Por Roberto Orro*

La letra K suele utilizarse en el léxico económico para denotar el acervo de capital fijo de una economía.  K representa el conjunto de equipos, maquinarias y edificios que se utilizan para producir bienes y servicios, ya sea a nivel de empresa, sector o incluso de todo un país.

K se ha convertido en el gran perdedor de la economía de Puerto Rico.  Para crecer y para reponerse del desgaste acumulado, K necesita nutrirse de inversiones.  Lamentablemente, la inversión en capital fijo ha sido el renglón que más ha sufrido en la Isla durante la prolongada recesión en que está sumida desde el 2006.

En Puerto Rico, la inversión ha experimentado una indetenible caída libre.  La construcción, el motor de la economía local en la década del 90, se ha hundido literalmente y en 2016 apenas alcanzó el 41% de su nivel en 2001.   Por otra parte, la inversión en maquinaria y equipo, aunque se ha librado de tal descalabro, también ha disminuido sostenidamente y el pasado año cerró con una cifra que representa el 91% de su máximo histórico alcanzado en 2007.

Se ha discutido extensamente sobre la necesidad de restaurar el crecimiento económico en Puerto Rico, pero, paradójicamente, el renglón de la inversión no ha recibido la debida atención.   En diversos foros se han presentado interesantes y valiosas ideas para aprovechar mejor los recursos existentes, fortalecer las pequeñas y medianas empresas (PyMES) y desarrollar empresas municipales, pero sin profundizar en el tema de la inversión.   Mucho se ha hablado del nocivo efecto de la austeridad económica, pero muy poco sobre cómo frenar y revertir la sequía inversionista que sufre la economía puertorriqueña.

Ninguna propuesta dirigida a fortalecer la pequeña empresa local puede pasarse por alto. Sin embargo, no debemos pecar de ilusos: las PyMES no son la fuerza que va a restablecer el crecimiento duradero en Puerto Rico.  Las pequeñas empresas son un elemento importante para proveer más y mejores servicios a la población, mas no la fuente de capital que la economía de Puerto Rico necesita desesperadamente.   Sin el impulso que proveen la infusión de capital y las inversiones en grandes proyectos estratégicos, la actividad de las PyMES tiende a convertirse en un juego de suma cero: por cada historia exitosa, detrás suele haber algún fracaso.

La actual administración está decidida a apostar por las alianzas público-privadas (APP) como vía para obtener financiamiento privado sin renunciar a la propiedad de los activos públicos.  Se retoma de esta forma una estrategia que cobró impulso entre 2009 y 2012, pero que fue engavetada por la pasada administración.  El proyecto del Aeropuerto Luis Muñoz Marín, que se concretó en 2013 y le concedió a la empresa Aerostar la operación del aeropuerto por 40 años, es la APP de mayor envergadura en Puerto Rico.

Las APP constituyen una pragmática solución que debe entrar en la ecuación de inversiones de Puerto Rico.  Empero, hay que estar consciente de que no son una vara mágica y también adolecen de limitaciones.  La mayoría de los proyectos APP se concentran en el ámbito de la infraestructura pública.  En ocasiones, los gobiernos recurren a las APP cuando se les cierran las vías tradicionales de financiamiento y, por ende, van a la mesa de negociaciones con menos poder.  La posibilidad de obtener un pago inicial (up-front payment) de la entidad privada no deja de ser tentadora para los gobiernos, y ello tiende a sesgar el análisis hacia las ganancias a corto plazo en detrimento de los resultados a largo plazo.

Para que la APP funcione, el pago inicial no puede interpretarse como un cheque en blanco a la empresa privada.  Los gobiernos tienen que estar dispuestos a hacer valer los contratos y retomar la operación del activo objeto del acuerdo, en caso de ser necesario.  El fracasado proyecto del gobierno de Londres, para rehabilitar y modernizar el sistema de metro de esa ciudad (the tube), mediante una alianza con una entidad privada, es un buen ejemplo al respecto.

Ante la imperiosa necesidad de capital de la economía de Puerto Rico, cabe preguntarse si el sector empresarial local cuenta con los recursos y la capacidad para liderar una nueva etapa inversionista.   En realidad, el sector privado de Puerto Rico está muy maltrecho y afectado por la abrupta pérdida de valor de sus activos.  Aunque el tema es siempre controversial, Puerto Rico tendrá que recurrir fuertemente a la inversión extranjera para compensar la falta interna de recursos.  Así ocurrió durante la industrialización de Puerto Rico a mediados del pasado siglo y es muy probable que la historia se repita.

En esta histórica coyuntura es importante que Puerto Rico aprenda de los errores del pasado.  La inversión no puede verse simplemente como un vehículo para “mover” la economía.  Los proyectos de inversión tienen que evaluarse en sus méritos y por sus resultados a largo plazo.  Puerto Rico está ahora pagando la factura por el frenesí constructor de los noventa, que trajo prosperidad y crecimiento inmediato, pero agravó el problema de la deuda pública y sembró la semilla de una devastadora burbuja inmobiliaria.

El repunte en la inversión es una condición necesaria para rehabilitar K, el acervo de capital de la economía local.   Se necesita una estrategia amplia y abarcadora, que incluya mas no se limite a las APP, para allegar recursos a lo largo del espectro económico.   Si no se tiene éxito en ese empeño, los planes de crecimiento económico de Puerto Rico se reducirán a alguno que otro alivio pasajero y tendremos que conformarnos con una prolongada y sustancial merma en nuestros niveles de consumo.

  • Economista y consultor independiente