Por Alberto Arébalos,
Director de Comunicaciones Globales & Asuntos Públicos
Google América Latina.
Buena parte de mi trabajo supone viajar por América Latina. En 2010, pasé la mitad de mi tiempo por Brasil, Chile, Perú, Colombia, México y otros países de la región. En la mayoría de esos viajes tuve la oportunidad de reunirme con periodistas y editores que invariablemente, y quizás porque mi tarjeta dice bastante conspicua y coloridamente “Google”, preguntaban cuál era nuestra opinión (y muchas veces directamente la mía) respecto al futuro de los diarios, específicamente los diarios en papel.
Antes de seguir, debo hacer lo que en la prensa sajona se llama “total disclosure” y que en criollo sería algo así como blanquear: opino como periodista que fui (entre 1984 y 1997 trabajando para las agencias EFE y Reuters) y por sentirme parte aún, aunque del otro lado de la mesa, de una de las mejores profesiones que conozco.
Habiendo hecho la salvedad, me apresuro a adelantar la conclusión de esta columna para los que están apurados y no quieren llegar al final: los diarios en papel van a desaparecer.
De la misma manera que ya no usamos tablillas de arcilla, o papiro o pergamino, el papel es una plataforma tecnológica, que como toda plataforma está destinada a ser reemplazada por otra más eficiente. No digo hoy, ni mañana, pero sí en un futuro mediato, el uso del papel se verá reducido a una mínima expresión. Y qué bueno que así sea.
El papel es caro, pesado, se deben derribar árboles y se contamina cuando se lo elabora, pero sin embargo ha prestado nobles servicios por siglos, porque es portátil, no necesitar energía para ser utilizado (aunque sí para ser fabricado e impreso) y puede funcionar con múltiples escalas de intensidad lumínica. Pero lo mismo habrán pensado nuestros antepasados de las pieles, los pergaminos o las tablillas.
Ahora bien, volviendo a mis conversaciones con mis (ex?) colegas, creo que la pregunta está mal planteada. No es el futuro del papel lo que nos debe preocupar, sino el futuro del periodismo y su relación con quienes consumen información.
No es un secreto que universalmente los diarios pierden circulación. Ya pocos se acuerdan de que la crisis no empezó con Internet sino con la televisión. Las primeras víctimas del avance de los medios electrónicos fueron los vespertinos, una especie prácticamente desaparecida de la faz de la tierra.
Y para muchos, la crisis actual encuentra en Internet (y de ahí que me hagan tanto la pregunta) al culpable de la caída constante de circulación.
Frente a esa presunción, lo que suelo contestar es “a los diarios no los va a matar Internet sino el aburrimiento”.
Los diarios deben dejar de querer competir con la televisión e incluso con Internet, y deben volver a contar historias, no limitarse a dar noticias. Deben ver al periodismo como una rama de la literatura y no una versión glorificada de la vecina de barrio, la que habla de todo pero sin saber nada.
Y en este contexto hago otra salvedad. Soy un profundo creyente en el poder democratizador de Internet, pero al mismo tiempo creo que “periodismo ciudadano” es un invento de los propios periodistas. Cualquiera puede contar lo que ve. Sin embargo, el periodismo –y de esto no habría que olvidarse- se trata de saber por qué pasan las cosas y qué consecuencias tienen.
Si los diarios vuelven a contar historias (y el que no me crea puede ver qué pasó con Harry Potter y sus millones de libros vendidos, cuando se decía que los chicos no leen… no leen cosas que los aburren) y se reconectan con sus lectores, estos mismos lectores estarán dispuestos a pagar por contenido de suprema calidad o serán una muy buena audiencia para publicidad de calidad.
Ya sea en Internet, en tabletas o teléfonos celulares, la gente sigue siendo curiosa, sigue queriendo saber qué pasa en su barrio, en su país, en el mundo. Siguen a su equipo favorito y les interesa conocer las novedades de los artistas que los hacen reír y llorar.
En Internet hay noticias. Pero pocas historias. Esas son las que están llamados a escribir los periodistas. Aunque en el futuro, no sea en papel.