Un programa del Departamento de Educación hace referidos a los departamentos de Vivienda y Familia, pero no da seguimiento a la situación de vivienda que afecta la salud mental y el aprovechamiento académico de los estudiantes.
Por Sarangelie Villegas Rivera | Centro de Periodismo Investigativo
Nahir cursaba el décimo grado cuando los vientos del huracán María arrancaron las puertas de su casa. Un deslizamiento de terreno provocó, además, que la terraza de la parte de atrás de su hogar cayera risco abajo y debilitara la estructura a la que, tres años más tarde, no ha podido regresar.
“Todas las cosas que teníamos se nos mojaron y estuvimos viviendo hasta diciembre de 2017 en casa de mi mamá” explicó Inés López Serrano, madre de Nahir y de otros dos niños de 12 y 14 años.
Aunque hay diferencia en las cifras de menores sin hogar en los últimos tres años académicos que se informan por el DE y por la agencia homóloga federal, en lo que sí coinciden las cifras en general es en que hay más de 4,000. En el año 2019-2020, para el que no hay datos federales disponibles, el programa que dirige Rivera informó 4,333 menores sin hogar fijo.
“Sin hogar”, según la definición del Departamento de Educación federal, incluye a los estudiantes cuyas familias se quedan en casas de parientes o amigos, en moteles, en refugios o residen en viviendas consideradas “vivienda deficiente” al carecer de algún servicio básico.
Discrepancia en las cifras
Datos del Departamento de Educación federal recopilados por el Center for Public Integrity y Columbia Journalism Investigations reflejan que hubo un aumento de 18% en la cifra de estudiantes sin casa en Puerto Rico para el año académico 2016-2017, cuando la cantidad fue de 4,736 estudiantes. En el año 2017-2018, tras el huracán María, la cifra alcanzó los 6,707 estudiantes, aumentando un 42%. Tres años más tarde, algunos de estos alumnos no han podido recuperar sus hogares.
“Fue un aumento significativo y todavía tenemos familias que están sin hogar”, reconoció al Centro de Periodismo Investigativo la coordinadora del Programa Educativo para Niños y Jóvenes Sin Hogar Fijo del Departamento de Educación, Norma Rivera, quien explicó que su oficina solo atiende la parte educativa y no la situación de vivienda de los menores.
Los datos que ofreció la coordinadora del programa son distintos a los que tiene disponibles el Departamento de Educación Federal. Esos datos, son a su vez distintos a los que tiene la agencia local en su página web.
Rivera indicó que desconoce porqué hay una discrepancia en las cifras del Departamento de Educación de Puerto Rico y el federal. Según la coordinadora, la agencia de Puerto Rico reporta, mediante su Oficina de Planificación, las cifras de estudiantes sin hogar al Departamento federal, por lo que deberían coincidir.
Mencionó sin embargo que se “empezó en el 2014-2015 a entrar los datos [de manera] digital, así que, a lo que esa configuración se dio, hubo varios obstáculos”.
Rivera también adjudicó la diferencia en cifras a que el Departamento de Educación de Puerto Rico reporta la cantidad de estudiantes sin hogar desde kinder hasta duodécimo y los de preescolar en dos cifras distintas. El programa del DE, por su parte, reporta los estudiantes sin hogar en una sola cifra, incluyendo estudiantes que son desertores escolares y de escuelas privadas, que no se contabilizan en el Departamento de Educación.
“El Departamento [de Educación de Puerto Rico] tiene una plataforma que se llama el Sistema de Información Estudiantil (SIE) y si la trabajadora social identifica un estudiante que coloca en ese sistema y el estudiante no aparece [en el SIE], el sistema no le cuenta ese estudiante”, indicó Rivera.
La coordinadora indicó también que para el año 2017-2018, tras el huracán María, los datos se recogieron de forma manual porque no tenían acceso al sistema digital, por lo que la información puede variar.
El DE no da seguimiento al problema de falta de techo seguro
Rivera indicó que los directores o trabajadores sociales de cada escuela completan un censo por cada región educativa. Luego, los trabajadores sociales del programa hacen un estudio de necesidades para la asignación de fondos para materiales educativos como libretas, mochilas, lápices y uniformes, o la contratación de maestros para ofrecerles tutorías en un periodo extendido. Sobre la situación de la falta de un hogar, explicó que envió la información de los estudiantes que tenían en su censo y qué familias estaban sin hogar al Departamento de Vivienda. Pero desconoce qué pasó después.
“Nosotros estamos aquí para la parte educativa, los fondos no son para darles una vivienda, pero sí hacemos las coordinaciones necesarias”, aseguró la coordinadora del programa que también atiende a estudiantes que son removidos por el Departamento de la Familia y están en albergues de transición u hogares para sobrevivientes de violencia de género.
