros [Camarero] podemos pedir el récord de un caballo a los veterinarios” a pesar de que ese procedimiento no es compulsorio. “Decimos: ‘mira, nosotros tenemos una reclamación aquí, quiero que me des el récord de tal caballo’. Pero eso [llevar registros y el historial médico de los caballos] es responsabilidad de ellos [los veterinarios]”.

De acuerdo con el reglamento de carreras, durante la planificación de las competencias, es el Secretario de Carreras el encargado de asegurarse de que los caballos propuestos para competir cumplan con todos los requisitos. Es ese funcionario el responsable de informar toda inscripción que sea indebida, negligente o con la intención de llenar una carrera para evitar que se declare desierta o incompleta. El reglamento establece que en estos casos se debe realizar una investigación para imponer sanciones y penalidades.

“Estamos estandarizando los procedimientos para cumplir”, justifica el secretario de Carreras, Robert Taylor, en mi visita al área de cuadras. “Para lograr la estandarización tenemos que mantenernos firmes y establecer cuáles son los procesos. Ya todo el mundo sabe y tienen conocimiento, pero a veces por ser un poquito más laxos, porque no se cumple con ciertas cosas [al momento de la inscripción de un caballo en una carrera], se agilizan los procesos. Pero no podemos agilizar sin que se cumplan los requerimientos”, me dice el funcionario que ocupa el cargo desde este año, aunque por más de un lustro ha trabajado en esa oficina.

Unos días después de mi visita, la yegua Harlan Daisy corrió en Camarero. Estuvo inactiva por más de un año en las cuadras y fue inscrita sin un solo entrenamiento documentado. Las autoridades hípicas la descartaron para efectos de las apuestas, pero permitieron su participación. La fiscalización de las autoridades gubernamentales se limitó al aspecto económico y no veló por el bienestar del animal. Finalizó penúltima, en la quinta posición, y sus dueños cobraron el 4% ($240) del premio de la carrera ($6,000), la partida correspondiente según la reglamentación.

Producir o la vida

Todos los veterinarios que operan en el Hipódromo Camarero tienen que recibir una licencia de las autoridades que regulan el hipismo. Pero responden directamente a los duenõs de caballos: los de la Confederación Hípica, el grupo de la PRHOA y los dueños que operan de forma independiente.

“Lo que rige o lo que podemos hacer por los animales, decidir si van a correr o qué medicamento se les da, eso es bastante estándar”, me explica el doctor Ricardo Loinaz, uno de dos veterinarios especializados en medicina deportiva que trabajan desde el hipódromo y quien está encargado de liderar la clínica de la Confederación Hípica.

“Hay caballos con los que se puede hacer más [dar mejores tratamientos] por los recursos económicos de sus intereses. Si las limitaciones del dueño no permiten que se haga la opción A, pues se trata de hacer la opción B y quizás hay que llegar hasta la opción C. El valor económico de todos los caballos en el hipódromo no es igual. Eso rige las opciones y las condiciones”, continuó Loinaz, quien detalló que llevar registros y realizar informes sobre lo que se hace o se deja de hacer en su clínica o con cualquier ejemplar en competencia no es parte de su rutina, y nadie se lo exige. “Las clínicas llevan sus propios récords”, subrayó. “En los momentos en los que nos hemos juntado todos para discutir cómo van las cosas en el hipódromo, que usualmente es cuando hay una mala racha de lesiones consecutivas, vemos si hay algo distinto o más allá del riesgo inevitable. Es información que nosotros mantenemos consistente, pero no es algo que se divulgue compulsoriamente o que sea parte rutinaria con relación al Negociado del Deporte Hípico”, dice.

A pesar de los reglamentos y de la fiscalización que el Gobierno y la administración del hipódromo se supone que hagan, los veterinarios no están obligados a informar sobre lo que hacen y dejan de hacer en las clínicas. El hipódromo opera en su burbuja, los veterinarios en la suya y el Gobierno en la suya. Cuando ocurre algo grave con los animales, entonces salen a buscar los datos que necesitan. Mientras tanto, todo el mundo va por su cuenta. No existe un universo estadístico que enlace a todos los componentes de la industria y a las autoridades gubernamentales encargadas de regularla y fiscalizarla.

