Universia Knowledge@ Wharton

¿Es bueno para las regiones afectadas por desastres que las empresas se involucren en la ayuda? ¿O las áreas afectadas consiguen ayuda más productiva de los agentes tradicionales? Al analizar un conjunto de datos que incluyen más de 74,000 donaciones realizadas por 34,000 empresas, los profesores de Wharton Michael Useem y Tyler Wry, junto con Luis Ballesteros, de la Universidad George Washington, identificaron dónde las empresas pueden y no pueden ayudar.

Son enormes los perjuicios económicos estimados derivados del paso de los huracanes Harvey, Irma y María en los meses de agosto a octubre de 2017, pudiendo sobrepasar los $200,000 millones. Los incendios en los bosques de California en octubre de 2017 deberían costar a la economía estadounidense $85,000 millones. 

La pregunta que surge mientras California, Florida, Texas y otros estados se encargan de la tarea prodigiosa de recuperación y reconstrucción es la siguiente: ¿cómo ellos, y nosotros, vamos a pagar esto? Se necesitan sumas fabulosas no sólo para la recuperación inmediata, sino también para la obra colosal de reconstrucción de casas, hospitales, escuelas y tuberías.

Tal y como nos mostraron el terremoto y el tsunami de 2011 en Japón, y el huracán Sandy, en 2012, en Estados Unidos, el impacto financiero de los desastres naturales es devastador, incluso para las economías más ricas. De 1990 a 2015, los costos anuales ajustados por la inflación derivados de huracanes, inundaciones y terremotos en todo el mundo crecieron un 600% —más de 300.000 millones de dólares— y los huracanes e incendios forestales de 2017 se sumarán a esa cifra.

Para empeorar aún más las cosas, las fuentes tradicionales de ayuda a zonas afectadas por desastres no siguieron el ritmo de los costes cada vez más elevados de las calamidades, y los daños asegurados generalmente cubren sólo una parte muy pequeña de las pérdidas. En el caso del huracán Katrina, el seguro cubrió sólo el 46% de la destrucción, y en el caso de Harvey, se puede esperar un porcentaje parecido.

Cada vez con más frecuencia se ha recurrido a las empresas para que completen el déficit creciente, y muchas se han mostrado dispuestas a hacerlo. En los últimos 15 años, la ayuda de las empresas se ha convertido en la fuente de ayuda que más rápidamente ha crecido en el mundo. En algunos casos, su contribución excedió las contribuciones de los agentes tradicionales, como los gobiernos extranjeros, las agencias internacionales y las instituciones de caridad juntas.

Después del terremoto de magnitud 8,8 y del tsunami ocurrido en 2010 en Chile, por ejemplo, el 55% de toda la ayuda internacional vino de empresas. De igual manera, después del terremoto y del tsunami de magnitud 9,0 en Japón, en 2011, las empresas representaron el 68% de la asistencia prestada.

La misma tendencia se observa en Estados Unidos, ya que hemos visto como muchas empresas estadounidenses han prometido ayuda para la recuperación de los desastres de 2017, pero esto lleva a preguntarnos si las regiones afectadas por desastres se benefician o no de situaciones en las que las empresas representan la mayor parte de la ayuda prestada.

Algunos críticos llaman la atención sobre el hecho de que la aportación de las empresas puede acabar expulsando de escena formas más productivas de ayuda por parte de los agentes tradicionales, o que los beneficiados principales acaban siendo, en realidad, los propios donantes, que con ello mejoran su reputación. Otros dicen que es mejor que agencias especializadas, como la Agencia Federal de Gestión de Emergencias y la Cruz Roja, se hagan cargo de la situación, ya que sus conocimientos se aplican precisamente a casos de este tipo.

Sin embargo, una línea contraria de argumentación dice que las empresas pueden hacer el bien y al mismo tiempo beneficiarse de esta situación debido a su presencia en los lugares afectados. Ellas probablemente tienen un entendimiento más profundo de la crisis de la región afectada gracias a la información proporcionada por sus gerentes y empleados, y porque son igualmente capaces de evaluar cuáles son las áreas más necesitadas.

Hemos sido testigos de cómo funciona en el exterior. Después del tsunami de magnitud 9,1 en el Océano Índico, en 2004, que mató a más de 200.000 personas y dejó millones sin lo básico para vivir, Coca-Cola transformó su producción de refrescos en Sri Lanka en embotellamiento de agua y usó sus camiones de entrega para distribuir las botellas a las víctimas en dificultades. De igual modo, grandes compañías mineras en Chile usaron sus equipos de construcción tras el terremoto de 2010 para reconstruir las escuelas públicas que el Gobierno no estaba en condiciones de recuperar. 

Publicamos recientemente un estudio realizado a lo largo de 15 años sobre estos argumentos distintos basados en evidencias recogidas en todos los desastres naturales y en donaciones realizadas para aliviar sus consecuencias. Nuestros datos cubrieron más de 74,000 donaciones de más de 34,000 empresas.

Constatamos que cuando al menos el 44% de la ayuda procedía de empresas locales, el país afectado obtenía más del doble de la ayuda internacional en comparación con un país igualmente afectado cuyas empresas ayudaron menos. Una cosa no anulaba la otra.

Hemos descubierto también que la recuperación de un país diez años después fue excepcionalmente mayor en el caso de los países que recibieron al menos ¼ de ayuda de empresas locales. De promedio, el Índice de Desarrollo Humano —una métrica de la ONU que mide la expectativa de vida, el nivel de enseñanza y el ingreso per capita de los países— ha subido más del 92% entre los países con mayor flujo interno de ayuda prestada por las empresas. 

Volviendo a la cuestión del costo de la recuperación de los huracanes e incendios de 2017, el Gobierno tendrá que asumir la mayor parte de la carga, junto con las aseguradoras y los propios residentes. Sabemos, sin embargo, que las empresas también pueden desempeñar un papel vital en estos casos, y que ellas contribuirán más y mejor donando a las áreas en que tienen operaciones y donde puedan utilizar mejor los recursos específicos de que disponen.