Aunque el Gobierno de Puerto Rico apuesta a la construcción de dos rompeolas para contener la entrada del mar en este municipio, residentes cuestionan los proyectos porque reproducen un sistema que provocó el desplazamiento de una comunidad entera.
Por Víctor Luis Rodríguez Velázquez | Centro de Periodismo Investigativo
La tarde del primer marullo, Maggie Colón, entonces de seis años, estaba en casa de su madrina en el barrio Jareales. Había un saco de arroz en el piso de la vivienda que se sostenía sobre pilotes. “Entonces, la casa como que se vira y veo que se vira el saco de arroz”, cuenta.
Recuerda que su mamá la llamó y le dijo ‘Sube que mira el mar como está, que hay marejá’.
“Y ahí nos quedamos. La casa de nosotros, aparte de que tenía unos horcones [pilotes], no la tumbó; la de mi madrina, la arrastró”, me cuenta Maggie sentada afuera de un kiosko de frituras que atiende frente a la playa La Poza del Obispo.
El alivio, sin embargo, duró poco. Otra ola grande fue inclemente con la casa de Maggie. Corría el año 1954 cuando el mar no le dejó otro remedio a la familia de seis que aceptar ser reubicados en otra parcela que entonces parecía más segura.
Del antiguo barrio de Maggie, hoy solo quedan un puente y dos alcantarillas.
Cerca de 70 años después de ese momento, con el aumento en el nivel del mar y el incremento en la fuerza de los ciclones traídos por la crisis climática, el océano Atlántico ha arreciado su embate contra la costa norte de Puerto Rico y amenaza con desplazar de nuevo a Maggie.
“Ahora estoy viviendo en una casa frente al mar, pero mi barrio Jarealito va a desaparecer”, lamenta. Jarealito es el diminutivo con el que su familia y el resto de la comunidad desplazada nombraron el sector al que fueron reubicados y que hoy también está en jaqué por la erosión costera.
La amenaza que percibe Maggie ya se convirtió en realidad para Liliana Acabá Cruz, en el cercano barrio Islote. En marzo de 2019 la mujer de 38 años regresaba a su casa cuando se topó con una marejada que había llegado hasta la carretera. Se detuvo frente a un negocio de venta de comida y bebidas para ayudar a su antigua dueña a lidiar con el agua que se había metido hasta la marquesina.
“Al rato que estamos sacando la basura, escuchamos que viene otro golpe de agua…, que trajo muchos palos grandes, vegetación, cocos y salimos corriendo”, cuenta sobre el episodio que fue capturado en video.
Esa noche se registraron tres golpes de agua en un periodo de media hora, que detuvo el paso de los carros por días debido a la arena que se acumuló en la carretera.
Los golpes de agua fueron producto de las llamadas “marejadas de los muertos”, cuando se producen frentes fríos desde América del Norte hacia el océano Atlántico en los meses de otoño.
“En tiempos de huracanes, nos quedamos incomunicados”, alerta Liliana, que desde hace nueve meses se mudó a Jarealito, también frente a la costa.
Arecibo es uno de los municipios costeros de Puerto Rico más afectados por el aumento del nivel del mar, la erosión de sus playas y las inundaciones costeras que incrementaron desde el huracán María en 2017, según ha documentado el Instituto de Investigación y Planificación Costera de Puerto Rico (CoRePI), adscrito a la Escuela Graduada de Planificación de la Universidad de Puerto Rico.
La solución propuesta por el Gobierno es la construcción de dos rompeolas en la orilla que, además de exponer a la población a la burocracia gubernamental y el tiempo que tomaría la construcción de un proyecto de este tipo, también son cuestionadas por el impacto ambiental que supondría. Científicos entrevistados por el Centro de Periodismo Investigativo (CPI) coincidieron en que las estructuras duras como los rompeolas no resuelven el problema, cambian los patrones de oleaje, y desvían las corrientes hacia otras comunidades causando mayor erosión.