Según informes obtenidos por el Centro de Periodismo Investigativo (CPI), alrededor de 900 caballos fueron sometidos a eutanasia entre 2017 y el 2020 en la clínica de la Confederación Hípica. Documentos adicionales muestran que hubo caballos eutanizados en esa misma clínica entre el 2015 y 2016. La suma de purasangres sometidos a inyección letal supera los 1,400 entre 2015 y 2020. En un lustro se sometieron a eutanasia más caballos de los que hay hoy en el área de cuadras del hipódromo en condiciones para correr (alrededor de 1,000 entre nativos e importados, de acuerdo con la información que proveyó el Negociado del Deporte Hípico).

Estas listas de la Clínica de la Confederación Hípica las preparan los veterinarios por su cuenta y no incluyen todas las muertes de purasangres ocurridas en el hipódromo, ni las que ocurren fuera de los predios de Camarero. Son resultado de una gestión de los veterinarios que no es parte de ningún protocolo oficial. El Negociado del Deporte Hípico dice que a la fecha no cuentan con un récord oficial de eutanasias realizadas en la pista de Camarero cuando un caballo se fractura una de sus extremidades o sufre un percance de gravedad, ya sea durante una tarde de carreras o durante los trabajos matinales. “Se ordenó a que a partir de este año en adelante se deberá llevar uno”, me aseguró el director del Negociado, Richard Simmons. Sin embargo, no existe una orden administrativa de la Comisión de Juegos que confirme las expresiones de Simmons. Cuando pregunté sobre dónde consta esta instrucción, el jefe de personal de la Comisión de Juegos, Alexis Berríos, confirmó que se trató de una comunicación interna directamente con la clínica veterinaria. No hay documentos. La instrucción se dio en marzo, el mismo mes en que ocurrió la entrevista.

De acuerdo con el Código de Estándares de la Alianza para la Integridad y Seguridad de la Asociación Nacional de Carreras de Purasangres en Estados Unidos (NTRA, en inglés), los informes oportunos y precisos de lesiones y muertes son fundamentales para dar seguimiento a las incidencias y desarrollar planes de acción que limiten las fatalidades y mejoren las condiciones de los caballos y los jinetes. Los hipódromos acreditados por la NTRA, que son 21 en Estados Unidos, deben establecer protocolos para monitorear todas las lesiones y muertes de caballos mientras compiten o entrenan en una pista. El proceso debe incluir una revisión constante de resultados de los exámenes previos a las carreras, observaciones posteriores a los desfiles de los caballos, exámenes post mortem (en casos fatales), y cualquier otra información relacionada con los equinos. Según el presidente del hipódromo, Camarero no es parte de la NTRA, “porque no es requisito pertenecer a eso ni nada de eso. No ha sido necesario”.

En los pasados dos años el hipódromo de Santa Anita, en California, ha estado en el ojo público, precisamente por la cantidad de muertes de caballos. En el 2019, unas 38 fatalidades fueron suficientes para acaparar la atención sobre los controles y el trato digno a los animales. Si se compara esa suma con Puerto Rico, del 2 de enero al 23 de febrero de este año, en solo tres semanas, se habían sacrificado a sobre 30 purasangres en la clínica de la Confederación Hípica, 16 de ellos por fracturas en sus patas. The Philadelphia Inquirer reportó en marzo que entre los tres hipódromos de Pennsylvania las autoridades estatales registraron sobre 1,400 muertes de caballos a partir del 2010, lo que ha provocado que el hipismo en ese estado pierda respaldo económico gubernamental aceleradamente.

