REFORMA FISCAL 4

Por Elías Gutiérrez*

Las políticas liberales de intervención del gobierno en la economía se apoyan en una teoría desarrollada por John Maynard Keynes. La teoría macroeconómica de Lord Keynes intenta explicar el patrón cíclico de expansión y contracción de la demanda agregada observable en las economías capitalistas. Los programas de gobierno del presidente Roosevelt se apoyaron en la prescripción Keynesiana. De ser necesario, el gasto de gobierno, será financiado por déficit, o por dinero creado por el banco central. Según la teoría, eventualmente, la ocupación y el ingreso responden al estímulo.

El atractivo político de la “receta” es indiscutible. En el corto plazo habrá licencia de corso para gastar sin restricción presupuestaria. Todo sea por “estimular la economía”. Después de todo, en la creciente del ciclo, el gobierno recobrará lo gastado en exceso por vía de los recaudos a ser generados por impuestos. Ahora bien, como dice un viejo refrán: “Lo poco divierte, pero lo mucho enfada.” Así pues, el daño que ha producido en Puerto Rico la aplicación de la “receta” es profundo y será perdurable. La teoría no es la adecuada para ésta economía.

La teoría, o modelo, de Keynes predica la intervención del Estado en una actuación contra-cíclica continua. La actuación del estado se manifiesta por vía del gasto público en dirección opuesta a la que se observe en el ingreso. El ingreso se plantea tan estrechamente correlacionado con el nivel de empleo, que el modelo les trata como idénticos. El modelo tiene como objetivo principal explicar las fluctuaciones de corto plazo en el nivel del ingreso de una economía capitalista, relativamente cerrada al comercio externo, y con una estructura de producción relativamente simple. Una estructura que no responde a diferencias en el coste de capital y que no refleja la pluralidad de los mercados laborales.

El modelo es de naturaleza estática. De por sí esa no sería una gran debilidad. No obstante, al no incorporar otros elementos del funcionamiento de la economía su importancia se magnifica. El modelo estático compara soluciones como si fueran fotografías, no vídeos móviles. Al no ser dinámico, el modelo de Keynes no toma en cuenta los ritmos de crecimiento de las variables, sino las magnitudes de las variables.

En el corto plazo, las fluctuaciones en el nivel de ingreso son determinadas por cambios en variables exógenas al modelo. Es decir, por variables que responden a fuerzas no explicadas por la teoría. Algunas variables exógenas son utilizadas como instrumentos de política pública por los gobiernos. El gasto de consumo del gobierno y la inversión son ejemplos.

Llamo la atención a que el “corto plazo” está definido en el modelo de Keynes como un plazo de tiempo tan breve que no permite cambio en el monto del acervo de capital. Este ámbito de acción, unido a una simplificación que a primera vista parece inofensiva, limitan significativamente la teoría que sirve de soporte a la filosofía de intervención del Estado en la economía. El modelo presupone que el producto y las unidades de mano de obra son homogéneas. En otras palabras, todas las unidades producidas son iguales. No importa qué pueda implicar su producción en cuanto a insumos intermedios, trabajo o tiempo. Tampoco se considera la etapa en que se encuentre la producción al concluir el plazo en que se resuelve el modelo. Se presume que todos los productos están disponibles y en las góndolas de los almacenes.

El capitalismo se caracteriza por oscilaciones cíclicas en la actividad económica. El modelo de Keynes busca justificar la intervención del estado, a través del gasto, para sacar de la etapa de contracción del ciclo a una economía capitalista, desarrollada y relativamente cerrada al comercio externo. El gasto deficitario se aplica durante la recesión. Durante la expansión, se producen excedentes. La prudencia indicaría que los mismos se acumulen en anticipación de la próxima menguante del ciclo.

La teoría de Keynes no explica ni el crecimiento de la economía, ni la expansión de la plataforma de producción, ni la dinámica del desarrollo en el más largo plazo. De hecho, el modelo de Keynes deja a un lado la producción. Deja a un lado el sacrificio que conlleva la acumulación del capital necesario para expandir la producción. Sobretodo, por su propia naturaleza estática, el modelo (la teoría) Keynesiano deja fuera de su ámbito variables críticas. Una de ellas, el tiempo.

El libro de Keynes se titula “Teoría General de La Ocupación (Empleo), el Interés y el Dinero”. La teoría general de Keynes, sin embargo, no explica la tasa de interés. Esta se establece por la demanda por liquidez y la cantidad (oferta) de dinero en circulación. La cantidad de dinero en circulación es establecida de forma exógena por el banco central del gobierno.