El problema se agrava al considerar que entre 2010 y 2017, Puerto Rico experimentó un aumento del nivel del mar a razón de seis milímetros por año, según el oceanógrafo Aurelio Mercado. Incluso, se estima que el nivel del mar aumentará un pie más alto a mediados de este siglo y hasta ocho pies más a finales de este siglo, de acuerdo con el Centro Caribeño del Nivel del Mar.
Cuatro años de espera y contando…
Uno de los sectores más expuestos en Arecibo es Barrio Obrero, una comunidad centenaria que por años espera por soluciones que eviten los efectos del aumento del nivel del mar y la llegada de olas a sus patios.
En 1925, durante la administración del entonces alcalde del pueblo, Ricardo Agrait Aldea, se comenzó a hablar sobre la creación de este barrio en Arecibo siguiendo el modelo de un sector con el mismo nombre en San Juan. Se diseñó para dar un hogar seguro a los obreros que desde el campo vinieron a la ciudad a trabajar. En Arecibo, el lugar albergaba principalmente a los trabajadores de la Puerto Rico Distilling Co., productora de ron, explica al CPI el historiador arecibeño Daniel Mora Ortiz.
“No dudamos que Arecibo tendrá pronto su Barrio Obrero, con sus casitas frescas, cómodas, pintorescas, donde, después de la ruda tarea, el obrero sentirá placer en descansar junto al cariño regenerador e inspirador de la familia”, lee un editorial del periódico El Mundo de 1925.
Allí vive Miguel De Arce Molina, un constructor de 64 años. Está parado en el balcón de su casa, una estructura de concreto con techo de madera. A su lado, reposa una bicicleta, y atrás los recuerdos de dos calles del barrio que ya no existen.
“Aquí antes había casas más para atrás, una de ellas era del viejo mío, y el agua se le metía por debajo de la casa. Pero subió el mar hace años y se llevó muchas casas y hasta gente enredada, que, aunque se pudieron salvar, pasaron un susto”, recuerda Miguel.
Las alertas sobre el creciente riesgo de la comunidad debido a la erosión costera no son nuevas. Recorrí la zona en 2019 cuando residentes denunciaron que, tras el paso del huracán María, el Gobierno había hecho poco para lidiar con el asunto.
En ese momento, José Vega, quien vive en Barrio Obrero desde hace casi 40 años, explicó que, luego del huracán María, la comunidad perdió una extensión considerable de terreno. “Un día de estos, durmiendo, amanecemos navegando en el mar”, me dijo entonces.
La propuesta para una posible solución tomó cuatro años en concretarse: dos rompeolas que serán construidos a un costo de $36 millones con dinero del Programa de Subvención para la Mitigación de Riesgos de la Agencia Federal de Manejo de Emergencias de Estados Unidos (FEMA, en inglés).
Los rompeolas — uno de 2,700 pies frente a la comunidad Radioville y otro de 1,700 pies para Barrio Obrero — apenas se encuentran en etapa de diseño, un proceso que requiere una larga lista de estudios que pueden tomar años.
Por lo tanto, no existe una fecha aproximada para el inicio de las obras y mucho menos se conoce para cuándo estarán terminadas, confirmó la licenciada Yisiel Belén, portavoz del alcalde del municipio, Carlos Irizarry Ramírez.
“Me muero yo y no veo el rompeolas”, sentenció Miguel.
Belén explicó que se construirá “una pared de mar o seawall con elementos ecológicos que contribuyen a mitigar la erosión costera y, una vez finalizada, resuelva a largo plazo el problema del lugar”. Incluirá, además, drenaje de aguas pluviales y vegetación costera, como uvas playeras, entre otras.
Mientras tanto, los residentes en este barrio, y los de todo Arecibo, lidian con la ansiedad que provoca la incertidumbre que les traen el mar, las lluvias y hasta los tornados. El pasado 2 de mayo, el Servicio Nacional de Meteorología reportó la entrada de un tornado a través de las costas de Arecibo que tumbó árboles, palmeras y letreros durante los 10 minutos que duró. El fenómeno, que es inusual en Puerto Rico, ocurrió tras semanas en las que la isla estuvo bajo el impacto severo de lluvias.
“¿Para qué rompeolas?”