En el 2020 la clínica de la Confederación Hípica en Puerto Rico sacrificó a 232 caballos mediante eutanasia, según los datos suministrados al CPI. Al menos el 52% (120) de estos caballos fueron sacrificados por sufrir fracturas en sus extremidades. Seis de las muertes no fueron justificadas por una causa física en el informe. Una yegua, de nombre Strike Swiftly, perteneciente al Establo Bulls Farm, de Jaime Toro, fue sacrificada porque el “dueño no quiere invertir más en el ejemplar. No rinde carrera. Se le sugirió que intentara ponerla en adopción y no quiso”, lee el informe del veterinario Loinaz. La mataron el 1 de diciembre, a menos de 48 horas de correr por decimocuarta vez en 11 meses.

Pregunté al doctor si la falta de una estructura fiscalizadora y la ausencia de expedientes oficiales para dar seguimiento a los caballos generan preocupación, al ver la cantidad de purasangres que hay en Puerto Rico, y en comparación a Estados Unidos.. “Sí, claro”, dijo. “Cuando hemos tratado de establecer un protocolo bien rígido como en otros hipódromos, el problema que tenemos es el turnover de caballos que hay aquí. Es completamente distinto. Es un movimiento de caballos que en otros hipódromos no ocurre. Eso hace difícil mantener actualizada la información”, dijo sobre el efecto de la entrada y la salida constante de caballos en el hipódromo.

De acuerdo con el veterinario, Puerto Rico tiene un hipódromo de baja categoría en términos del valor económico. Entiende que la cantidad de dinero “que se mueve” no es la que era antes y, por tanto, “eso lleva a que caballos que no dan el grado en hipódromos clase A o clase B en Estados Unidos terminen aquí dominando unos cuantos años en una liga inferior hasta que no dan más. Eso se combina con que la matrícula de caballos está quizás en su peor momento y hay que estar rellenando esa matrícula [de caballos en condiciones para correr] constantemente”.

Loinaz catalogó su misión veterinaria como “bien drenante, porque solo habemos dos veterinarios, uno en cada clínica [Confederación y PRHOA], que nos especializamos en medicina deportiva [de caballos], que trabajamos a un nivel más avanzado y que hacemos cirugías. Es drenante por el volumen de trabajo”.

En Puerto Rico, la crianza de caballos de carrera ha disminuido considerablemente. En 1999, por ejemplo, se registraron 650 nacimientos de ejemplares nativos, de acuerdo con el Fact Book del Jockey Club, que se encarga de estructurar todo lo relacionado al linaje de los purasangres en los Estados Unidos. De ese número, 397 (61%) llegaron a la pista. Mientras, en 2018 se documentaron 204 nacimientos y solo 83 (41%) lograron competir. Traer caballos de Estados Unidos, la mayoría adquiridos a bajo costo por su poco rendimiento en circuitos norteamericanos, ha sido la “solución” para rellenar los programas de carrera. Estos caballos importados tienden a ser mayores de tres años — los purasangres corren a partir de sus dos años — y con un historial de competencia que levanta más dudas que respuestas sobre sus condiciones físicas.

“El problema principal es la calidad de los caballos ahora mismo. Están comprando caballos en Estados Unidos por quinientos o mil pesos, y los traen aquí para correr por el reclamo más bajo ($4,000). Hay dueños que pretenden poner esos caballos a correr tres y cuatro veces en un mes”, me dijo el director de Facilidades y Utilidades del Hipódromo Camarero, Antonio “Tony” Hernández. En el plan de carreras vigente se detalla que un caballo no puede correr antes de los siete días luego de su última carrera.

El transporte de purasangres a Puerto Rico se realiza vía marítima o aérea. En 2019 un accidente catastrófico a bordo de un buque de carga comercial le costó la vida a ocho caballos que eran transportados en un contenedor de carga pesada convertido en jaula para más de cinco caballos. El incidente generó un intenso escrutinio a la práctica de transportar purasangres como mercancías durante días en alta mar. Pero son muchos los dueños en Puerto Rico que optan por la vía marítima, porque es más económica que el transporte aéreo. No obstante, en barco se somete a los equinos a permanecer parados y amarrados alrededor de 72 horas consecutivas desde que son ingresados al vagón en Jacksonville hasta que finalmente son entregados en Puerto Rico.

No son pocos los políticos y figuras públicas asociados al mundo del hipismo.

