Por Luisa García Pelatti

No es la primera vez que me preguntan por las presiones que recibe un medio pequeño como éste, cuya principal fuente de ingresos es la publicidad. Pero me sigue sorprendiendo, porque las presiones no son diferentes a las que sufren otros periódicos.

Nunca ha habido periodismo sin presiones. Los medios de comunicación están sujetos a todo tipo de influencias: las de las empresas, las de los anunciantes, las de los políticos y la de los editores. Y está la autocensura, que no es más que las presiones internas del periodista para no molestar al editor o al dueño del medio.

Cualquier periodista reconocerá estas escenas que se producen en las redacciones. El gesto de entre asombro y miedo en la cara del editor cuando una periodista le cuenta la historia que está trabajando y que afecta a un empresario importante. La editora tratando de convencer al redactor de que el enfoque de la noticia no es correcto, después de hablar con el responsable de comunicación de cualquier empresa. La llamada de la agencia de relaciones públicas pidiendo cambiar el título de una noticia que afecta a su cliente. Las historias elaboradas cumpliendo todas las normas de la buena práctica periodística que permanecen sin publicar durante semanas o meses porque afectan a un anunciante o a un político. El gobierno y la empresa privada que elimina las pautas publicitarias en un medio por informar de asuntos que no le gustan. La censura previa de la editora para no molestar al Gobierno.

Y luego hay escenas muy singulares. Como aquel banquero que pedía (y conseguía) que el periódico enviara un periodista a cubrir temas poco noticiosos con el argumento de que el banco pagaba el sueldo de los periodistas. Era el principal anunciante y se creía con derecho.

En los periódicos grandes las responsabilidades del equipo de ventas y del equipo editorial están separadas, pero eso no evita las presiones. Algún vendedor se ha dejado caer por la redacción para asegurarse de que se va a cubrir la apertura de ese negocio que ha puesto un anuncio en la edición de mañana.

La amenaza de perder su trabajo sitúa a los periodistas ante el más terrible de los dilemas morales. Varios periodistas han abandonado su trabajo, de forma voluntaria o forzada. La buena noticia es que muchos han tenido la valentía de crear proyectos digitales.

El periodismo no solo se enfrenta a la necesidad de defender su independencia frente a las presiones de los más poderosos, también tiene que hacer frente a la concentración en muy pocas manos de los medios de comunicación, a la voracidad de los gigantes como Google y Facebook y a la caída de los ingresos publicitarios. Los medios digitales y los medios tradicionales (en sus versiones en Internet) compiten por un mayor tráfico y número de visitas.

El gran reto es convencer a los lectores que el futuro del periodismo de calidad solo es posible gracias a los ingresos publicitarios.

La precariedad de los medios y de los periodistas los hace más débiles frente a las presiones. Pero todos estos problemas palidecen ante la situación de los periodistas en otros lugares del mundo donde se les asesina por cumplir con su función, que es la de informar.