A pesar de la realidad que se vive en las costas arecibeñas, hay rechazo de algunos residentes a la construcción de nuevas estructuras con piedras o paredes de concreto. Dicen que fue precisamente la construcción de una estructura de ese tipo en Punta Morrillos, en la década de 1940, lo que provocó el desvío del oleaje que fue a parar a otras comunidades como el desaparecido Jareales, Barrio Pueblo y Barrio Obrero.
Fredesmindo Soto, un profesor retirado de 74 años, recuerda que para la construcción del nuevo muelle se creó una muralla de piedras desde la costa hasta el ahora desaparecido Cayo Cocineras, eliminado a raíz de la estructura.
“Eso no ayudó mucho a evitar las erosiones como debió haber sido”, menciona.
Maggie Colón también insiste en que ese proyecto provocó que corrientes más fuertes llegaran al desaparecido Jareales y por eso rechaza la propuesta de los nuevos rompeolas.
“¿Para qué rompeolas? Si ya destruiste lo que hiciste. ¿Por qué el mar llegó hasta aquí? ¿Por qué Jareales se fue? El rompeolas destruyó Jareales viejo”, sostiene.
Myrna Concepción Torres, de 63 años, tiene dudas sobre esta solución que se propone. Parada bajo una palmera en lo que antes era el barrio Jareales, su mirada de ojos verdes se pierde en el infinito del océano. Desde 2011 es la coordinadora del Comité Arecibeño por la Protección de Tortugas Marinas, pues hasta allí van a anidar tinglares. Hoy día resguardan 18 nidos.
“Yo soy más joven, no puedo hablar de cómo era antes, pero en su medida, el rompeolas en el muelle protege un poco. Ahora, esta playa es bien cambiante. Hoy tú la puedes ver así, y vienes mañana y se ha erosionado y perdemos nidos por eso”, concede.
La geóloga Maritza Barreto Orta, quien lleva más de 25 años de estudio sobre las playas en Puerto Rico, sostiene que la erosión costera que mantiene en jaque a Barrio Obrero se debe al desvío del oleaje que provocó la construcción de ese proyecto en el siglo pasado, y que se ha empeorado con la crisis climática que ha recrudecido en décadas recientes.
“Esa zona tenía el oleaje que venía de una manera, pero a medida en que se hizo la estructura y un dragado en la zona del puerto, cambió la manera como llegan las olas e hizo que se empezara a perder playa”, precisa la científica.
“Es que se toman medidas para el beneficio de una comunidad en el momento y eso está bien, pero hacen un rompeolas aquí y, esa agua, ¿a dónde va a ir? Hay que tomar en consideración qué daños les harán a los corales, al anidaje de tortugas… Ok, no se me inunda Barrio Obrero o Jarealito o Arecibo, pero, entonces, los otros barrios aledaños son los que van a empezar a tener problema”, reflexiona.
Un informe de 1973 del Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos (USACE, en inglés) reconoce que la construcción de ese rompeolas ocasionó cambios en las corrientes marinas de Arecibo.
El informe cita un estudio del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, en inglés) de 1961 en el que se observaron fotografías aéreas de un periodo de 30 años y que concluyó que la costa era relativamente estable antes de 1940, pero, a partir de la construcción del rompeolas, “se produjeron cambios drásticos” en las corrientes.
Según el informe de USACE, se impactó un tramo de 2.5 millas — desde el desaparecido Jarealaes hasta la zona frente al centro del pueblo — en las que se perdió un promedio de 114 pies de costa.
Aun así, residentes como Miguel Correa y Liliana Acabá Cruz, cifran sus esperanzas en ese tipo de proyectos para evitar nuevos desplazamientos.
“El rompeolas que está al lado del muelle mejoró y evitó algo de daño. Un rompeolas nuevo podría ayudar un poco más”, apuesta Correa, al tiempo que lamenta que este tipo de construcciones tomen tanto tiempo.
Liliana coincide pues, si bien reconoce que un rompeolas no le salvará la vida en caso de una fuerte marejada, al menos le dará algo de tiempo a ella y sus vecinos para huir de la furia del mar.