Edwin Mundo es uno de los que lleva años ligado a la hípica y acaba de recibir dos caballos que llegaron en barco. Pagó $1,400 por cada equino a la compañía Lagos Transport LLC. No los transportó en avión, una travesía de dos o tres horas, “porque es muy caro”.

“Los dueños solo tenemos una opción vía aérea. Hace un mes hice el mismo arreglo con la compañía de transporte aéreo, me costó más de $3,000 el caballo y no llegó a tiempo [el día que los esperaba]. Y eso es malo, porque cada día que el caballo está sin entrenar está perdiendo condición”, explica el comisionado electoral alterno del Partido Nuevo Progresista y también propietario del Establo Quintana, cuadra que en lo que va de año ha ganado más de $66,000 con las actuaciones de sus caballos.

A Mundo no le preocupa que los purasangres pasen alrededor de 72 horas parados y amarrados cuando son transportados en barco. “Salen martes de Jacksonville y llegan jueves en la noche a Puerto Rico. Te los entregan el viernes en la mañana. Como siempre, van a llegar con algunos contratiempos, pero nada complicado”, asegura el ex legislador penepé, que dice utilizar ambos servicios. “Si tengo un caballo caro, me gastó un poquito y lo traigo en avión. Si tengo un caballo baratito, lo traigo en el barco”.

En 20 años de operación, el establo de Mundo ha generado sobre dos millones de dólares en premios en el hipódromo.

Una carrera a distancia larga

El año pasado, por lo menos 18 caballos fueron sacrificados en la Clínica de la Confederación Hípica por múltiples fracturas en sus extremidades. Mi Nieto Ryan, un caballo importado de reclamo, murió con dos de sus cuatro extremidades fracturadas luego de ganar su última carrera y generarle a su último dueño $3,480 con el resultado. En total, le generó a sus dueños $53,700 entre 2018 y 2021.

Mi Nieto Ryan fue uno de los primeros caballos que llegó al Caribbean Thoroughbred Aftercare (CTA) este año. CTA es la única organización sin fines de lucro dedicada al rescate y el retiro de caballos de carrera en la cuenca caribeña. A pesar de los múltiples esfuerzos para mejorar la salud del caballo, fue sometido a eutanasia cuando ya no podía caminar. Entre todos sus dueños no donaron más de $300 para su recuperación, según confirmó CTA.

Los caballos ganadores no están exentos de estos problemas. Don Carlos R es el único purasangre nacido en Puerto Rico que ganó una carrera internacional fuera de territorio norteamericano. Hoy figura entre los equinos rescatados por CTA, luego que en 2019 fuera retirado a sus diez años tras las denuncias que generaron sus participaciones forzadas en las carreras. Con sus carreras le generó a sus dueños $375,727. Lo han visitado una vez luego del retiro. Hicieron una donación de $225 y su entrenador, Ramón Morales, aportó $430.

El Gladiador, por ejemplo, es un caballo nativo de cuatro años que apenas puede caminar. Quien lo ve jamás imaginaría que hace unos meses terminó segundo en una carrera. En dos años (2019-2020) le generó sobre $13,500 a sus dueños. Está desnutrido y herido. Apareció abandonado en el pueblo de Cayey luego de ser retirado del áre

CTA puso en adopción a 27 de 30 purasangres rescatados del área de cuadras del hipódromo en el 2020. Anualmente, no menos de 40 caballos llegan a esta organización, acreditada por la Thoroughbred Aftercare Alliance de los Estados Unidos. CTA depende de donaciones y sobrepasa los $270,000 en costos de operación anualmente. El año pasado recibieron $5,580 por parte del Hipódromo Camarero, $7,912 por parte de la Asociación de Criadores de Puerto Rico y $27,977 de la Puerto Rico Horse Owners Association (PRHOA). Durante el cuatrienio pasado, la Administración de la Industria y el Deporte Hípico (AIDH) — ahora el Negociado bajo la Comisión de Juegos — solo aportó $60,000 para cuatro años de operación.

