Por Ángel L. Ruiz, Ph.D. *

La globalización de los mercados mundiales de bienes y servicios, y la creciente competencia de los países por incrementar su participación, requieren innovadores enfoques encaminados a identificar nuevas fuentes de crecimiento y ventajas competitivas. Por décadas, en las teorías que tratan el tema de las riquezas nacionales -y sus causas- no siempre se enfatizó al recurso humano y al cambio tecnológico como centros del desarrollo.

La teoría tradicional mantiene que, aumentando el acervo de capital físico vis-à-vis la población o la profundización del capital (“capital deepening”), se generaría crecimiento económico. Se supone que más inversión conduce a incrementos en capital, factor que -a su vez- mejora la productividad del trabajador y promueve el crecimiento económico.

No obstante, la experiencia nos dice que son el cambio tecnológico, la reserva de capital humano con que cuenta un país y la inversión en educación, quienes juegan un papel determinante a la hora de explicar las disparidades que existen entre países (especialmente en variables macroeconómicas como productividad, ingreso per cápita y tasas de crecimiento económico).

Tecnología: del inframundo al “hit parade”

El cambio tecnológico ocupó un curioso lugar -tipo “bajo mundo”- en el pensamiento económico… y por un largo período. En los trabajos de economistas clásicos (como Malthus, Ricardo y J.E. Mill) este tema no se ignoraba, pero apenas jugaba un papel secundario en la construcción de las teorías. Incluso, cuando se tomaba en consideración, este tópico tendía a modificar poco o nada la dimensión del análisis, pues otras variables -como crecimiento poblacional, acumulación de capital y rendimientos decrecientes en agricultura- emergían como las más importantes.

A mediados del siglo XIX, Marx enfocó la atención hacia el cambio tecnológico (como principal impulsor del desarrollo capitalista), pero su trabajo tuvo ínfimo impacto inmediato en la tradición central del pensamiento económico de la época. En las últimas décadas de ese siglo, la atención se centró mas bien en la asignación óptima de los recursos, usualmente dentro de un marco estático de análisis y del cual se excluían -deliberadamente- los asuntos relacionados con el cambio tecnológico.

Llegan brisas frescas…

Temprano en el siglo XX, Joseph Schumpeter inició una influyente carrera académica en Harvard; sus contribuciones lograron atraer la atención de los economistas sobre el cambio tecnológico, que jugó un papel central en el análisis del desarrollo capitalista (ejecutado por el propio Schumpeter). Mas este cambio fue tratado esencialmente como una fuerza exógena, con importantes consecuencias pero sin causas o antecedentes puramente económicos. A pesar de que Schumpeter explicaba (en términos económicos) el tiempo de la actividad innovadora, tuvo muy  poco que decir acerca de los factores económicos que moldean la actividad creativa.

A mediados de la década de 1950-60, ya se había acumulado suficiente evidencia como para sugerir dos cosas: (1) que el cambio tecnológico es un determinante principal del crecimiento económico en economías que experimentan rápido desarrollo económico; y (2) que las fuerzas que le dan forma al cambio tecnológico son, en gran medida, económicas (por lo tanto, muy lejos de ser exógenas, se pueden interpretar y entender en términos de análisis económico).

Sobre esta base, la principal limitación de los modelos tradicionales es asumir que los fenómenos que más inciden en la tasa de crecimiento económico son extraeconómicos o exógenos. Por lo tanto, no están sujetos a control por medio de política económica.

Así, por ejemplo, se sostenía que la tasa de cambio tecnológico dependía de la tasa de avances científicos. Pero… ¿cuáles eran las causas detrás de este fenómeno?, ¿cómo se llevaba a cabo la transmisión de la ciencia pura a las aplicaciones comerciales?

La llamada nueva teoría de crecimiento -teoría endógena- intenta lidiar con las deficiencias más pronunciadas de la postura neoclásica. Principal y explícitamente trata de “endogenizar” el papel que juega el cambio tecnológico en el modelo. Esta teoría es especialmente relevante cuando se estudian las economías en vías de desarrollo, pues provee un fundamento firme para contestar por qué las tasas de crecimiento han sido diferentes, contrario a la teoría tradicional de crecimiento (que postula que el ingreso per cápita entre países tiende a converger).

Destreza humana: un tesoro invalorable

Recientemente -sobre todo durante la última década- la percepción de estas limitaciones del modelo tradicional ha ido en aumento, gracias a nuevas respuestas de varios expertos preocupados con los procesos de desarrollo económico (encabezados por Paul Romer, catedrático de la Universidad de Stanford, California).

La nueva teoría enfatiza también la acumulación de capital humano. Está solidamente respaldada en los hallazgos de prestigiosos economistas (como Robert J. Barro y varios de sus colegas en la Universidad de Harvard) y propone que es el capital humano -no el físico- uno de los factores clave para explicar el crecimiento económico.

El recurso humano diestro es muy superior al capital físico, dado que los seres humanos, a diferencia de las máquinas, poseen la habilidad de aprender y transferir su conocimiento a otros. Por consiguiente, invertir en destrezas y en el mejoramiento de la productividad resulta en rendimientos crecientes (o, como mínimo, constantes) en vez de los tradicionales rendimientos decrecientes relacionados con la acumulación de capital físico (un serio postulado de la teoría clásica).

El mismo Romer (en coincidencia con autores como Grossman y Helpman, ver N. del E.) se allana a la hipótesis de que la inversión en conocimiento estará sujeta a crecientes rendimientos de escala. Además, aumentando el caudal de conocimiento se crea un bien público, por lo que se derivan externalidades positivas. Así, por ejemplo, la inversión en Investigación y Desarrollo debe redundar en un conocimiento específico y promisorios productos para determinada empresa; pero también deberían aumentar -simultáneamente y con las debidas transferencias- los conocimientos sociales, multiplicando las posibilidades de gestar nuevos productos en otros ámbitos.

En resumen, aunque los nuevos modelos de crecimiento gestados durante la década del ‘80 no constituyen un cuerpo teórico homogéneo, tienen el objetivo común de lograr que las fuentes de crecimiento sostenido sean endógenas. ¿Cómo?: incorporando a la inversión en capital humano (vía educación), el aprendizaje por práctica (“learning-by-doing”) y las economías externas derivadas de la especialización.

Finalmente, cabe destacar que los cambios cualitativos en destrezas de los empleados son un componente esencial de la denominada productividad total de factores de producción… estrechamente vinculada con el aporte de la tecnología al crecimiento económico

* El autor es catedrático del Programa Doctoral en Desarrollo Empresarial, de la facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano. Otras fuentes documentales pueden hallarse en: Paul M. Romer: “Increasing Returns and Long-Run Growth” (Journal of Political Economy, Vol. 94, No. 5, October 1986); y Gene M. Grossman y Elhanan Helpman: “Innovation and Growth in the Global Economy” (Cambridge, Mass.: The MIT Press, 1991).