La teoría de corto plazo de Keynes estabiliza el nivel de ocupación asignándole el rol de estabilizador a la inversión. La inversión no se explica en el modelo. Se le trata como variable exógena. Queda “socializada” y responsabilizada por un rol anti cíclico en el corto plazo.

A primera vista el supuesto incorporado por Keynes, en cuanto a la homogeneidad de las unidades producidas, parece inocuo. No obstante, esa homogeneidad permite ignorar la estructura de producción de todos los bienes y servicios y que la producción se organiza en etapas. Cada etapa de producción conlleva tiempo. Los bienes y servicios de mayor elaboración o innovación requieren tiempo. De ahí que sean más sensitivos al coste de capital. El tiempo que se dedica a investigación, desarrollo y comercialización resultan de la naturaleza de lo que está en producción y de la estructura necesaria para sostenerla. No es lo mismo producir un fármaco que logre atajar el Alzheimer, que producir escobas de paja. En la economía de la información y el conocimiento ésta realidad es de fundamental importancia. Keynes optó por ignorarla totalmente.

Cuando la capacidad de producción se incorpora a la teoría las recomendaciones de política pública que se presentan cambian. Expandir la capacidad de producción requiere cierto grado de sacrificio. Ello, porque el ahorro implica consumo postergado. El ahorro, léase sacrificio, es necesario para aumentar dicha capacidad de producción. No importa lo que digan los políticos.

Los políticos han adoptado una retórica que justifica el gasto de gobierno porque, según la teoría, estimula el nivel de empleo. Como el gasto se financia por déficit en el corto plazo, parece no conllevar coste ni sacrificio alguno. El argumento es políticamente atractivo. Pero en la lógica de la teoría modificada, deja de tener sostén. De hecho, se convierte en demagogia.

El ahorro, es decir, la posposición del consumo, se hace indispensable si es que se busca elevar el estándar de vida. Ello, porque, para que el estándar de vida se eleve, es necesario aumentar el acervo de capital. A su vez, para aumentar el acervo de capital es necesario el ahorro.

El modelo keynesiano da muy poca atención a los acervos de la sociedad y la economía. Por ejemplo, la riqueza, la población, el conocimiento, son relegados. Keynes fija su atención en flujos. Principalmente su atención se concentra en el flujo de ingresos, mientras obvia el acervo de riqueza.

El malgasto provocado por las políticas simplistas de la teoría abreviada de Keynes actúa, a la larga, en contra de la producción y de ocupación, del ingreso y del estándar de vida.

Puerto Rico no tiene una economía altamente capitalizada. Su población no es rica. El Estado ha intervenido la economía de la isla a tal grado que ya es difícil distinguir al sector privado del público. La economía de la isla es una de las más abiertas del mundo. Los gobiernos han abusado del gasto y han gastado más allá de lo viable. Los partidos políticos han exacerbado los problemas fiscales propulsando políticas anticíclicas keynesianas. Con ellas han justificado el gasto de gobierno en exceso de los recursos disponibles. Peor, han convertido el estímulo a la demanda agregada en una gestión permanente. La política anticíclica se ha convertido en la norma. Con ello ha perdido su efectividad. El gasto se ha convertido en patronazgo. En el mejor de los casos sostiene niveles de ocupación, pero ciertamente no de producción.

Cuando se dice que la economía necesita crecer es importante no confundir el aumento en el gasto con el crecimiento de la producción. El crecimiento se logra aumentando la capacidad de producción. Es decir, aumentando y canalizando el ahorro de forma que el acervo de capital productivo pueda aplicarse a la producción. La producción podrá exportarse o consumirse localmente. De ambas fuentes se derivará beneficio. Lo que no derivará beneficios será aplicar los ahorros domésticos o del exterior al financiamiento de consumo público o privado. De esa forma sólo se estimulará la demanda, no la oferta agregada. Eventualmente el consumo será suplido por importaciones. Llegado el límite de financiación con activos disponibles, se recurre al endeudamiento. La gratificación inmediata será de corta duración. La presión política para continuar con el estímulo a la demanda agregada será poderosa. Al fin y la postre, las deudas contraídas para financiar consumo más allá de los medios reclamarán los pagos correspondientes.

Puerto Rico ha seguido la receta para una economía con estructura y problemas distintos a los nuestros. Siguiendo la receta equivocada hemos malbaratado los recursos. El aparato político utilizó la retórica keynesiana para justificar el consumo por sí mismo. El consumo público y privado han diezmado el capital productivo de nuestra economía. Hoy no contamos con la capacidad financiera necesaria para corregir el gran error cometido repetidamente por décadas. El sistema encontrará una solución. Pero les garantizo que será dolorosa.

  • El autor es economista y planificador.