Rivera aseguró que el personal del Programa Educativo también entregó al Departamento de la Familia, en el 2018, la información que tenían sobre familias con estudiantes que estaban sin hogar, pero al preguntar si había recibido alguna respuesta sobre la información, indicó que no.
El Departamento de la Familia y el Departamento de Vivienda no estuvieron disponibles durante semanas para atender preguntas del CPI sobre este asunto.
Inés recurrió, como millones de puertorriqueños, a solicitar ayuda de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA), sin embargo, fue referida para un préstamo federal de bajo interés. Según le dijo la agencia federal, el salario de su esposo, que es la única fuente de ingreso para su familia, era muy alto para cualificar para la ayuda de FEMA.
“Mi esposo es probador de contadores y, por su sueldo, FEMA nos mandó a préstamo, lo que nosotros vimos totalmente incomprensible porque esta propiedad se está pagando. Nosotros la tomamos a 23 años y apenas llevamos como siete años con ella, así que no creíamos prudente otro préstamo”, explicó López, quien ahora vive junto a sus tres hijos y su esposo en lo que fue un taller de mecánica, ubicado junto a su antiguo hogar en el barrio Caonillas de Utuado.
El seguro que tenía la casa, según López, les asignó $13,000 para sellar el techo, limpiar y reinstalar las puertas, cubriendo solo los daños por el viento y asegurando que la casa era habitable. Sin embargo, la madre de tres estudiantes afirmó que, al deslizarse el terreno y perder algunas de las columnas que sostenían la terraza, la estructura quedó débil y peligrosa.
“Para ellos es una casa habitable, lo que tenemos es que arreglarla, incluso después de los temblores, que han creado grietas y hemos visto que la filtración y la desviación se han agravado”.
Familias esperan por la reconstrucción
De la residencia de Shaineska Velázquez Calderón, de 18 años, solo quedó en pie el baño. La joven cursaba el undécimo grado cuando llegó el huracán María y, aunque su familia recibió ayuda de FEMA, aún no han terminado la reconstrucción de su casa en el barrio Doña Elena de Comerío.
“Estamos residiendo con mis abuelos desde el huracán. Estuvimos unos meses en su casa hasta que pusieron ventanas y puertas arriba”, explicó la joven quien ahora vive temporeramente en una casa pequeña ubicada encima de la residencia de sus abuelos y a la que también hubo que hacer reparaciones, pues perdió algunas puertas y ventanas durante el huracán.
Shaineska debía iniciar la universidad en este año académico, sin embargo, la señal de internet en su actual vivienda es deficiente, por lo que no inició sus estudios. Explicó que buscó actividades que la mantuvieran ocupada, como hacer manicuras.
“No estoy estudiando, estoy esperando que esto [la pandemia] mengüe para ir a la universidad directamente”, indicó la joven quien aseguró estar entusiasmada al ver el proceso de reconstrucción de su casa.
“Me siento mucho mejor ahora que la casa está prácticamente hecha, solo le faltan losas, puertas y ventanas, y eso me emociona”.
Afectada la salud mental de los niños y jóvenes sin techo
Una encuesta realizada por el Instituto de Desarrollo de la Juventud luego del paso del huracán reflejó que un 23% de las familias participantes del estudio notaron en sus niños alguna experiencia de ansiedad fuera de lo normal.
Jesinés Ortiz, hermana menor de Nahir y quien cursa el noveno grado, comenzó a sufrir de ataques de ansiedad recientemente. Según la madre de la joven, la acumulación de experiencias desde la pérdida de su hogar en el 2017 ha agravado la situación emocional de la estudiante, quien no ha podido conseguir una cita con un profesional de la salud mental durante la pandemia. La madre recurrió a la consejera escolar, quien le dijo que “la observara y siguiera dándole apoyo”. También intentó concertar una cita con un profesional de la salud mental, pero no estaba ofreciendo servicios debido a la pandemia.
Yadira Pizarro Quiles, psicóloga y directora de Escape, una institución sin fines de lucro que provee consejería y apoyo emocional a niños, adultos y familias, describió este tipo de impacto en la salud mental como “un trauma”. El hogar es uno de los factores principales para sostener la estabilidad emocional y la seguridad de un menor, por lo que, al perderlo, se alteran las rutinas básicas, explicó la directora, quien agregó que los menores llevan la peor parte porque dependen mucho de la estabilidad emocional de los adultos que los cuidan.
Según la psicóloga, al perder la estructura física y vivir la incertidumbre de no tener un hogar fijo, sumado a las responsabilidades de la escuela, surge “una fórmula perfecta” para situaciones emocionales que pueden ir desde ansiedad y depresión hasta un trauma emocional.
