Ganancias

Por Francisco A. Catalá Oliveras*

Hace poco más de un año, concretamente el 10 de marzo de 2013, el New York Times publicó un editorial en el que destacaba que a partir de la década de 1990 las ganancias no distribuidas de las corporaciones estadounidenses habían aumentado de forma significativa. Citó un estudio del Banco del Sistema de la Reserva Federal de St. Louis en el que se estimaba que el efectivo en manos de las corporaciones sumó en 2012 nada menos que $4.75 trillones, lo que catalogó de “testamento” a la rentabilidad de compañías como Apple, Google y General Electric. El editorial concluyó exhortando a las empresas a poner su efectivo a trabajar que es, precisamente, la razón de su existencia. Poner el efectivo a trabajar no significa, para que no haya equívocos, especular. Significa invertir, es decir, mantener y ampliar la base productiva; significa activar la gestión empresarial.

Una de las grandes lecciones de la debacle que se desatara a partir de 1929 fue, al menos desde la óptica de los economistas institucionalistas, que uno de los factores conducentes a la contracción económica es la política de precios de las corporaciones. Las ventajas provenientes de las innovaciones tecnológicas generan enormes excedentes que se convierten en ganancias no distribuidas en lugar de cobrar la forma de distribución de dividendos, aumentos salariales o reinversión. El exceso de ganancias no distribuidas se traduce en marasmo de la actividad económica hasta tanto no encuentre salidas productivas.

Resulta revelador que en la instancia de Puerto Rico – en donde, claro está, las cifras son mucho más modestas que las citadas por el New York Times para Estados Unidos – las ganancias sin distribuir de las corporaciones hayan aumentado durante el periodo “recesionario” 2006-2013 de $4,317.0 millones a $12,642.2 millones o un descomunal 193 por ciento. Al inicio de tal tramo “recesionario” representaban el 7.5% del Producto Nacional Bruto. Al cerrarse el tramo en 2013 – no disponemos todavía de las cifras para el año fiscal 2014 – tal coeficiente llega a 17.9%.

¿Se debe esto a incertidumbre, a cautela, a desconfianza? De todas maneras, cuando la timidez de la clase empresarial se acompaña de insuficiencia fiscal del gobierno y de estrechez financiera de las corporaciones públicas, el cuadro resultante no es particularmente alentador. La inversión privada suele ir acompañada de inversión pública. Es la inversión pública la que provee el terreno propicio para la inversión privada. Cuando una languidece también suele languidecer la otra. Evidentemente, todavía la economía de Puerto Rico se encuentra en la fase de estancamiento o inmovilismo en la que sus distintos actores esperan que “el otro” rompa el hielo…

Reiterémoslo, la actividad de inversión privada, sea externa o local, y la actividad de inversión gubernamental van de la mano. Independientemente de las críticas a la filosofía que inspiró a OPERACIÓN MANOS a la OBRA, ¿hubiera sido posible la atracción de inversión privada externa sin la inversión gubernamental en edificios industriales, carreteras e infraestructura de energía eléctrica y acueductos? Y esto sin hacer mención al gasto en educación y salud.

El problema que se gestó entonces, y que ahora se manifiesta de manera crítica, es que el esfuerzo en provisión de servicios y bienes públicos se acompañó de una serie de exenciones tributarias y de subsidios de toda índole que llevó a un extremo insostenible la socialización de costos y la privatización de beneficios.

* El autor es economista. El comentario surge a raíz de la publicación del siguiente artículo:  Más de $12,000 millones en ganancias sin distribuir