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Seis años después del inicio de la crisis financiera mundial, economistas y gestores de políticas continúan debatiendo arduamente sobre la mejor manera de lidiar con los males de la economía mundial. ¿Cual es la mejor medicina, estímulo fiscal o austeridad fiscal? 

Durante buena parte de todo ese tiempo, los defensores de la austeridad fueron los grandes vencedores. La mayor parte de los gobiernos de Europa y EEUU recurrieron al recorte de gastos en un esfuerzo por reducir los déficits. Aunque el fantasma de otra crisis semejante a la de Grecia esté detrás de la decisión de apretarse el cinturón, los defensores de la austeridad también obtuvieron un gran impulso gracias a un estudio de 2010 de dos economistas bien conocidos de Harvard cuyos descubrimientos mostraron que niveles elevados de endeudamiento por parte del Gobierno pueden frenar sustancialmente el crecimiento económico.

Pero con Europa hundiéndose cada vez más en la recesión, y EEUU esforzándose por recuperar su dinamismo —más los descubrimientos de un estudio influyente de Harvard, ahora objeto de ataques—, crece la resistencia a la austeridad. Economistas y gestores de políticas económicas también cuestionan la eficacia de medidas rigurosas de austeridad. Ellos se preguntan si no estarían simplemente empeorando aún más la situación.

La complejidad de los desafíos a que se enfrenta la economía mundial—y la interconexión de los diferentes países que luchan por arreglar sus sistemas financieros— hacen que “esa pregunta sea difícil de responder”, observa Itay Goldstein, profesor de Finanzas de Wharton. “La mayoría de los economistas concuerda en que un exceso de deuda no es bueno a largo plazo, pero está claro que nadie quiere hacer recortes de forma indiscriminada”, dice. “Si los recortes se hacen rápidamente, o si hay una rápida subida de impuestos, eso puede tener implicaciones adversas cuando la economía está en recesión”.

Aunque todos concuerden en las dificultades propias de la situación, los dos bandos principales han adoptado estrategias diametralmente opuestas para resolverlas. En un bando, dice Goldstein, están los keynesianos de los últimos días, aquellos que, al igual que el presidente Barack Obama y el conocido economista liberal, Paul Krugman, creen que el Gobierno necesita aumentar los gastos para ayudar a estimular nuevas inversiones y generar empleos. Cuando la economía está en recesión, dicen, ese es exactamente el momento en que los gobiernos deben trabajar con déficit para compensar la fragilidad de la demanda privada.

“Es macroeconomía básica, algo que aprendimos en la época de la Gran Depresión”, añade Bulent Gultekin, profesor de Finanzas de Wharton y ex presidente del Banco Central de Turquía. “Es keynesianismo puro y simple, pero funciona”.

Pero muchos conservadores destacados, líderes republicanos como el presidente de la cámara, John Boehner, el candidato a vicepresidente, Paul Ryan, y la canciller alemana, Angela Merkel, en Europa, entre otros, rechazan el keynesianismo. Para ellos, aumentar la deuda para pagar por un estímulo adicional —que desprecian en gran medida por considerarlo ineficaz— es un anatema. Para esos individuos “austerianos”, tal y como Krugman los apodó, el gasto excesivo del Gobierno y los déficits crecientes son los verdaderos problemas— del tipo que, en su opinión, representan un peligro aún mayor para la economía global a largo plazo que la recesión y el aumento del desempleo.

“El problema es que si continuamos trabajando con déficit, acabas donde Japón está”, dice Franklin Allen, profesor de Finanzas de Wharton. “Es mucho mejor pasar por recesiones profundas y salir de ellas que pasar por esos largos periodos de crecimiento bajo y deudas enormes en que la economía no va hacia ningún lugar; en 15 años, Japón ha pasado de ser uno de los países más ricos del mundo al estancamiento”.

Los argumentos de los defensores de la austeridad se vieron reforzados por un estudio citado con mucha frecuencia, “Crecimiento en tiempos de deuda” [Growth in times of debt], publicado en 2010 por los economistas de Harvard Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff. Después de analizar los niveles de deuda de 44 países a lo largo de 200 años, los autores concluyeron que la deuda pública excesiva —en concreto la deuda por encima de un 90% del PIB de un país— está asociada a un crecimiento económico mucho más lento.

Con los niveles de deuda muy por encima del punto de desequilibrio [tipping point] en muchos países —hoy, en EEUU, ese valor es del 105% del PIB y más del 230% en Japón, mientras que países europeos en dificultades, como Grecia e Italia, tienen índices de deuda/PIB de cerca de un 160% y un 120%, respectivamente— los gestores de políticas y activistas conservadores usan el estudio para justificar la necesidad de recortes más profundos en el presupuesto.

