Por Juan Lara

Las grandes ideas son inmortales. Por otra parte, hay ideas que vienen, como los alimentos procesados, con fecha de caducidad. Y hay otras que son como el Ave Fénix; resurgen de sus propias cenizas sólo para volver a morir y resurgir una vez más, en una serie de ciclos ideológicos. A esta últlima clase pertenece la propuesta de que el gobierno debe limitarse a ser un facilitador pasivo del desarrollo económico; una noción que es por lo menos tan antigua como el liberalismo económico de los siglos 18 y 19.

Después de la Segunda Guerra Mundial, surgió un consenso sobre la deseabilidad y necesidad de que el Estado jugara un papel activo en el desarrollo, encargándose no sólo de la planificación y orientación estratégica de las políticas de desarrollo, sino también de inversiones críticas que la iniciativa privada no podía realizar por sí sola. Décadas más tarde, en el apogeo del llamado “neoliberalismo”, volvió a imponerse el criterio ideológico de limitar al Estado a ser un mero facilitador de la actividad económica privada. Hoy esa idea está nuevamente en retirada, en lo que parece ser el fin de uno de esos largos ciclos ideológicos del mundo moderno.

Ese fue uno de los mensajes centrales en la conferencia que dictó aquí en San Juan, hace poco más de una semana, el destacado economista Joseph Stiglitz. Si bien Stiglitz no se concentró en la problemática económica de Puerto Rico–para decepción de algunos, sin duda–los puntos centrales de su conferencia son claramente pertinentes para la comprensión y superación de la crisis puertorriqueña. Entre éstos, cabe destacar sus planteamientos sobre la necesidad de poner en marcha una política industrial efectiva para fortalecer la capacidad productiva y los procesos de aprendizaje e innovación; ingredientes indispensables del desarrollo.

Stiglitz nos recuerda que casi ningún país–o, posiblemente, ninguno–ha alcanzado la cúspide del desarrollo sin una participación activa del Estado. Ese es el caso de los admirados tigres asiáticos, y, también, del propio Estados Unidos. Muchos de los grandes inventos que hoy mueven a la economía privada–como la internet–tuvieron sus orígenes en la gestión del sector gubernamental, y Stiglitz subraya que, aún en Estados Unidos, la intervención efectiva del Estado ha sido más la regla que la excepción en el desarrollo de un buen sistema nacional de innovación. Otros economistas destacados, incluyendo a Dani Rodrik, vienen haciendo planteamientos similares a los de Stiglitz desde hace varios años.

En Puerto Rico sabemos que el centro de todos nuestros problemas económicos no es el déficit fiscal ni la deuda pública, sino la falta de una base productiva saludable que pueda sostener y dinamizar a la totalidad de la economía. Puerto Rico es hoy un país que no tiene una personalidad productiva claramente definida, y sin eso no hay ni que hablar de desarrollo económico. Para reconstruir nuestra economía, no basta con reparar el edificio; en nuestro caso hay que volver a echar la zapata.

En esta tarea formidable son muchas las cosas que hay que hacer. Es obvio que se necesitan reformas fundamentales en diversas áreas–como la reforma contributiva, la reforma gubernamental, la reforma energética, la reforma del mercado de trabajo–y todas éstas deben ponerse en marcha lo más pronto posible. Pero se necesita también ir más allá del gobierno facilitador; hace falta también una reforma industrial, es decir, una redefinición de las políticas de promoción industrial que en el pasado fueron el corazón de la estrategia de desarrollo. Un verdadero “nuevo modelo” requiere una nueva política industrial. No es casualidad que Stiglitz, sin concentrarse en la problemática puertorriqueña de manera explícita, le haya dado tanto énfasis a este tema en su conferencia.

Nadie sabe con certeza qué hay que hacer, en nuestra circunstancia específica, para articular una política industrial efectiva. Necesitamos una “tempestad de ideas”, porque de seguro tendremos que aprender sobre la marcha, dada la urgencia de nuestra condición actual. Pero ya hay buenas ideas sobre el tapete que se pueden comenzar a implantar. Por ejemplo, se deben “rescatar” las plantas farmacéuticas que se sabe que van a cerrar para sentar las bases de una industria farmacéutica local; no tan sexy como la que teníamos, pero más estable y mejor integrada con el resto de la economía. Se debe desarrollar mejor el turismo–sustentable, por supuesto–, incluyendo, entre otras cosas, el desarrollo del turismo médico. Se deben movilizar los recursos desaprovechados, como las grandes piezas de infraestructura que “heredamos” de las fuerzas armadas estadounidenses (las antiguas instalaciones de Ramey y Roosevelt Roads). Se debe mejorar la conectividad área y marítima de la Isla, impulsando, entre otras cosas, el desarrollo del Puerto de Ponce. Y, por supuesto, se debe rehabilitar a la agricultura de su condición perenne de sector marginado.

El “pipeline” de ideas no está vacío, pero hay que añadirle mucho más. Ahora bien, no olvidemos que no se trata solamente de engordar el pipeline de ideas; también hay que saber desechar las ideas que no nos ayudan. Una de esas es la del gobierno meramente facilitador. Nadie quiere un gobierno metiche y obstruccionista, pero necesitamos un gobierno más activo y efectivo en la gestión del desarrollo. Necesitamos una nueva política industrial.

* El autor es profesor de economía en la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras.