Por Cristina del Mar Quiles

Las mujeres cargamos con el peso de la palabra “puta” desde muy jóvenes. A veces, desde niñas. Puta por llevar la falda corta, puta por llegar tarde a casa, puta por andar sola de noche, puta por cambiar de pareja, puta por disfrutar del sexo. Pero, también, puta por ser muy simpática o puta por ser muy seria.

Es una palabra con un significado construido desde el patriarcado, que busca degradar, como si lo que escoge ser o hacer una mujer nos hiciera menos humanas o fuera causa justificada del menosprecio, de una violación, o del discrimen.

Un hombre dice puta y cae sobre una como un cantazo, sorpresivo y pesado, que te obliga a abrir la boca en asombro y te deja sin poder reaccionar.

Con toda la intención negativa que carga la palabra, se utiliza para herir deliberadamente a las  mujeres, para reducirlas a lo que socialmente muchos consideran algo objetable —que en la mentalidad patriarcal sería acostarse con muchos hombres a la vez u ofrecer sexo a cambio de dinero. Entonces, quien recibe el insulto es puta simplemente porque piensa diferente sobre cómo vivir su vida.

“Caerle encima a esta puta”. Es la expresión que escribe en un chat de Telegram el gobernador Ricardo Rosselló en referencia a la puertorriqueña Melissa Mark-Viverito, vicepresidenta del Latino Project y exconcejal en Nueva York.

El comentario de Rosselló parece en respuesta a un reclamo que hizo Mark-Viverito por Twitter al presidente del Partido Demócrata, Tom Pérez, quien estaba apoyando la estadidad. Mark-Viverito le pidió a Pérez que fuera justo con todos los sectores.

“Nuestra gente debe salir a defender a Tom y caerle encima a esta puta”, dijo Rosselló.

El publicista Edwin Miranda, de KOI, le sigue: “cáiganle encima”.

En esta conversación, no hay presencia de mujeres. Es el típico “locker-room talk”. La misma descripción que dio como justificación el actual presidente Donald Trump cuando salió a la luz la grabación de un diálogo que tuvo con el presentador de televisión Billy Bush en el que hablaba de “grab them by the pussy”. Decía que podía hacer con las mujeres lo que le diera la gana por ser una persona influyente y con dinero.

Esa expresión de Trump refleja su manera de gobernar en detrimento de los derechos de las mujeres, eliminando los fondos para Planned Parenthood, y en menosprecio de inmigrantes y personas negras en Estados Unidos.

En Puerto Rico, sobran ejemplos de cómo la masculinidad tóxica gobierna el país y está presente en cada esfera.

Y es que el “boy’s talk” o el “locker-room talk” es mucho más que una conversación en el ámbito privado y en confianza entre hombres, en la que algunos dirán que no es necesario el “political correctness”.

Las palabras que utilizamos en público o en privado reflejan nuestra manera de ver el mundo; evidencian y sostienen nuestros prejuicios. Revelan quiénes somos y cómo, realmente, pensamos. Que el gobernador Ricardo Rosselló se haya referido a Mark Viverito como “puta” en ‘una conversación entre amigos’, que en realidad es entre oficiales de gobierno en funciones, es evidencia de su machismo. Y que ninguno de los otros participantes de esa conversación le haya cuestionado, significa que para ellos no existe ningún problema con esa expresión. Son igual de machistas.

La misoginia se confirma en el grupo cuando más adelante Ramón Rosario se dirige a Christian Sobrino y le dice “tu gatita” a la directora ejecutiva de la Junta de Control Fiscal, Natalie Jaresko. Este comentario genera un “fo” en respuesta de parte de Sobrino.

Decirle a Sobrino “tu gatita Jaresko” es una forma de burlarse de él y de ella reduciendo a Jaresko a su potencial atractivo físico, como si Jaresko pudiera relacionarse con él de alguna otra forma que no fuera como directora ejecutiva de la Junta de Control Fiscal.

Al final, aunque Jaresko sea una de las personas con mayor poder sobre Puerto Rico, es una mujer – aun con el privilegio de clase, raza y acceso que tiene sobre la mayoría de los puertorriqueños y las puertorriqueñas – y estos hombres se sienten con el derecho de hablar de ella como “gatita”. ¿Por qué no hablan de los otros miembros hombres de la Junta como “gatitos”?

Una lee esto y tiene que respirar hondo. Piensa en el nivel de infantilismo y de inmadurez con el que se manejan las personas en posiciones de mayor poder del país. Un poco más de análisis lleva a la conclusión de que sus expresiones tienen que ver más con su ideología de poder y su privilegio que con su edad o capacidad mental. Esa misoginia no se quita con los años y trasciende lo privado. En el caso de esta administración, llega a las decisiones de política pública.

El 23 de noviembre de 2018, un grupo de manifestantes, convocado por la Colectiva Feminista en Construcción, llegó a La Fortaleza con el reclamo de que el Gobernador firmara una orden ejecutiva para declarar un estado de emergencia por la violencia machista en el país. Uno de los puntos principales era la incorporación de un currículo con perspectiva de género en las escuelas públicas del país, una medida recomendada hace décadas por la Organización de las Naciones Unidas e implementada con éxito en muchos países. Cada intento en Puerto Rico ha sido frenado. El Gobierno de Rosselló eliminó el currículo con perspectiva de género más reciente a solo semanas de haber asumido el poder.

A finales de noviembre de 2018, al menos, 22 mujeres habían sido asesinadas por sus parejas o exparejas ese año. Decenas de manifestantes acamparon dos noches como parte de su protesta, y el Gobernador nunca las recibió.

El desprecio y la indiferencia con que portavoces del Gobierno hablaron de esta manifestación y otras que siguieron es la evidencia de una ideología que queda clara en el intercambio de mensajes en el chat de Telegram.

Muchos repudiarán estas expresiones “como padre de niñas”, “como esposo”, “como hijo y hermano de mujeres”. Reclamarán que el Gobernador tiene una hija, una madre y una esposa. ¿Pero es que los seres humanos no merecen respeto y trato digno, y punto? No hay que ser padre de niñas, ni esposo de una mujer, ni hermano, ni hijo para entenderlo o merecerlo.

Repudiar una agresión contra una mujer con el argumento de que “soy padre” o “tengo una hija” parte de la premisa de que las mujeres solo merecemos respeto a base de nuestra relación con un hombre. Y el respeto y el trato digno no puede ser algo que una se gana por ser algo de alguien; es un derecho humano.

Muchos, de derecha y de izquierda, vociferarán su rechazo, pero en lo íntimo, saben que también, con sus amigos, hablan de putas y gatitas.

Hablan así de sus jefas, de sus compañeras de clase, de las manifestantes en el Capitolio y La Fortaleza.

Esa hipocresía es el germen de la violencia a las mujeres.

Al mismo tiempo, hay mujeres que saben que pueden tomar el poder sobre las palabras, transformar su significado. Y si resulta que “putas” son las mujeres libres, que hablan, cuestionan y reclaman, serán más de “cinco gatas” y “esta puta”. Seremos todas putas y gatitas.