El riesgo corre con gríngolas 

En los primeros cuatro meses del año en el Hipódromo Camarero los veterinarios retiraron a por lo menos 86 caballos previo a las carreras por múltiples razones. Otros 61 purasangres recibieron suspensiones, ya sea por sufrir fracturas, cojeras, hemorragias nasales por su esfuerzo en la pista u otro percance físico durante las carreras. Las suspensiones, sin embargo, no impiden que un caballo vuelva a correr, como el caso de Reportero.

La condición física de los caballos es una gran preocupación para los jinetes. Javier Santiago, que cuenta con más de 20 años de experiencia entre hipódromos de Estados Unidos y Puerto Rico, detalló que “una de las áreas a mejorar con más urgencia es la calidad de caballos que llega a correr a Puerto Rico. La mayoría de esos caballos que traen [de Estados Unidos] no dan el grado en los hipódromos de allá o tienen problemas que no manejan como aquí. En Estados Unidos esos caballos que tienen muchas molestias físicas tienden a ser retirados, no suelen bregar con ellos por tanto tiempo como acá”, indicó.

“De los veintitantos años que llevo montando caballos de carreras en los últimos he sido más selectivo con mis montas. Si sé que es un caballo que tiene múltiples problemas físicos, trato de no coger ese trabajo”, confesó.

De acuerdo con el experimentado jinete es normal ver muchos caballos lastimados en el hipismo puertorriqueño. “Prácticamente no hay caballos sanos”, dijo. “Pero en cuestión de calidad ha bajado mucho, bastante. Ya no es la misma calidad de caballos y más los que vienen de Estados Unidos a nuestro hipismo”. Desde la perspectiva de Santiago, esa realidad es muy problemática, pues se combina con otros factores, como las condiciones de la pista, su mantenimiento y la vulnerabilidad de los seres humanos que se ganan la vida montando purasangres.

“La pista es un área para mejorar mucho. Hay ciertas partes que nos preocupan a los jinetes, porque tienden a fallar cuando llueve o cuando hay un sol intenso y seca mucho el terreno. Nos hemos quejado sobre eso, porque tiende a generar desniveles. Se combinan todos los factores negativos y no solo se perjudica el animal, se perjudican los jinetes cuando ocurren accidentes”, sentenció, añadiendo que los reclamos sobre las condiciones de la pista “llevan tiempo”.

“Últimamente hemos tenido problemas entre los postes de los 1,500 y 1,300 metros. Antes era en el poste de la milla y un octavo. No son problemas en una sola parte de la pista”.

El CPI realizó un recorrido por la pista en compañía del director de Facilidades y Utilidades del Hipódromo Camarero, Antonio “Tony” Hernández, quien aseguró que continuamente se realizan trabajos para corregir imperfecciones. “Nosotros trabajamos en la pista todos los días. Acondicionamos el terreno con los tractores y cuando hay que hacer algo adicional, se hace. Estamos pintando las vallas”, me dijo mientras recorríamos la pista en un carrito de golf y observábamos parte de los trabajos de la remodelación del hipódromo que se destruyó por el huracán María.

En diciembre del año pasado el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley Federal de Integridad en las Carreras de Caballos, medida que entrará en vigor el año próximo para establecer reglas nacionales sobre medicación de caballos y otros controles de seguridad en las pistas. El presidente de la organización sin fines de lucro Horse Racing Wrong, Patrick Battuello, un activista contra las carreras de caballos en los Estados Unidos, destaca que el hipismo en Puerto Rico está fuera de control.

El mes pasado una denuncia de Battuello ante las autoridades hípicas llevó al retiro al caballo Sequana, uno de los muchos caballos que han llegado a Puerto Rico por vía marítima. Luego de 37 carreras en Estados Unidos, fue vendido a sus seis años y llegó a Puerto Rico en enero de 2019. Desde su llegada a Camarero, corrió 33 veces y su mejor resultado fue una victoria en abril de ese mismo año. En las últimas 23 carreras que completó, Sequana promedió más de 44 cuerpos (al menos 105 metros) detrás del ganador, estando resentido de sus extremidades según los informes del Jurado Hípico.

