Por Roberto Orro
Recientemente, el gobierno de Cuba anunció un abarcador programa de medidas como parte del proceso de ordenamiento monetario que entrará en vigor en la Isla desde el primer día del venidero año 2021. La postura oficial es que las medidas buscan restaurar el Peso Cubano (CUP) como moneda única. Sin embargo, como suele suceder cuando el gobierno cubano realiza un anuncio de tal trascendencia, entre el comunicado oficial y el propósito verdadero de las anunciadas medidas hay un gran trecho.
El novedoso paquete se puede resumir en dos grandes componentes: una amplia reforma de precios y salarios y la eliminación del peso cubano convertible (CUC), protagonista principal del dualismo monetario imperante en Cuba desde diciembre del 2004. Ya desde hace meses, el gobierno cubano había expresado claramente su propósito de sepultar el CUC, una moneda que en los últimos tres años había sido rebasada por el mercado negro y perdido su capacidad de gravar los flujos de dólares norteamericanos que ingresaban a Cuba.
La reforma de precios y salarios, la columna vertebral del programa, ha recibido una fría acogida (caliente reacción) por parte de la población. Salta a la vista que los aumentos salariales contemplados son insuficientes para compensar el alza en la canasta básica, y sobre todo en las tarifas de electricidad y teléfono. La reestructuración de precios, a su vez, guarda estrecha relación con la “devaluación” del peso cubano, cuya tasa de cambio oficial con el dólar norteamericano se dispara literalmente de uno a veinticuatro pesos por dólar.
Es aquí donde el tema se torna más interesante. No se puede negar que esta vez el gobierno cubano ha presentado la reforma con un texto atractivo, a la medida del lenguaje que mayormente usan los expertos en macroeconomía abierta y tipos de cambio. Alegan los economistas oficialistas que la abrupta devaluación del peso cubano, de uno a 24 pesos por dólar, eliminará antiguas distorsiones, alineará mejor los precios locales con los del mercado internacional y generará mayores estímulos a la exportación de productos nacionales.
El problema reside en que la tasa de cambio de 24 pesos por dólar será tan ficticia y limitada como lo fue su antecesora, la tan cuestionada tasa de uno a uno. Esa última solo se ha utilizado para propósitos estadísticos, pero nunca ha sido la base de las decisiones del gobierno cubano en materia de comercio internacional. En un país donde el estado tiene el monopolio absoluto del comercio exterior y la mayor parte de la actividad económica desconoce las fuerzas del mercado, (situación que el ordenamiento deja intacta) no tiene sentido esperar que una tasa cambiaria establecida por decreto gubernamental altere la magnitud de las variables económicas reales.
Le corresponde al mercado, no a los gobiernos, determinar los precios de las monedas internacionales. Los tipos de cambio fijo, muy en boga hasta la década de los setenta, ya han quedado obsoletos y únicamente son posibles en los países que disponen de fuertes reservas en divisas, que gozan de elevada credibilidad internacional y exhiben un promisorio cuadro económico. Cuba no cumple ninguna de esas condiciones.
Tácita pero claramente, el gobierno cubano ha reafirmado que mantendrá su poder absoluto sobre el control de las reservas en dólares. Ningún individuo ni entidad privada podrá comprarle dólares al gobierno cubano a 24 pesos, ni a 30, ni a 40, ni a ninguna tasa. La persona que desee adquirir dólares en pesos cubanos tendrá que acudir a los circuitos informales, donde sí imperan las leyes del mercado, y pagar un precio que seguramente será muy superior a 24 pesos cubanos.
Para evitar que el ordenamiento monetario le desordene sus finanzas, el gran consorcio económico-militar cubano (GAE) ha expandido la red de tiendas en las que sólo se aceptan dólares norteamericanos. Curiosamente, a la par que se iba preparando a la población para el impacto de la reforma monetaria, el gobierno habilitó nuevos establecimientos de este tipo, todos bajo el control de GAE. Muchos de los bienes duraderos y otros productos que se venden en estas tiendas anteriormente arribaban a Cuba a través de unos muy ingeniosos canales de importación informales desde países como Panamá, México, Rusia e incluso Haití.
La gran interrogante es cómo se las va a arreglar un flamante sector privado que necesita dólares para operar sus negocios y mantener un nivel de vida muy superior al del resto de la población. Aparentemente, la reforma obliga a los restaurantes, cafeterías y otros pequeños negocios a operar exclusivamente en moneda nacional. Esto es sencillamente imposible y no es difícil anticipar una escalada de transacciones, furtivas y transparentes al unísono, en dólares norteamericanos. Una postura represiva del gobierno al respecto no parece ser su mejor opción en este momento.
Definitivamente, falta un largo camino para devolverle al CUP su rol de moneda única en Cuba. La dolarización rampante que se vive en la Isla desde hace tres décadas no va a finalizar por decretos gubernamentales. Sólo la revitalización a gran escala de la planta productiva nacional podrá evitar que, en un futuro no muy lejano, el dólar norteamericano sea la única moneda que sobreviva en Cuba.
- el autor es economista y socio de Grupo Estratega