Por Roberto Orro*

América Latina ha entrado para quedarse en el club de las grandes compañías multinacionales a nivel mundial.  Como rasgo distintivo, las economías latinoamericanas de hoy día exhiben una pujante clase empresarial al mando de gigantescas multinacionales -multilatinas como también se les denomina – que parecen desconocer cualquiera barrera geográfica dentro de planeta.

Las multilatinas portan el sello de la dualidad. Por una parte, constituyen una evidencia palmaria de la profunda desigualdad social que aún impera en Latinoamérica.  Son causa y efecto de la creación de enormes fortunas y de poderosas familias con desmesurado poder político.  Varios de sus nombres están ligados a sonados escándalos de corrupción y soborno. No obstante, su competitividad internacional, excelencia gerencial y capacidad de liderazgo económico están fuera de toda duda.

El desarrollo de las multilatinas ha sido impresionante en las dos últimas décadas.  Abundan los ejemplos impactantes.  Gerdau, el coloso brasileño de la siderurgia, es dueño de plantas en Estados Unidos, Canadá y la India.  La mundialmente conocida Petrobras perfora en Estados Unidos, Latinoamérica y África, y sus operaciones llegan hasta Okinawa, Japón. Otra compañía brasileña, Vale, competidor de primer nivel en el renglón de la minería, opera en cuatro continentes.

América Móvil (Claro) no necesita presentación en Puerto Rico, al igual que Cemex, que cuenta con plantas de materiales de construcción en Malasia, Egipto y Letonia, por mencionar algunos ejemplos de su presencia en más de cincuenta países.  FEMSA, mexicana y regiomontana como CEMEX, es hoy día el embotellador de Coca Cola más grande en el mundo y opera fábricas en lugares tan distantes como Filipinas.  El club de multinacionales latinoamericanas no se limita a México y Brasil.  Ahí están los casos de la compañía de cosméticos Belcorp de Perú, el polifacético Grupo Techint de Argentina, la aerolínea chilena LATAM y Ecopetrol de Colombia, entre otros.

Aunque en menor escala y sin tener el sello internacional, el contagio del gigantismo ha llegado al Caribe.  La pujanza económica de República Dominicana no puede separarse del crecimiento de grupos como Vicini, Corripio y Popular.  Incluso Cuba, en su peculiar trasbordo a la nave capitalista, ha utilizado el poder del estado para crear y desarrollar poderosos grupos económicos.  Gaviota, la rama hotelera del gran consorcio militar GAE, posee alrededor de 25,000 habitaciones de hotel, una cifra muy superior al total de habitaciones Puerto Rico.

Urgido de encontrar un nuevo paradigma económico, Puerto Rico debe aprender de las experiencias de sus vecinos latinoamericanos y estudiar los factores que les ayudaron a dar el salto al firmamento internacional.   Cabe recordar que algunas de estas empresas han penetrado el mercado de la Isla.  De hecho, la entrada de grandes compañías de Latinoamérica en Puerto Rico ha coincidido con la retirada de empresas de Estados Unidos.  El ejercicio de estudio es útil, además, para diseñar una estrategia realista que descarte mitos y fantasías, y discierna lo posible de lo imposible.

Las políticas de industrialización y sustitución de importaciones, implementadas en América Latina, son un primer factor a considerar.  Muchas de las mega empresas continentales se incubaron bajo el manto protector del estado en un marco regulatorio favorable, sacando partido, incluso, de recurrentes crisis económicas que suelen coincidir con devaluaciones de las monedas locales y el abaratamiento de la mano de obra y otros insumos internos.

Amén del proteccionismo estatal, el gran capital latinoamericano ha sabido aprovechar los extensos y diversos mercados locales y los abundantes recursos naturales de sus países.  Los yacimientos minerales y el petróleo proporcionaron los pilares de operaciones muy lucrativas y sirvieron de pivote para el desarrollo de otros sectores como el bancario, que también ha empezado a cruzar fronteras.  Asimismo, el gran tamaño de los mercados domésticos, con decenas y cientos de millones de consumidores esparcidos en una variada y rica geografía, les proveyó a los grandes grupos económicos un espacio seguro de crecimiento y el trampolín para saltar con éxito a un mercado internacional cada vez más abierto.

La experiencia de Latinoamérica pone de manifiesto las dificultades que enfrenta Puerto Rico en la construcción de un tejido empresarial competitivo.   Definitivamente, muchas de las condiciones que permitieron el desarrollo de mega empresas en América Latina son irrepetibles en Puerto Rico.  Las herramientas proteccionistas y de política monetaria no existen y el mercado doméstico ya dio todo lo que podía dar.  Hay costos laborales y regulatorios inevitables, muchos de ellos federales, y escasean los recursos minerales y energéticos que siguen siendo claves en las economías del continente.   Tampoco abundan los recursos naturales en la Isla.  Para empeorar las cosas, las políticas de desarrollo han desairado las ventajas naturales de Puerto Rico: se desmanteló la industria azucarera, se colocó a la agricultura en estado de postración y el turismo sigue luchando por despegar.

Sin embargo, hay dos peculiaridades de Puerto Rico dignas de destacar.   No son manufactureras, sino empresas y grupos de servicios, finanzas y seguros los que han liderado el salto a los mercados externos.   Triple S, Popular, Evertec son ejemplos de lo anterior.  Por otra parte, un grupo de pequeñas empresas de servicios, ingeniería, apoyo a la manufactura y control de calidad, entre otras, ha tenido éxito en su encomiable y muy meritorio esfuerzo de llevar sus servicios a otros países.

De cualquier forma, es imperativo para Puerto Rico rediseñar su economía.   La coordinación y ayuda del gobierno federal es imprescindible, sobre a todo corto plazo, en la obtención de fondos y proyectos que permitan curar las heridas de los huracanes Irma y María y ponerle fin al prolongado letargo económico.  A mediano y largo plazo, se necesita una visión económica que incluya a nuestros propios gigantes.   Contar con grandes y poderosos grupos locales y empresarios con arraigo en Puerto Rico, que se lancen con ímpetu a la palestra internacional, no puede verse como algo negativo sino todo lo contrario.  Todo equipo que aspire a ganar necesita el liderazgo de gigantes.

  • El autor es economista y consultor independiente