Apretarse el cinturón

El resultado ha sido una cascada de medidas restrictivas en un país tras otro en todo el mundo.

En Reino Unido, el primer ministro David Cameron hizo recortes profundos en el gasto público justo después de tomar posesión en 2010 con el argumento de que las reducciones aliviarían las presiones sobre la clasificación de crédito del país y revitalizarían la economía. En toda Europa continental, Merkel, en Alemania, y el Banco Central Europeo, han insistido en recortes profundos en el Gobierno como precio a pagar por el apoyo continuo a los países en dificultades y por los paquetes de auxilio concedidos a países como España, Grecia y Chipre. En EEUU, el presidente Obama se vio frustrado en prácticamente todos los intentos de aumentar el estímulo a los gastos desde que los republicanos retomaron el control de la Cámara en 2010. En lugar de eso, se recortaron los gastos del Gobierno y los impuestos aumentaron.

Si el bando de la austeridad venció el debate político, el impacto sobre el terreno sirve de mayor apoyo desde el punto de vista keynesiano. En vez de estimular el crecimiento, dice Gultekin, el cambio brusco hacia la austeridad parece haber perjudicado aún más a las economías que ya estaban debilitadas, lo que ha tenido como resultado tasas más elevadas de desempleo. “Cualquier persona que esté familiarizada con la macroeconomía básica concordaría que cuando una economía está inmersa en una seria recesión y la demanda del consumidor es frágil, nada más natural que el Gobierno intervenga y aumente los gastos, para que la recesión no se recrudezca”, dice Gultekin. La presión por la austeridad, que él descarta como algo impulsado más por la ideología que por la economía, “sólo empeora las cosas”.

En EEUU, por ejemplo, un panel formado por economistas del sector privado y del Gobierno estimó recientemente que la tasa de desempleo, actualmente en cerca de un 7,5%, sería casi un punto más baja y la economía estaría creciendo casi dos puntos más deprisa este año si no se hubieran reprimido las políticas fiscales, según un reportaje reciente de New York Times.

Mientras, Europa parece continuar atascada en la recesión iniciada a finales de 2011. En el primer trimestre de 2013, el crecimiento se redujo un 0,2% entre los 17 países del euro. La caída fue mayor de lo esperado, ya que Francia volvió a la recesión y el crecimiento de Alemania se estancó. Italia, España y Portugal retrocedieron también, mientras Reino Unido creció sólo un 0,3%. Como consecuencia, el desempleo en la zona euro alcanzó el nivel récord del 12,1% en marzo, y en el caso de los trabajadores más jóvenes, especialmente en el sur de Europa, la situación es aún peor: el desempleo entre los más jóvenes es del 30%, de media, y más del 50% en España y en Grecia.

Para Mauro Guillen, profesor de Gestión de Wharton, esas cifras muestran que hay otro problema en esa presión por la austeridad que se observa en Europa. Más aún que en EEUU, Guillén dice que fue un “gran error” en todos los países europeos perseguir la austeridad al mismo tiempo, porque sus economías dependen mucho las unas de las otras. Francia, por ejemplo, es el mayor socio comercial de Alemania, mientras Alemania es el mercado más importante para Italia.

En otras palabras, un recorte de gastos en un país es igual al recorte de renta en sus socios europeos. “Se trata de una zona comercial muy interconectada”, observa Guillén. “Si todos los países persiguieran la austeridad al mismo tiempo, eso deprimiría todas las economías, tengan o no superávit. ¿Quién comprará sus bienes y servicios? No serán sus socios de Europa”.

Dada la creciente insatisfacción con la austeridad, Guillén cree que los programas rigurosos tendrán que flexibilizarse. “Algo tiene que cambiar. No será fácil salir de esa situación”, dice él. “Pero el desempleo ya está insoportablemente alto”.

Discusión de la investigación 

Además, las implicaciones para el mundo real se han mostrado más funestas de lo que esperaban los defensores de la austeridad. Los cimientos intelectuales de las políticas rigurosas también están siendo atacados. A finales de abril, un trío de economistas de la Universidad de Massachusetts (UMass), en Amherst, publicó un estudio mostrando que Rainhart y Rogoff cometieron errores en los datos de las plantillas usadas para calcular sus resultados. Además de eso, los investigadores de la Universidad de Massachusetts dijeron que otros datos significativos fueron sopesados de manera indebida u omitidos completamente del estudio de Harvard.

