Por Roberto Orro*

Durante casi dos décadas, Cuba y Venezuela han mantenido estrechas relaciones económicas y políticas. Los sólidos vínculos entre ambos países han sobrevivido la larga convulsión política y la persistente ruina de la economía venezolana. Empero, los sorpresivos acontecimientos de los últimos días han iniciado un giro diametral en esta relación. 

Luego del fallido golpe de estado contra Hugo Chávez en 2002, Cuba se convirtió en una pieza clave en el engranaje autoritario del chavismo.  Amén del pago por los servicios médicos y de otros profesionales, la infusión de petrodólares venezolanos a Cuba (que llegó a superar los $10,000 millones anuales) representa en gran medida la compensación por la instalación y operación en Venezuela de una refinada maquinaria de vigilancia y control político.  Una maquinaria que resalta por su capacidad profiláctica, capaz de detectar tempranamente cualquier indicio de deslealtad de un funcionario o un miembro de la jerarquía militar e, inmediatamente, ejecutar la debida destitución, democión o rotación del sospechoso.  Esta tecnología represiva importada de Cuba les permitió, primero a Hugo Chávez y luego a Nicolás Maduro, controlar a políticos y militares sin necesidad de incurrir en sangrientas purgas.

Desde que asumió la presidencia en 2013, la agitación política y la depauperación económica han sido las constantes en el gobierno de Nicolás Maduro.  Aun así, Maduro siempre se las había agenciado para ganarle el pulseo a una dividida oposición que cada vez lucía más arrinconada y falta de energía.

En un breve lapso, todo ha cambiado. La tormenta perfecta contra el chavismo se alimenta tanto en aguas locales e internacionales y cobra más fuerza cada día.  La economía venezolana está en ruinas azotada por una inflación de magnitudes bíblicas: 1,000,000% anual.  La oposición ha renacido como ave Fénix con un presidente paralelo y apuntalada por una poderosa coalición internacional con Estados Unidos a la cabeza.  Para completar el adverso cuadro, la derecha ha capturado las presidencias de Colombia y Brasil, países fronterizos con Venezuela, ambos con ejércitos fuertes y bien equipados.  Al punto al que han llegado los acontecimientos, las técnicas de control cubanas se están tornando inservibles.

Con el fino olfato que le caracteriza, la dirigencia cubana ya debe haber advertido las verdaderas intenciones de Estados Unidos hacia Venezuela.  La administración de Trump ha actuado en Venezuela con una verticalidad que no se veía en Latinoamérica desde la invasión a Panamá en 1989.  Para una presidencia tan acosada por investigaciones y críticas de toda índole, el derrocamiento del chavismo puede brindar réditos políticos no despreciables.

Coincido con mi amigo y colega Gerardo González en que la mejor opción para Cuba es ayudar en las negociaciones para la búsqueda de una solución pacífica.  Apelar a la resistencia y al uso de la fuerza sería una alternativa descabellada que en nada va a cambiar el destino del chavismo.  Después de años de penurias, hiperinflación y emigración masiva, los venezolanos no están para escuchar huecas invocaciones al antiamericanismo y al patriotismo. Maduro se ha convertido en una figura internacionalmente despreciada y la retórica inflamatoria no va a encontrar mucho eco ni dentro ni fuera de Venezuela. ¿China y Rusia? Nadie en Latinoamérica los conoce mejor que los dirigentes cubanos. Saben perfectamente que ninguna de estas potencias va a correr el riesgo de enfrascarse en un conflicto con Estados Unidos por defender a Maduro.

Si la caída del chavismo es inevitable, lo mejor es evitar una vapuleada de la cual Cuba no escaparía ilesa.  Lo mejor opción para Cuba es minimizar los impactos colaterales de la explosión chavista sobre el frágil proceso de transición política en la Isla.  Una nueva generación de dirigentes se apresta a tomar las riendas del país (todavía no lo ha hecho aunque formalmente haya un nuevo presidente) y un grave conflicto con los Estados Unidos no es nada saludable en este momento

Cualquiera que sea el rumbo que tomen los acontecimientos, incluso en el mejor de los escenarios para el chavismo, el ventajoso arreglo económico de Cuba con Venezuela llegará a su fin.  De hecho, aunque se desconocen las cifras exactas, hay consenso entre los expertos en que la ayuda venezolana a Cuba se ha reducido sustancialmente en los últimos tres años.  Ni siquiera los chavistas tienen ahora acceso pleno a la bóveda de los petrodólares.

Se acerca un momento trascendental para Cuba.  A pesar de la reconocida capacidad de supervivencia que ha mostrado a lo largo de seis décadas, le será altamente improbable encontrar un aliado tan espléndido como Venezuela.  Aunque no se esperan los niveles escasez del Periodo Especial de los años noventa, se aproximan tiempos difíciles para la economía de Cuba y su sociedad en general.  Sin embargo, quizás esta nueva etapa ayude a catalizar la tan esperada transformación económica y política de Cuba.

  • El autor es economista y consultor independiente