Por el Dr. Francisco Montalvo Fiol*

El campo de la economía tiene a veces un alcance limitado. La economía estudia la prosperidad nacional a través de los flujos comerciales, monetarios, y a través de políticas fiscales y presupuestarias. El análisis de las empresas es un poco más amplio. Abarca estrategias, la estructura organizacional, procesos de producción y financiamiento, pero también analiza asuntos menos “racionales” como el recurso humano, la cultura corporativa y el comportamiento de los consumidores. Lo mismo ocurre con el análisis de la competitividad nacional e internacional. Las entidades que tratan de medirla tratan de tomar en cuenta todos los elementos que pueden explicar el éxito de una nación. Una tarea nada fácil. Por ende, se debe buscar la base más amplia para dicho análisis.

El medir la competitividad y comparar países nunca ha sido una tarea fácil. El ejercicio se ha convertido en uno muy popular (a veces más parecido al “hit parade” de la música popular). En varios países de Asia, los resultados de posicionamiento en los “rankings” se han convertido en casi una obsesión y un asunto de prioridad nacional. Las metodologías más reconocidas como las del índice de competitividad global del Foro Económico Mundial (World Economic Forum – WEF, en inglés) y el informe de competitividad publicado por la universidad IMD de Laussane, Suiza, se nutren de datos duros macroeconómicos y encuestas de percepción de inversionistas locales e internacionales. Estos informes se utilizan para hacer decisiones de inversión y como puntos de referencias (“benchmarks”) por ejecutivos, oficiales gubernamentales y son estudiados (y a veces  criticados) por académicos. Obviamente, las subidas y bajadas en los rangos de competitividad son altamente controversiales y más en ambientes cargados políticamente como es el de Puerto Rico.

El concepto de competitividad ha ido evolucionando a través del tiempo. El IMD lista más de 10 definiciones distintas de competitividad. Hoy en día no se limita sólo al análisis de productividad o riqueza desde el punto puramente económico (i.e., cantidad de productos obtenida por un sistema productivo y los recursos utilizados para obtener dicha producción). En esencia, se busca analizar, en términos globales y holísticos, cómo las naciones manejan el conjunto de elementos necesarios para desarrollar prosperidad y una mejor calidad de vida.

En el caso de la metodología del WEF, la misma fue desarrollada por eminentes académicos como Michael Porter, de Harvard y Jeffrey Sachs y Xavier Sala-i-Martin de la Universidad de Columbia. Este último también sirvió de asesor del Fondo Monetario Internacional y en el Banco Mundial e investigador en el Centro de Investigación de Política Europa en Londres. El índice de competitividad global utiliza una mezcla de datos duros macroeconómicos (por ejemplo: tasa de inflación, tasa de ahorro nacional y población estudiantil) y datos recopilados a través de una encuesta de ejecutivos hecha a una muestra estructurada de de grandes empresas (incluyendo compañías multinacionales) y PYMES de cada país participante. Por más de 40 años el WEF ha utilizando las encuestas nacionales ya que son un instrumento para recopilar datos locales que no se pueden obtener a nivel internacional. La entidad entiende que los datos recopilados a través de la encuesta de ejecutivos proveen una visión única de cada entorno económico y social de las diferentes naciones. Este año la encuesta se administro a más de 14,000 ejecutivos a nivel mundial. En conjunto con los datos duros, se analizan aproximadamente 110 variables alrededor de 12 áreas o pilares para calcular tres sub-índices: 1. Requisitos Básicos en los cuales incide mayormente el sector público (por ejemplo: infraestructura, marco legal, seguridad pública, entre otros); 2. Potenciadores de Eficiencia, impactados mayormente por el sector privado (por ejemplo: educación superior, desarrollo de los sectores financieros y laborales y disponibilidad tecnológica); y 3. Innovación donde incide mayormente el sector privado y la academia (por ejemplo: calidad de suplidores locales, estado de desarrollo de clústeres industriales y proceso de manufactura sofisticados, entre otras variables). Los países participantes son categorizados en términos de su ingreso per cápita y se asigna un peso ponderado distinto a cada uno de los tres sub-índices de acuerdo a su etapa de desarrollo. Puerto Rico es designado como país en etapa tres y por ende se le asignan pesos de 20%, 50% y 30% a cada uno de los sub-índices para determinar el índice de competitividad global final.

En el caso de Puerto Rico, la Isla ha participado en los ciclos anuales desde en 2007 después de haber pasado por dos años de corridas simuladas llevadas a cabo en coordinación entre el socio local (Puerto Rico 2000) y la sede del WEF en Ginebra, Suiza. Las dos son entidades sin fines de lucro y administradas por voluntarios. Entre el 2007 y 2012, el índice de competitividad global de Puerto Rico ha exhibido una estabilidad y se ha mantenido dentro un grupo de países medianos. Es importante notar que desde el 2009, el sector privado ha tomado un papel preponderante en sostener el índice de competitividad de la Isla. El sub-índice de Innovación, compuesto mayormente por variables que examinan el grado de sofisticación de las empresas, ha aumentado en relación a los otros dos sub-índices. Frente a la inestabilidad económica mundial y la larga recesión local, el sector privado ha logrado adaptarse y en gran parte mantener la competitividad de la Isla.

Otro punto interesante es la similitud de comportamiento competitivo de Puerto Rico con países en la región de la América Latina como Chile el cual se destaca, al igual que la Isla, por un excelente marco legal y buena infraestructura. Por otro lado, Brasil, el gigante económico de Sur América ha disfrutado de un ritmo de inversión acelerado durante los últimos años, pero sufre de grandes deficiencias en un sistema de educación primaria, alto nivel de burocracia gubernamental (aunque muchos no lo crean, figurando en el rango del WEF por debajo de Puerto Rico) y falta de apoyo a la mediana empresa. Otros países como Panamá (que experimentó un aumento de nueve puestos en su calificación) México y Perú también se destacaron positivamente en el “ranking” del WEF. Al igual que Puerto Rico, todos estos también sufren de problemas de seguridad y crimen.

El vacío creado por el fracaso de las estrategias económicas gubernamentales y la inexistencia de una visión a largo plazo del país ha servido de ímpetu para formar iniciativas locales y regionales como Agenda Ciudadana. Comparto la opinión de muchos de los participantes es estos foros: el tiempo para hablar pasó y debemos movernos a la acción. También, propongo que se desarrolle un análisis de competitividad nacional local como ya lo hacen varios países y regiones tales como Colombia, Irlanda, Sur África, varias provincias canadienses y estados de la unión americana. Se pueden utilizar de punto de referencias los estudios anuales de entidades como el WEF y el IMD y establecer “benchmarks” de interés para Puerto Rico como es el desarrollo de sectores específicos como la biotecnología, energía renovable y la agroindustria. Se podrían escoger aquellos países y regiones sub-nacionales con las cuales la Isla quisiera medirse (por ejemplo: países como Chile, Singapur y Panamá y estados como la Florida).

En fin, aunque no existen sistemas perfectos para medir y evaluar competitividad, es crítico para Puerto Rico participar activamente en ejercicios como el del Foro Económico Mundial ya que mantienen a la Isla en el mapa mundial. Como sabemos, aunque muchos parecen olvidar, no somos el centro del universo y a larga, de no actuar, podríamos pasar a ser otra isla más, irrelevante, en el plano global.

* El Autor es profesor de Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto de Bayamón.