“Yo no puedo oponerme, porque yo puedo correr con 38 años, pero mi vecina que tiene 91 con un hijo encamado, no es lo mismo. Hay que ser empático”, dice.
Para el oceanógrafo Aurelio Mercado Irizarry, la construcción de estructuras duras en la costa o en el mar es “detrimental”, por el cambio en las corrientes marinas.
“Con una estructura dura se cambia el patrón del oleaje que rompe en la orilla produciendo un chorro de agua hacia los lados y hacia otras orillas”, expuso Mercado Irizarry.
En el 2022, el Comité de Expertos y Asesores sobre Cambio Climático (CEACC) del Gobierno de Puerto Rico recomendó una moratoria a las construcciones en los 44 municipios costeros del archipiélago. Esta recomendación ha sido rechazada en reiteradas ocasiones por el gobernador Pedro Pierluisi Urrutia, quien por el contrario ha permitido un aumento en las concesiones de permisos para construir en las costas puertorriqueñas, según reveló una investigación del CPI.
Durante el primer año de su administración hubo un aumento de 29% en la concesión de permisos con relación al año anterior, 2020. Además, este año, Pierluisi Urrutia firmó una ley para agilizar aún más el proceso de concesión de permisos de construcción e infraestructura para aquellos proyectos considerados “críticos, estratégicos o de emergencia y que sean subvencionados con fondos federales, incluyendo escuelas y viviendas”. Esta nueva ley también da paso al nombramiento de un Gerente de Permisos Especializado, un puesto que no existía en el gobierno y cuya labor será organizar, coordinar y tramitar la evaluación de los proyectos presentados. Cabe precisar que esta ley se enmarca dentro del proceso de reconstrucción luego del huracán María de 2017.
En los 44 municipios costeros de Puerto Rico se ubica el 60% de los 3.2 millones de residentes del país, según datos del Censo de 2020.
“El litoral está expuesto a tsunamis, marejadas ciclónicas y erosión costera, lo que supone una amenaza para la seguridad de las personas, las viviendas y demás infraestructura”, dijo FEMA en declaraciones escritas al explicar la aprobación de fondos para los rompeolas en Arecibo que pretende disminuir los efectos de la erosión en Barrio Obrero y también en la comunidad de Radioville.
Arecibo: de nodo socioeconómico a epicentro de riesgo costero
Al caminar las calles de Arecibo se observa un pasado socioeconómico vibrante evidenciado en su arquitectura colonial, los vestigios de mansiones de familias ricas de principios del siglo 20 y la movida comercial que aún resiste en parte de su costa. Por extensión geográfica, es el pueblo más grande de Puerto Rico y, en el siglo 19, fue uno de los puertos clave para la exportación de azúcar y otros derivados de las más de 18 haciendas de caña que existieron allí, cuenta el historiador Mora Ortiz.
Pero la crisis climática, entre otros factores, ha puesto en jaque el desarrollo de este municipio, que hoy ocupa los primeros puestos en la lista de zonas impactadas por el aumento del nivel del mar.
Estudios realizados por CoRePI indican que Arecibo fue el segundo municipio con más pérdida de costa tras el paso del huracán María en 2017. Sólo fue superado por Vieques, un municipio de ultramar, que lidera la zona de mayor impacto por la erosión.
La particularidad de Arecibo es que también se ubicó como la tercera región con mayor movilidad de la línea costera — 4.8 kilómetros tierra adentro — y es uno de los primeros cinco municipios del litoral en riesgo por inundaciones costeras debido la disminución de barreras naturales, como los arrecifes de coral, la pérdida de dunas de arena y la disminución de sus playas.
Maritza Barreto Orta, directora de CoRePI, explica que el aumento de la erosión costera en Arecibo persiste en los nuevos análisis que está realizando con datos recogidos entre 2022 y 2023, y cuyos hallazgos finales espera publicar a finales de este año.
Además, dice que Arecibo ocupó el quinto puesto entre los municipios donde se identificó erosión en playas donde existen estructuras rígidas, como rocas, gaviones y paredes de concreto.
