Colegio wlv1

Por Elías R. Gutiérrez*

Se acaba de anunciar en estos días el cierre de la Academia Santa Teresita (AST). La AST está localizada en la Calle Loiza de Santurce. Su desarrollo coincidió con el desarrollo urbano del vecindario que vio emerger en terrenos anegadizos costeros la primera urbanización suburbana de San Juan, v.gr., Ocean Park. Luego se construyeron otras que fueron expandiéndose hacia el Este. Así pues, se desarrollaron Santa Teresita y Punta las Marías. Para dar servicios a este desarrollo suburbano incipiente de clase media y media alta, se construyó el primer supermercado. Se ubicó en el predio que hoy ocupa la panadería Kasalta en la esquina de las calles Santa Cecilia y McLeary. La marca comercial de la franquicia fue A&P. La Academia Santa Teresita se desarrolló conjuntamente con la iglesia que lleva el mismo nombre en veneración de la santa. El crecimiento de la institución se dio en armonía con el modelo suburbano adoptado por el país al finalizar la II Guerra Mundial. La academia comenzó con grados de escuela primaria y continuó desarrollándose hasta incorporar, en un moderno edificio, la escuela superior.

Ahora bien, la expansión del suburbio en Puerto Rico aceleró y adquirió una velocidad explosiva durante las décadas del 1950 al 1970. La expansión se dio hacia las afueras de San Juan en busca siempre, de las tierras más baratas y fáciles de desarrollar mediante el modelo residencial de unidades pequeñas. Eventualmente, el concepto del condominio hizo su entrada y comenzó a emerger en áreas anteriormente urbanizadas. Se buscaba arrancar más valor de los predios de terreno desarrollados por vía de alta densidad. La especulación con terrenos y luego con las propiedades mismas hizo que los precios de las unidades vivienda se dispararan.

El costo de las unidades de vivienda fue mitigado por subsidios a su financiación y por el subsidio enmascarado del automóvil como modo de transportación. El automóvil transformó, no sólo el modo de transporte, sino la cultura misma. La clase media encontró viable abandonar los viejos barrios urbanos para irse al suburbio.

Ese fenómeno de expansión y emigración de las familias, cada vez más distante de lo que habían sido los espacios urbanos, conllevaba graves implicaciones para las escuelas. Especialmente para las escuelas privadas que habían sido fundadas y construidas en los barrios residenciales de San Juan y el área adyacente. La emigración de familias comenzó con algunas a las que se les miraba con cierto grado de admiración por las que quedaban atrás. Las que quedaban atrás tenía ciertas características. Generalmente, aun no poseían automóvil. Los jefes de familia eran menos jóvenes. Sus ingresos eran inferiores. El valor de sus propiedades era relativamente bajo.

Los barrios residenciales de San Juan comenzaron un proceso de empobrecimiento. Ese proceso fue acelerándose con la llegada de una nueva población que al principio pasó desapercibida. Se trataba de inmigrantes que provenía de las Islas Vírgenes. Se les llamaba los Tórtolos, porque algunos venía de Tortola. Luego comenzaron a llegar muchos dominicanos. Esta inmigración era distinta a la que se dio desde principios de la década del 1960. A raíz de la revolución en Cuba, la clase media cubana emigró en grandes contingentes. Su destino se concentró en la Florida y en Puerto Rico.

Muchos cubanos eran de clase media. Se dedicaban al todo tipo de comercio y actividad profesional. Se destacaron en las áreas de la publicidad, de bienes raíces, de profesiones asociadas con la construcción y el desarrollo. Contribuyeron significativamente a la oferta y a la demanda por las nuevas alternativas de vivienda que surgían por doquier.

Los otros grupos de inmigrantes participaron de la expansión de la construcción proveyendo mano de obra. Poblaron los barrios abandonados por las familias que se desplazaron a los suburbios.

En paralelo al proceso de expansión urbana se dio otro fenómeno que tendría graves implicaciones sociales. El gobierno adoptó el modelo de vivienda pública desarrollado en los EEUU para proveer alojamiento temporero a familias obreras en períodos de recesión. En los EEUU le llamaban “projects”; en Puerto Rico se les denominó “caseríos”. Eventualmente, el termino “caseríos” dio paso al de “residenciales” en un ejercicio de “polítical correctness”.

El más grande de esos caseríos se construyó a una cuadra de la Academia Santa Teresita. Se le bautizó con el nombre de Llorens Torres. Se construyó al cruzar la calle Loiza, al sur de la urbanización Punta Las Marías. Esta ubicación respondió parcialmente a una teoría del gobernador Luis Muñoz Marín. Consistía la misma en que la ubicación contigua de los caseríos y las urbanizaciones promovería una relación de enriquecimiento cultural para las familias de los caseríos. Estas familias eran, en buena proporción, desplazadas de los arrabales que formaron en terrenos ganados a las aguas del estuario de San Juan.

La AST eventualmente recibió la totalidad de los efectos de aquellos portentosos procesos que cambiaron la estructura urbana, económica y social de Puerto Rico. Las familias a las que proveía escuela para sus hijos, emigraron a urbanizaciones cada vez más lejanas. Los barrios residenciales en su área de mercado se empobrecieron. Las familias inmigrantes no tenían la capacidad económica para ver como opción un colegio privado para sus hijos. Menos aun, las familias envejecidas y sin hijos en edad escolar, que fueron quedando. Menos aún, las familias que habitaban los caseríos circundantes. El mayor de todos, Llorens Torres. De hecho, el concepto de temporalidad y apoyo social anticíclico se desvirtuó. Los residentes de los caseríos se convirtieron en permanentes. Hoy hay familias de quinta generación que residen esos complejos marginados de la economía formal.

En la medida que el centro urbano fue repoblándose con un estrato social sin la capacidad para adquirir educación por vía de instituciones privadas, la viabilidad de la AST se desvaneció. Sólo era posible sostenerla por gracia de subsidios cada vez más crecientes de la orden Carmelita. En su origen, la AST contaba con una facultad provista por monjas de la orden de Servidoras del Corazón Inmaculado de María. Para finales de la década del 1960, la orden comenzó a retirarse de la AST.

Como suele suceder, cada evento de cambio reforzaba el proceso de deterioro del vecindario, debilitaba el mercado de la AST y la hacía menos viable. Eventualmente, llegó el momento inevitable. Se secó la fuente de matrícula, se agotó la fuente de subsidio, se menoscabó el acerbo de capital real de sus estructuras, se perdió el capital humano de su facultad y cerró.

Viví la historia que relato aquí. Estudié mis primeros grados en el Liceo Puertorriqueño. Estaba ubicado en la calle Estrella. Fue demolido para dar paso a la construcción de la Avenida Baldorioty de Castro y específicamente para viabilizar la entrada norte al tunel Minillas. Desde quinto grado estudié en la AST y me gradué de escuela superior en 1960. Sufrí el desgarre que conllevaba ver a mis amigos irse del barrio y de la academia. Sufrí la marginación que estaba asociada con no tener automóvil. La ruptura era más que geográfica en naturaleza. Se trataba de un distanciamiento social. El fenómeno urbano a mi alrededor dictaba las posibilidades en todos los sentidos. Luchar contra esa fuerza descomunal requirió del sacrificio más absoluto de mis padres de crianza. Lo hicieron, contra viento y marea, a través de mi educación universitaria.

Lo que sucedió en mi vecindario, lo que le sucedió a mi academia le está sucediendo al país. Vamos, aceleradamente, camino a hacer permanentes y extendidas las condiciones típicas de los ghettos urbanos a través de toda la isla.

* El autor es economista y planificador.