Por Roberto Orro*

El tema de las pruebas de coronavirus se ha convertido en parte inseparable de nuestras vidas. Escuchamos a todas horas que las pruebas son imprescindibles para saber la situación real de la pandemia en Puerto Rico.  Sin embargo, los medios de comunicación soslayan múltiples inconsistencias en las estadísticas de las pruebas y descartan otros indicadores que nos pueden dar un cuadro mucho más preciso del comportamiento y penetración del coronavirus en la Isla.

El primer uso incorrecto de los resultados de las pruebas lo vemos en las curvas de contagio.  El análisis en torno a la curva se concentra en el acumulado histórico o la suma total de resultados positivos, cuando lo correcto es examinar el comportamiento en el tiempo del número de contagios diarios. Además, las proyecciones de esta curva, soporte principal del curso de acción gubernamental, se nutren de un componente defectuoso: el reporte diario de casos positivos.

El problema reside en que el Departamento de Salud y la prensa han establecido una errónea equivalencia entre el número de contagios y el número de casos positivos que se reportan cada día, pese a que esta última variable está fuertemente rezagada con respecto al momento del contagio. Ello se confirmó inequívocamente el pasado domingo 12 de abril, cuando Salud reconoció que los resultados presentados ese día correspondían a pruebas realizadas entre el 24 de marzo y el 3 de abril.  Es decir, el 12 de abril se nos ofrecieron estadísticas de personas que se contagiaron antes del 24 de marzo. Con ese desfase, los ejercicios basados en los reportes de resultados son completamente estériles.

Se repite incesantemente que no se han realizado suficientes pruebas para tener una proyección más certera.  Curiosamente, la falta de pruebas no ha sido óbice para la difusión reiterada de escenarios catastróficos.  Tampoco es cierto que el relativamente bajo número de pruebas (el per cápita más bajo en los Estados Unidos) deje a expertos y funcionarios en un estado de total ceguera.

Llevamos un mes de cuarentena y cinco semanas de distanciamiento social. Si fuese cierto que el virus había invadido el territorio de la Isla antes de la entrada en vigor de la cuarentena, los fallecimientos ya se habrían disparado, tal como ha ocurrido en países de Europa y en varias jurisdicciones de Estados Unidos.  Recordemos que el coronavirus tiene un ciclo de entre 14 y 21 días desde el momento del contagio hasta el deceso o la recuperación de la persona afectada.  Si el virus hubiese estado silenciosamente preparando su ataque cuando comenzó el toque de queda, el 16 de marzo, los hospitales y morgues de Puerto Rico se habrían desbordado entre la segunda y la cuarta semana de la cuarentena.

Además del número de decesos por millón de habitantes, que en Puerto Rico es menos del 20% de la cifra de Estados Unidos, hay otros indicadores como las cifras de pacientes hospitalizados y de pacientes en cuidado intensivo que pueden compensar el caos estadístico que generan los resultados de las pruebas.  Salud ha ofrecido información incompleta sobre la utilización de las camas de hospitales y de los ventiladores, pues, inexplicablemente, no desglosa estos indicadores para los pacientes de coronavirus. Aún así, la información disponible no refleja una creciente presión sobre los hospitales de la Isla.

¿Cuál es entonces la importancia de las pruebas? En primer lugar, salvar vidas y prevenir la multiplicación del virus mediante la detección temprana y oportuna de un contagio y la aplicación inmediata del tratamiento médico adecuado.  Además, la masiva y rápida realización de pruebas es uno de los pilares en la ofensiva contra el virus.  Las pruebas son la llave que nos va a abrir nuevamente las puertas de un parsimonioso regreso a la normalidad.

Es importante recordar que la cuarentena no es una solución permanente.  Es una medida mitigadora para reducir al máximo el radio de acción del virus y ralentizar su propagación, mientras se gana tiempo en la búsqueda de tratamientos médicos más efectivos (por la vacuna no se puede esperar pues tardará). Lógicamente, una vez se incrementan la actividad y la interacción social, el virus recupera la velocidad de propagación que una sociedad encerrada en sus domicilios le niega.

Es ahí cuando la masiva realización de pruebas (lo de universal es una fantasía) entra a jugar un rol clave.  El proceso de pruebas tiene que ser ágil y darse en efectiva interacción con la vigilancia, el rastreo y el aislamiento. Las pruebas deben cubrir un amplio radio alrededor de una persona infectada y llegar a aquellos que son identificados como sospechosos. Estos, a su vez, deben permanecer en el debido aislamiento, ya sea en sus hogares o en instalaciones acondicionadas para tal propósito.

Así las cosas, las declaraciones y proyecciones de Salud son en extremo preocupantes.  Salud nos dice que lo peor está por venir y que el “pico” se espera entre la última semana de abril y la primera de mayo. La primera pregunta es cómo se define el pico. Si Salud se refiere al acumulado histórico, el pico se va a alcanzar no en mayo de este año sino, muy probablemente, en el 2021-2022, pues por muchas medidas que se tomen el coronavirus no va a desaparecer de la faz de la Tierra en buen tiempo.

Al decir que lo peor está por llegar, Salud estaría tácitamente reconociendo la incapacidad del gobierno de mantener a raya el virus a pesar de las condiciones tan favorables de Puerto Rico con respecto a otros estados.  ¿Cómo es posible que el momento de más contagios no ha arribado cuando llevamos un mes de encierro, sin cines, sin bodas, sin gimnasios, sin conciertos, sin Plaza Las Américas, sin chinchorros, sin escuelas ni oficinas?  ¿Cómo es posible que la propagación del virus se acelere durante el “pico” de la cuarentena? Es difícil aceptar que, luego de cuatro semanas en la casa, más tres semanas que aún restan, el gobierno nos diga que faltan entre 15 y 21 días para…no se sabe qué.

En lugar de presentar proyecciones sin fundamento, es imperativo que Salud y el gobierno aseguren el despegue de la realización de pruebas a gran escala, pero de manera inteligente y oportuna. Es hora de que el gobierno de Puerto Rico presente un plan para reabrir la economía, que incluya una agresiva estrategia de pruebas, rastreo y aislamiento.  Hay que entender que la reapertura no puede esperar a que la epidemia desaparezca del planeta Tierra.  Debe ser escalonada bajo el principio de que el esfuerzo mancomunado de gobierno y población no puede extinguir el virus, pero sí mantenerlo en un muy bajo nivel de peligrosidad social.

  • El autor es economista y socio de Grupo Estratega.