Por Elías R. Gutiérrez
Luego de la II Guerra Mundial y del esfuerzo de reconstrucción financiado por el excedente de capital acumulado en los Estados Unidos, se puso de boga un concepto nuevo: el desarrollo económico. El Plan Marshall había logrado la reconstrucción física de la Europa destruida y había logrado implantar regímenes políticos menos propensos a la guerra. Los países imperiales y coloniales de Europa y Asia no podían sostener sus imperios. El proceso de descolonización no tenía viabilidad económica endógena. Era evidente que la ayuda externa sin algún tipo de orden de prioridades sería desperdiciada.
La teoría Keynesiana era de corto plazo y estaba dirigida a sustentar políticas de estabilización macroeconómica en países ya capitalizados. Los países emergentes no tenían ninguna de las características de una economía como la que suponía el modelo Kekynesiano. Se produjeron múltiples intentos por introducir el largo plazo al modelo Keynesiano. De hecho, se elaboró un cuerpo de teoría que introducía el tiempo de forma explicita. Es decir, se dinamizó el modelo. A ese cuerpo de teoría económica se le denominó teoría del crecimiento. Su aplicación a la racionalización de la ayuda externa y a procesos internos dirigidos a la industrialización se expandió rápidamente.
No tardaron los críticos en advertir que el crecimiento, logrado con capital externo, no era sinónimo del desarrollo económico. El crecimiento solo conlleva cantidades mayores. El desarrollo implica elementos de calidad difíciles de medición y sujetos a la preferencia subjetiva. Ante ese limitante, la teoría del crecimiento como pauta para la planificación de los profundos procesos necesarios para poner en marcha el desarrollo, quedó a la intemperie.
El concepto mismo del “desarrollo económico” no ha sido capaz de soportar sus limitaciones. Hoy día se pone en duda si es posible establecer procesos de desarrollo por vía del esfuerzo de instituciones de gobierno o instituciones de escala internacional. Muchos piensan que el “desarrollo económico” como concepto útil, fracasó.
Los que ahora claman del gobierno por un “plan”, en realidad parten de una premisa tambaleante. Suponen que el gobierno, u otro organismo producto de algún pacto social, puede producir un “plan” que desemboque en un proceso exitoso de “desarrollo económico”. Un proceso de “desarrollo” que, además, expanda la economía y produzca la escala mayor necesaria para dar viabilidad al sector público y resuelva el problema financiero-fiscal que lo ha llevado a la bancarrota, Es decir, piden un plan que rinda “desarrollo” con crecimiento.
Siento decir que sospecho se esté soñando con encontrar la Piedra Filosofal. La que los alquimistas suponían que debía existir y que, entre otros poderes, podía cambiar el plomo para convertirlo en oro.
La mera definición del “desarrollo” presenta un enorme reto intelectual. Los que hoy piden a gritos el crecimiento, se olvidan de todas las críticas que fueron erigidas en contra del concepto por los que pretendían optar por el “desarrollo humano”. Así, cómo si se estuviese en un restaurante armado con un menú. Deseo “desarrollo a la Escandinavia”. O bien, tráigame “crecimiento a la Americana”.
Otros, ni siguiera pasan por éste proceso analítico para establecer el plan de acción que sacaría del estancamiento a la economía de Puerto Rico. La solución que estos propugna consiste en un “cambio de modelo”. Cuando uno levanta la cabeza y buscamos mayor explicación, descubrimos que el “modelo”, para ellos, no es otra cosa que una opción de status: estadidad, independencia, asociación … Como siempre, la carreta frentes a los bueyes. No reconocen que todas esas supuestas opciones o modelos requieren de economías viables para ser, a su vez, viables.
Temo que siglos de dependencia han sido exitosos en vacunarnos contra el germen de la imaginación. No podemos imaginarnos haciendo nada que no sea lo mismo que siempre hemos hecho. He aquí nuestro desarrollo deficitario. Lo siento, esta situación no es soluble por vía del optimismo bobo. El modelo se rompió. El modelo de la dependencia para con el Estado no es viable. Esa es la nueva realidad y por ahí es que ha de comenzar el dolorosos proceso de sanación.
* El autor es economista y planificador