En un artículo de New York Times en que explican su trabajo, dos de los autores de la UMass, Robert Pollin y Michael Ash, dijeron que la combinación de cuestiones significa “que no hay evidencia a favor de la idea de que los países tendrán siempre un declive acentuado en su crecimiento económico en el momento en que los niveles de la deuda pública excedan un 90% del PIB”. Según los autores, un nivel elevado de deuda no retarda de ninguna manera el crecimiento de un país en el nivel imaginado por los autores de Harvard.

El descubrimiento de problemas con los datos hizo que críticos como Krugman cantaran victoria y descartaran de forma inmediata los argumentos de Reinhart y Rogoff. Pero Richard J. Herring, profesor de Finanzas de Wharton y director adjunto del Centro de Instituciones Financieras de Wharton [Wharton Financial Institutions Center], dice que la situación no es para nada tan simple. “Creo que aplaudieron demasiado fuerte el error de Reinhart y Rogoff”, dice. Aunque el error “haya sido, sin lugar a dudas, desconcertante, analistas más serios siempre entendieron que no hay una frontera mágica entre niveles seguros e inseguros”. Reinhart y Rogoff defendieron en gran medida esa misma idea en su artículo de New York Times en respuesta al estudio de los profesores de la UMass. Aunque reconociendo el error en los datos de las plantillas (pero no las críticas a su metodología), ellos continúan firmes en su idea básica, es decir, que la deuda excesiva es un peligro. “Nuestro estudio de 2010 constató que, a largo plazo, el crecimiento es un 1% menor cuando la deuda es del 90% o más del PIB”, dijeron. “Los investigadores de la Universidad de Massachusetts no reniegan de ese descubrimiento fundamental”.

Límites de la deuda

Muchos economistas estarían de acuerdo con eso.

Allen, por ejemplo, descarta la idea de que la investigación de la UMass invalida las conclusiones más amplias a que llegaron Reinhart y Rogoff. “La investigación no destruye fundamentalmente su argumento”, dice. “Hay límites en el volumen de deuda que un país puede gestionar. Hay quien va a la suspensión de pagos con una deuda del 60% del PIB; otros pueden llegar hasta un 200% o un 300%. El hecho es que no sabemos cuál es el límite. Todo depende de las circunstancias específicas del país”.

Allen cree que la idea básica de Reinhart y Rogoff es correcta, aunque sus cálculos estén equivocados. Él cita la economía de Japón, que desde hace más de diez años atraviesa un periodo de estancamiento y de deflación en parte debido a la amenaza de una enorme deuda pública. “Queremos estar lo más lejos posible de ese punto”, dice Allen. “Eso crea una situación mucho peor que la recesión profunda”.

Pero los fallos del estudio, que ocurren al mismo tiempo que aumenta la presión política para que se hagan más cosas que reduzcan el desempleo, han llevado a llamamientos para que se adopte una estrategia más equilibrada entre el crecimiento y la austeridad. En el ámbito de la Unión Europea, Francia, España y otros países que tienen altas tasas de desempleo y crecimiento estancado están presionando duramente para que Cameron, Merkel y el BCE flexibilicen sus medidas rigurosas. Hasta el Fondo Monetario Internacional, tradicional defensor de la austeridad, admitió recientemente que tales medidas pueden afectar el crecimiento mucho más de lo previsto. En una actitud vista casi como una media vuelta, el órgano recomendó con vehemencia que Reino Unido, Francia y otros países redujeran los recortes en el presupuesto y se esforzaran más en incentivar el crecimiento. En Japón, el Gobierno anunció planes contundentes para doblar la oferta de dinero con la esperanza de estimular la subida de los precios que pondrán fin a la deflación paralizante que asola al país.

En EEUU, de momento, informaciones de que la reducción del déficit está ocurriendo a un ritmo más rápido del esperado puede aliviar la presión para realizar nuevos recortes amplios más allá de los recortes automáticos actuales [sequester] destinados a reducir la deuda del Gobierno en US$ 1,2 billones en diez años. Eso difícilmente implica el retorno a una política fiscal más laxa, destaca Greg Valliere, estratega político jefe de Potomac Research Group, que proporciona análisis sobre la política de Washington a inversores institucionales. “Habrá más recortes a finales de este año como parte del debate del techo de la deuda, o como extensión de los recortes automáticos o recortes de gastos para compensar el valor del recorte automático”, dijo Valliere en una nota de investigación. “Respecto a lo que se anda diciendo por ahí de que la presión aumentará ahora para que haya más gastos, olvídense. La Cámara jamás lo permitiría. La conclusión a que llegamos es la misma: el fuerte crecimiento en concepto de impuestos continuará, y como los republicanos casi seguro que gobernarán la Cámara en 2014, la restricción del gasto persistirá”.