“Mientras más tiempo pasa sin una estabilidad física, más difícil se hace la construcción de todo lo demás”, indicó Pizarro Quiles, quien agregó que las experiencias de los terremotos y la pandemia ahondaron esta problemática, según los casos que ha manejado la organización. Esta acumulación de estresores ha generado un aumento en la incidencia de maltrato y violencia familiar, aseguró Pizarro.
“Estamos viendo mucha incidencia de maltrato, incluso en familias que no maltrataban antes, y muchas niñas, niños y adolescentes deprimidos. Antes atendíamos a uno o dos menores con ideas suicidas al año y, en el último trimestre, atendimos seis”, aseguró la psicóloga.
Se van los estudiantes
Al regresar a clases, Nahir notó que muchos de sus compañeros se habían marchado a Estados Unidos. Esa pérdida, sumada a la de su hogar, la desanimó. Del apoyo emocional recibido en su escuela, solo recuerda una reunión en la cancha con juegos de mesa y lo que describe como “música alegre”.
“Ese año se fueron dos de mis amigos y lloré mucho pensando en que no iban a volver”, contó Nahir.
Datos del Departamento de Educación de Puerto Rico reflejan una merma de más de 116,000 estudiantes en los últimos seis años. Desde 2014, la matrícula certificada en las escuelas del país ha ido en descenso, reflejando el punto de mayor merma en el año académico 2018-2019, cuando las clases iniciaron con 38,814 estudiantes menos que el año anterior.
Pizarro explicó que, durante las crisis, una de las recomendaciones de los expertos en salud mental es acercarse a las redes de apoyo, que son la familia o amigos. La partida de quienes constituían las redes de apoyo se sumó a la pérdida de los hogares de los estudiantes que quedaron sin un techo seguro, agravando su estabilidad emocional.
Se afecta el aprovechamiento académico
Con la pérdida de su hogar, Nahir también perdió las ganas de estudiar. Sin embargo, asegura que el apoyo de su familia le ayudó a sobrellevar la carga académica de ese semestre.
“A veces las notas no eran muy buenas, pero con el apoyo de mi mamá y mi familia pues pude ir subiendo y, aunque a veces no tenía ganas de hacer nada, me animaba saber que había un día final de clases y daba mi mejor esfuerzo porque quería salir bien para poder entrar a la universidad”.
Brayan Rosa Rodríguez, gerente de Política Pública del Instituto de Desarrollo de la Juventud, indicó que la encuesta realizada por su organización también reflejó que, en promedio, los estudiantes entre cinco y 17 años perdieron aproximadamente 78 días lectivos luego del huracán María. Para ese año académico, el calendario del Departamento de Educación tenía 181 días lectivos.
María Enchautegui, directora de Investigación y Política Pública del Instituto, explicó que, al iniciar las clases luego del huracán, los maestros no estaban siendo tan exigentes como en una situación regular, lo que puede sesgar la evaluación del aprovechamiento académico en general durante ese periodo.
“Es difícil ver lo del aprovechamiento académico porque los estándares se ajustaron un poco, así que es posible que no lo veamos en los indicadores”, explicó la investigadora.
A Rosa le preocupa que la pérdida de días tras el huracán, sumada a la de los terremotos, y ahora a la educación en línea por la pandemia, estén creando un vacío en la calidad de la educación.
“Los maestros pueden ser más sensitivos a la hora de pasar juicios sobre los trabajos, pero en términos de la calidad o el aprovechamiento académico de los estudiantes nos preocupa mucho, al pensarlo a largo plazo, cuando esos estudiantes estén listos para entrar al mercado laboral o a universidades, que son procesos competitivos donde es importante demostrar que tienes el conocimiento”, explicó el gerente de Política Pública.
Pizarro Quiles coincidió con Rosa, y afirmó que en Escape han observado que algunos niños y jóvenes que solían tener un historial académico de A y B, actualmente, mantienen calificaciones de D y F porque se les hace difícil concentrarse. Según Pizarro Quiles, la ansiedad o depresión generada por las situaciones vividas propicia que la comprensión de información se dificulte, lo que redunda, a largo plazo, en una generación con lagunas académicas y dificultades en su dinámica social.
Jesinés y Jesús, el más pequeño de los hermanos de Nahir, también han visto afectado su aprovechamiento académico. Según la madre de los jóvenes, la experiencia de la educación en línea, sumada a las experiencias vividas antes, les han desanimado a participar de sus clases.
“Es difícil mantener un aprovechamiento académico y tener un desempeño aceptable porque todavía no tienes las destrezas emocionales y sociales que tiene un adulto, así que dependes de los adultos a tu alrededor para sostenerte emocionalmente y, si ellos también están frágiles, la escuela, las clases y el aprovechamiento académico no son la prioridad”, explicó Pizarro Quiles.