Opinión
Por Francisco N. Montalvo Fiol
Vivimos en una era digital. La forma en que nos comunicamos, compramos, nos entretenemos, nos ocupamos de nuestra salud y pedimos mercancías, es diferente a cómo lo hubiéramos hecho pocos años atrás. La pandemia ha servido como catalizador y acelerador de estas tendencias. La banca y las finanzas también están cambiando. Y también el dinero.
Ya tenemos dinero digital: cada día se mueven billones de forma electrónica. No es el dinero electrónico basado en cuentas que ha existido durante las últimas décadas, sino un nuevo tipo de dinero digital basado en fichas. La tokenización, a menudo a través de blockchain, es la base de las criptomonedas, las monedas estables y muchas monedas digitales propuestas por los bancos centrales (CBDC, por sus siglas en inglés).
Si bien se ha prestado mucha atención a Bitcoin en los últimos meses, los experimentos, las pruebas piloto y el trabajo de políticas en curso en torno a las CBDC podrían ser igualmente, si no más, significativos para el mundo del dinero. Los bancos centrales de todo el mundo se están preparando para las monedas digitales, impulsadas por el sector tecnológico, y sus ambiciones de construir vías de pago alternativos a los sistemas de pago basados en tarjetas y bancos existentes con dinero simbólico, como en el caso del proyecto Diem respaldado por Facebook.
China está actualmente muy por delante de sus principales pares en el desarrollo de una moneda digital de banco central. El mismo se encuentra en el punto de una extensa prueba piloto entre su población. Dado el impulso del país para convertirse en una sociedad sin efectivo, se espera una rápida adopción del CBDC durante los próximos años. Mientras tanto, el trabajo en un euro digital ya está en marcha por parte del Banco Central Europeo. El Tesoro Federal en los Estados Unidos examinan la idea de un dólar digital.
La reinvención del valor – un mundo sin efectivo
A lo largo de la historia, la humanidad ha valorado todo tipo de cosas: arroz, sal, incluso cigarrillos en las cárceles. En Puerto Rico experimentamos este trueque con el agua y combustible diésel tras el paso del huracán María en el 2017. Ninguna de estas cosas constituye “dinero” en la forma en que entendemos la moneda fiduciaria (fiat), como los billetes y monedas que proporcionan los gobiernos. El dinero fiduciario solo tiene valor porque una autoridad central decidió que tendría ese valor y luego construyó un sistema a su alrededor. De la misma manera pudiéramos experimentar dinero electrónico con valor monetario establecido por vía gubernamental y regulatoria.
¿Cómo sería un mundo sin efectivo? Una sociedad sin efectivo seria una en que las transacciones financieras no se realizarían con dinero en forma de billetes o monedas físicas, sino a través de la transferencia de información digital (representación electrónica del dinero) entre las partes que realizan la transacción. En países como Puerto Rico con alto uso de efectivo (incluyendo una economía informal que se calcula ser mayor a $10 billones) este cambio tendría un gran impacto socioeconómico. Recientemente, la Reserva Federal en los Estados Unidos ha dado lo que puede ser el primer paso hacia el lanzamiento de su propia moneda virtual, una medida que podría sacudir a los bancos, dar acceso al sistema financiero a millones de estadounidenses e influenciar el estado del dólar norteamericano como moneda de reserva mundial, sitial que ha mantenido por los últimos 50 años.
El petrodólar
El 15 agosto de 1971, frente a una creciente inflación, deuda de la guerra de Vietnam y altos gastos gubernamentales, la administración Nixon decidió terminar repentinamente la convertibilidad de los dólares estadounidenses en oro – el fin de un siglo del estándar de oro.
A partir de 1974, mediante acuerdos bilaterales con Arabia Saudita, Estados Unidos logró influir en los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para estandarizar la venta de petróleo en dólares. El dólar estadounidense se convirtió en la moneda de reserva global ya que para comprar petróleo un país tendría que contar con dólares para poder hacerlo. A su vez, el sistema del petrodólar también creo excedentes de reservas en dólares estadounidenses para los países productores de petróleo, que necesitaban ser “reciclados”. Estos dólares excedentes se invertirían en activos denominados en dólares estadounidenses (como bonos del Tesoro Federal) que a su vez crearía liquidez en los mercados financieros. El dólar se convirtió en el símbolo de la hegemonía global norteamericana.
A sus 50 años, el petrodólar enfrenta fuerte competencia. Recientemente, ha surgido la preocupación de un cambio de los petrodólares a otras monedas. En el 2018, el gobierno chino empezó a emitir contratos de petróleo en su moneda nacional. A la vez, Venezuela indicó que comenzaría a vender su petróleo en yuanes, euros y otras monedas. Luego, en 2019, Arabia Saudita amenazó con abandonar los petrodólares. A principios de este año, Rusia vendió todos sus activos denominados en dólares. En resumen, el panorama cambiante del mercado energético global podría resultar en un fin de facto del acuerdo del petrodólar entre Estados Unidos y Arabia Saudita.
Y entonces llegó la pandemia del 2020. Gobiernos al rededor del mundo comenzaron a inyectar grandes cantidades de dinero en sus economías. En el caso de los Estados Unidos, al día de hoy, la suma ya sobrepasa los $6 trillones de dólares ($15 trillones al sumar otros bancos centrales principales). Como hemos comentado anteriormente, esta política ha creado el peligro de una espiral inflacionaria. Por ejemplo, la inflación ha aumentado a sobre 5% en los Estados Unidos. A esto se añaden déficits presupuestarios del gobierno Federal equivalentes al 15% del tamaño de la economía nacional. Da la importancia de la economía norteamericana y el uso del dólar como moneda de reserva global, esta situación está creando fuertes presiones inflacionarias a nivel global. Estos eventos pudieran crear la antesala para un cambio fundamental monetario al buscar mayor control y estabilidad sobre la situación económica mundial. Verdaderamente, vivimos un cambio de época, no una época de cambio.