Battuello asegura que la mayoría de los hipódromos en los Estados Unidos al menos informan algunos datos al Jockey Club, organización que en 2008 lanzó la primera base de datos de lesiones en caballos de carrera en los Estados Unidos. “En Puerto Rico ni siquiera se llega a eso, porque no se documentan las cosas correctamente y mucho menos se someten a la transparencia más básica en cuanto a esto”, me dijo desde su residencia en Estados Unidos.

A través de los informes al Jockey Club se busca identificar cada cuánto tiempo se lesionan los caballos, los tipos de lesiones y cómo se atienden, con el fin de servir como fuente para la investigación dirigida a mejorar la seguridad de los equinos. Sobre 100 hipódromos en Estados Unidos reportan a esa base de datos. Las estadísticas incluyen lesiones fatales que ocurren durante una carrera según lo informado por los funcionarios veterinarios de cada hipódromo. Asimismo, se añade información de caballos que sucumben a una lesión relacionada con una carrera dentro de un margen de 72 horas posteriores al día de la competencia.

El director ejecutivo de la Comisión de Juegos del Gobierno de Puerto Rico, Orlando Rivera Carrión, me reconoció en una entrevista que no existe una oficina para dar seguimiento a los caballos de carrera en la Isla ni a lo que se hace o se deja de hacer con ellos dentro o fuera del área de cuadras. Afirmó que, a pesar de que la industria hípica tiene una historia centenaria en Puerto Rico, a su llegada al cargo hace cuatro meses “básicamente nadie” velaba por el cumplimiento de la ley, así como de los reglamentos y todo lo relacionado al trato responsable a los animales.

“Pienso que con una combinación de más cooperación del hipódromo, los dueños de caballos y nosotros, podemos lograr que los animales estén en mejores condiciones. Y digo con una cooperación porque los dueños de caballos los ven como un instrumento de hacer dinero. He notado frialdad por parte de ellos [los dueños] cuando hablo de este tema”, sostuvo el director ejecutivo de la Comisión de Juegos. “El trato de los caballos no se lo puedo achacar a [la empresa] Camarero. Cada dueño trata a su caballo como quiere. El que tiene muchos recursos, trata a sus caballos bien. El que tiene menos recursos, los trata con menos recursos”, me dijo Rivera Carrión.

“Una de las cosas que vi [al llegar al cargo en enero] es que los groomers o mozos de cuadras [el personal que asiste en el cuidado y mantenimiento de los caballos en las cuadras junto con los entrenadores] no tenían licencias ni permisos para estar allí [en el área de cuadras] y entraban ilegalmente por las vallas o en los baúles de los carros. Y autoricé a través de una orden administrativa darle licencia a todos. Muchos de ellos han tenido problemas con la justicia, pero están cumpliendo su probatoria y nadie les da trabajo. Tomé la decisión, tenemos una escuela vocacional, donde trabajan trabajadores sociales, y ellos se pueden comunicar con su [técnico] socio penal y decirles que de tal hora a tal hora están en el hipódromo. Logramos licenciar a 80”, añadió.

Las apuestas hípicas en Puerto Rico se han reducido de $298.2 millones en 1994 a $111.2 en 2020, una reducción de 63% en 26 años. En 2019 el Gobierno de Puerto Rico generó $6,471,864 a través de estas apuestas. El presupuesto certificado para la Comisión de Juegos para el año fiscal 2020-21 fue de $2,240,000, de los cuales $1,070,000 corresponden a nómina y $283,000 a gastos de operación.

Abuelo quiere darse la vuelta por la agencia hípica en unos minutos. Durante días hemos hablado de Cachupito y de Reportero. Está caminando en círculos en la sala de la casa, cuestionándose si de verdad vale la pena poner a correr su dinero. “Llevo años jugando caballos, desde que era un nenito soy hípico”, dice. Ahora está contrariado. “El apostador no sabe muchas cosas y cuando uno es fanático menos, chico”.

José M. Encarnación Martínez es integrante de Report for America