“Mi hipótesis es que, a medida que sube el nivel del mar, la tendencia es que la arena se mueva tierra adentro. Pero si tienes una estructura dura, una pared de casa, rocas, o paredes para mitigar, provocará que se acorte la posibilidad de que esa arena se mueva hacia adentro”, explica la profesora sobre lo que su observación de años de estudios en el área le dicen: que las estructuras impiden que haya una restauración natural de la playa.
Los municipios con más estructuras rígidas de mitigación en su costa para el 2018 fueron San Juan (64%), Rincón (33%), Humacao (32%), Aguadilla (18%) y Arecibo (13%), concluye el borrador del Plan de Mitigación, Adaptación y Resiliencia al Cambio Climático en Puerto Rico preparado por el CEACC al que pertenece Barreto Orta.
Según el Portal de Peligros de Cambios Costeros del USGS, la zona Arecibo está expuesta a un 100% de probabilidad de erosión costera en cualquiera de las categorías de un huracán (de 1 a 5 en intensidad). Y, en algunos sectores, se expone a entre un 60% y un 97% de probabilidad de inundaciones costeras durante huracanes.
Comunidades ante el miedo y la ansiedad
Cuando hablo con gente de la costa de Arecibo, las palabras miedo, ansiedad y todos sus sinónimos se cuelan entre sus testimonios.
Miguel “Tito” Correa tiene 81 años, de los que más de 50 los vivió en Barrio Obrero. Me cuenta que cada vez que el mar se pone bravo y la intensidad de las olas aumenta, crece la ansiedad en las familias que viven allí.
“Desde que era pequeño, nos decían que el mar iba a reclamar lo que le pertenecía. Ahora se ha ido acercando cada vez más, hasta que casi no hay orilla. El mar está recobrando lo suyo”, dice.
Myrna Concepción Torres coincide.
“Tú no sabes qué va a pasar o por dónde va a atacar el mar. Sí, te dicen que impactará el área norte. Pero no deja de estresarnos, de ponernos ansiosos, de pensar en qué va a pasar”, afirma.
Emociones similares se activan en Maggie Colón cada vez que se anuncia cualquier tipo de temporal. “Me provoca recuerdos. Lo malo que vivimos, porque aquello [el desalojo de Jareales] fue una cosa horrible”, recuerda sobre la traumática experiencia.
Instan a más barreras naturales
Para el oceanógrafo Mercado Irrizary, las soluciones alternas a los rompeolas mar adentro o en la orilla podrían ser las barreras naturales, como la vegetación costera y el rescate de las dunas de arena. Pero no cree que en el área norte quepa la posibilidad de siembra de mangles en el agua debido a la intensidad del océano.
Myrna recorre los nidos de tinglar mientras explica que desde hace un tiempo han promovido la siembra de vegetación como una medida de contención natural para la zona costera de Arecibo.
“Algo que es lento, pero que toda comunidad debe tratar y no dejarlo solo al Gobierno, es la vegetación costera, como las uvas de playa o plantas costeras que resisten la salinidad. Son un poco más lentas, pero son cosas que quizás la gente puede ir haciendo, sobre todo, no tumbar esa vegetación. También respetar las dunas y no llevarse la arena”, aconseja.
Con resignación, los arecibeños saben que cualquiera de las soluciones tomará tiempo mientras el mar sigue indómito. Pero allí siguen.
“Es que es un sentido de propiedad, de mis cosas; ahí nací; ahí he vivido toda la vida… Yo tengo que respirar mar. Me encanta el campo, pero, tiene que ser un área cerca del mar y entiendo que ese es el sentir, la preocupación y el estrés que le causa a muchos: ‘¿A dónde me van a llevar?”, reflexiona Myrna.
Le pregunto a Maggie, después de todo lo que ha vivido, el desplazamiento, los huracanes, la erosión, las inundaciones, y la amenaza actual de un nuevo desplazamiento, ¿Cuál es su relación ahora con el mar?
“[Es] mi vida”, responde sin vacilar.
Este reportaje es parte de una alianza periodística entre Mongabay Latam, Vorágine, Plaza Pública y el Centro de Periodismo Investigativo.