Por Roberto Orro*

La recién decretada flexibilización de la cuarentena y el inicio de una moderada reapertura a la normalidad han generado fuertes preocupaciones en la sociedad puertorriqueña sobre los efectos de estas medidas en el control del coronavirus y la salud de la población en general.  Prevalece la percepción de que los intereses económicos están reñidos con los de salubridad, cuando en realidad ambos se complementan y tienen un amplio denominador común.

Ciertamente, en la batalla por mantener a raya el virus, los epidemiólogos y médicos necesitan el apoyo de los economistas, así como de matemáticos, demógrafos, ingenieros y otros profesionales. El problema del coronavirus tiene múltiples aristas que van mucho más allá de aspectos médicos y biológicos.  Su penetración y propagación en un territorio se explican mayormente por un conjunto de factores socioeconómicos y demográficos.  Por ende, el combate contra el virus y la planificación del regreso a la normalidad requieren el esfuerzo cohesionado de profesionales de diversos campos.

Por ejemplo, los principios de eficiencia económica no pueden estar ausentes en el trabajo del Task Force médico.  Los recursos para combatir el virus (pruebas, medicamentos, camas de hospital, ventiladores, entre otros) no son ilimitados y hay que utilizarlos inteligentemente.  En el caso específico de Puerto Rico, el virus es básicamente un agente importado de otras jurisdicciones de Estados Unidos y de Europa.  De ahí la importancia de priorizar la vigilancia y la detección de casos en el aeropuerto y en los municipios de la zona metropolitana.  Obviar este punto y distribuir uniformemente las pruebas y la vigilancia entre toda la población de la Isla sería un craso error; una acción equivocada que en nada va a ayudar a alcanzar los objetivos de salubridad ni de recuperación económica.

La multiplicación y letalidad del virus están, también, fuertemente correlacionadas con la magnitud de variables socioeconómicas.  El disímil cuadro del coronavirus en los Estados Unidos ofrece un excelente marco de referencia para entender cómo inciden las variables socioeconómicas en su destructiva fuerza. No es una coincidencia que en Nueva York la tasa de mortalidad por el coronavirus es de 1,300 por cada millón de habitantes mientras que en Wyoming es de 12.

El uso del transporte público, el número de personas por hogar, el porcentaje de la población envejeciente y la elevada concentración geográfica de familias de bajos ingresos son variables, entre otras, que explican cuantitativamente la propagación y letalidad del coronavirus.  En Puerto Rico, gracias a la temprana implementación de la cuarentena, el virus no se ha ensañado con los segmentos más vulnerables de la sociedad, tal como ha ocurrido en los Estados Unidos, donde la mortalidad entre las poblaciones de inmigrantes, afroamericanos y residentes en hogares de anciano es muy elevada.  Sin embargo, en esta nueva etapa de regreso a la normalidad, el gobierno de Puerto Rico deberá prestarles suma atención a los envejecientes y a las comunidades más pobres, en particular aquellas enclavadas en las principales zonas urbanas.

Si hay un sector que necesita de la reactivación de la economía es precisamente el de salud.  La abrupta disminución en la actividad de los proveedores de salud y la consiguiente merma de sus ingresos no pueden sostenerse indefinidamente.  De no revertirse el despido de profesionales de enfermería, terapistas y demás trabajadores de ese sector, pronto veremos a muchos de ellos emigrar, no a New York, sino a Florida, Texas o a otros estados del Midwest, donde la reapertura económica marcha aceleradamente.

La relación entre economía y salud se da también en la otra dirección: es imposible reabrir la economía si no se aseguran condiciones de seguridad, salubridad e higiene. De la misma manera que los epidemiólogos necesitan de los economistas, cualquier plan de reapertura económica tiene que apoyarse en las recomendaciones y guías que establezcan los expertos de salud.  De generarse una segunda ola de la pandemia (en Puerto Rico nunca ha habido una primera ola como tal) el impacto sobre los negocios y la economía en general sería demoledor

Definitivamente, el Task Force médico y el económico tienen campos de trabajo que no son enteramente iguales. Si así fuese, no tendría sentido la existencia de estos dos grupos. Sin embargo, es hora de desterrar la idea del antagonismo irreconciliable entre los objetivos de salubridad y los económicos. A fin de cuentas, en la lucha contra el virus todos estamos en el mismo bote.

  • El autor es economista y socio de Grupo Estratega